27 de septiembre de 2010

Que bueno que no a todos nos gustaría ser un soldado

“La manera más rápida de terminar una guerra, es perderla”.
George Orwell

Foto: Niño en desfile de los Hamás (la-voz-liberal-melvin.blogspot.com)

Y sigo aturdido por el boom del bicentenario; el coloso, la canción de Aleks Syntek y más motivos que ni caso tiene recordar son la causa principal. Es cierto que prometí escribir situaciones alegres, el lado positivo de cada hecho, pero en mi mente sigue el nacionalismo erróneo, adoptado desde temprana edad por la mayoría de nosotros.
No recordaré por milésima vez nuestra situación actual, que según Hilary Clinton, es similar a la Colombia de hace 20 años. En esta ocasión trataré un tema bélico de impacto mundial, ya que todos los países, bloques, culturas, tribus, reinos e imperios que han existido conocen la palabra “Guerra”. Tampoco me extenderé en explicar qué es o porqué surge, pero sí en uno de los tantos métodos en que los dirigentes motivan a sus respectivos pueblos a despreciar a sus “enemigos”.
“Intentamos entender cómo la gente aprende a odiar tanto, cómo para estar dispuesta a morir a costa de matar”, menciona la periodista británica Saira Shah, en “Muerte en Gaza”, documental enfocado en la función que tienen los niños en el movimiento armado entre palestinos e israelíes.
En las primarias, los niños aprenden un himno, el cual cantan cada lunes a lo largo de 9 años. También se les inculca a honrar una bandera y un escudo que no debe ser usado en camisetas, espejos, ropa, o guitarras. Se aprenden los nombres de los héroes, fechas y lugares de batallas, que son parte de nuestra cultura. No está por demás recordar que los cantos nacionales de la mayoría de los países invitan a sus compatriotas a recordar, aclamar y realizar una guerra.
Pero es el aborrecimiento al gringo, nazi, comunista o palestino lo que en realidad preocupa. Escuchar desde pequeños cómo los demás menosprecian al chilango, celebran la maldición del judío e idiotizan a las religiones de medio oriente por su vestimenta y acciones, en lugar hablarnos sobre Benjamín Franklin, Konrad Adenauer, Lenin o Buda, generan que desde nuestra niñez ubiquemos quien debe ser “Masiosare”.

Es indescriptible buscar en Google imágenes de Palestina, Vietnam, Ciudad Juárez o Sinaloa, y ver que la mayoría de las fotos se relacionan con hechos sangrientos; saber que existen estas regiones porque de ahí son Hamás o el Cartel del Pacífico.
Afortunadamente, después crecer y vivir en la realidad, muchos aprendieron que existen vías ajenas a las balas, misiles y bombas para exigir al invasor, y no enemigo, que por favor se regrese a su sitio de origen. También es alentador saber que existen niños que quieren jugar, estudiar y convivir con sus familias en lugar de defender ideales confusos, llenos de contradicciones y excepciones.
Tirar el arma no es traicionar a tu país; venderle tu dignidad a un gobierno corrupto no es nacionalismo, menos un acto heroico. En muchos municipios, los habitantes protegen al narcotraficante que pavimentó y alumbró calles, levantó templos y escuelas y hasta le consiguió trabajo a muchos desempleados. Mientras que los policías detienen a jóvenes inocentes, los soldados asesinan a indígenas y los tránsitos inventan infracciones para recibir una “mordida”.
Quienes pertenecen a la milicia dejan de ser humanos desde el momento en que se desenvuelven por medio de órdenes, actúan a través de códigos y al igual que sus ametralladoras y tanques, son una máquina más. Muchos militares, antes de atacar al enemigo, reprimieron a su propio pueblo, que solamente exigía justicia e igualdad, mejores condiciones de empleo, educación y trato.
Por lo general, los soldados son personas incultas, flojas, que debido a su poca o nula capacidad intelectual, se vieron obligados a unirse al ejército y ven en su revólver, el respeto que siempre quisieron tener y creen merecerlo. Su presencia genera hambrunas, pestes y genocidios.
Es un orgullo total contradecir a nuestro glorioso Himno Nacional Mexicano y decirle a Francisco González Bocanegra, lo equivocado que estaba al pensar que a nuestro país, “un soldado en cada hijo te dio”.

