12 de febrero de 2014

Río Drina

No todos los libros pueden ser comprendidos. Algunos son demasiado complicados, debido, por ejemplo, a que el autor pertenece a una nación con tradiciones y costumbres muy distintas a las nuestras.

Así me pasó con Cómo el Soldado repara el Gramófono, de Sasa Stanisic, historia en la que se incluyen palabras como “Csárdás”, “burek”, “lijeska”, “slivovica” y es narrada por Aleksandar, un niño con demasiada imaginación, la cual se modifica muy poco en su adultez, pues a los 24 años continúa contando con sus pasos las distancias que hay entre determinados domicilios.

IMAGEN: FOTOSSTARMEDIA.COM

En su autobiografía, el escritor bosnio nos menciona un fantástico lugar: el Río Drina, testigo de infinidades de anécdotas de la guerra que dio inicio a la