Gracias por leerme...ASR

10 de septiembre de 2010

En un Camión



No es tan malo recorrer la ciudad en el servicio urbano; no cuando está vacío y puedes observar cómo se desenvuelven los habitantes de tu localidad, cómo se refleja el entorno que vivimos en la actitud de cada individuo antes de llegar a su destino.
Generalmente son personas de la clase media o baja quienes utilizan este transporte, donde la mayoría son obreros y estudiantes. También es común observar chiquillos en compañía de sus padres, principalmente los fines de semana.


IMAGEN: DEVIANART.COM

Decenas de niños y jóvenes reciben un mal gesto cuando en lugar de monedas, entregan al conductor un boleto color rosa o café, que en muchas ocasiones, principalmente a los alumnos de preparatorias, le es regresado, pues su credencial escolar no tiene vigencia.
Es común en quienes cursan la prepa, cuando abordan el autobús en grupo de cuatro o más integrantes, traten de llamar la atención a través de cantos y albures, al grado de generar un alboroto y poner de mal humor al chofer y a algunos de los pasajeros; a otros simplemente les da risa. También se ven parejas besándose, mientras sus compañeros observan ya sea con admiración, asombro o celos.
Los camioneros y vendedores se han adaptado y ni la barra registradora que se instalaron en las esquinas de las escaleras para subir de algunos vehículos, ni los simples letreros de “No vendedores ni cantantes” lograron acabar con quienes ven en los camiones, una vía de generar dinero, utilizado principalmente para subsistir o mantener estudios, pero también hay quienes intentan cantar para satisfacer sus vicios.
Ya no se entonan las canciones populares y tampoco solamente se toca la guitarra; incluso hay quienes cantan en inglés, se ven yembes y flautas para canciones de reggae, pequeños teclados y güiros para géneros latinos y hasta bombos de batucada he visto en muchas ocasiones.
Es menester resaltar que la mayoría de los cantores son jóvenes, y aquel “viejito” que pedía un peso luego de cantar algún corrido, se ha vuelto cada vez más escaso. También se debe recalcar que pocos son dignos de ser nombrados músicos y ha muchos se les entiende que la desesperación los obliga a cometer semejante ridículo.
Los nuevos comerciantes cambiaron las paletas y chicles por pulseras, pomadas, ungüentos CDS, plumas con lámparas, entre otros productos aparentemente útiles y accesibles para los pasajeros y a su vez, payasos, mimos y cómicos frecuentan realizar sus mini espectáculos, ante quienes abordan un camión.

IMAGEN: DEVIANART.COM

Personajes como “El Pelirrojo de la Muerte”, aquel chofer que jugaba carreras con los demás camioneros durante su breve recorrido Cuci – Central Camionera de Ocotlán; estos vehículos ocotlenses, que aparte de oxidados, despintados, sucios y rayados, son altamente contaminantes.
Emos indígenas, borrachos golpeados y sangrados, futbolistas frustrados, mujeres que cambiaron el pañal a su bebé, entre otras celebridades, he tenido el placer de observar dentro de un camión.
Podría criticar a quienes ingresan sus cajas de jitomate, bolsas grandes con elotes u otros alimentos, pero haber estorbado con mi maleta llena de ropa y cuadernos, ya sea en las rutas 80A, 80B o 611, me impide hacerlo.
Pero no es tan agradable cuando apenas y puedo entrar, que hay 60 o 70 personas dentro del camión y apenas se puede avanzar. Aventones, empujones, reclamos o bien, personas que mientras comen, arrojan su basura por la ventana o transeúntes que ingieren sus “latones”, me son bastante desagradables.
Recuerdo que alguna vez un autobús olía a marihuana, también vi a un cholo adulto que acosó a una niña de secundaria, quien se asustó e inmediatamente se bajó; acciones similares son demasiadas e incluso, existen rutas que cuentan con unidades exclusivas para mujeres y niños menores de 10 años.
Y me acostumbré a andar en camión. Las pesadillas que me invaden desde los 15 años, en las cuales he atropellado decenas de personas, mi apatía hacia los motores y lo estúpido que me parece el exceso de velocidad tienen como resultado que cada vez que voy al centro, estadio o cualquier sitio en el que tenga que caminar más de 30 cuadras, deba juntar seis pesitos y tomar un midibús.
Casi siempre me enojo cuando se me olvidan mis manos libres y no puedo escuchar música, pues es raro el conductor que no escucha banda o cumbias, o bien, se dedica solamente a realizar su trabajo, que es manejar.


Gracias por leerme...ASR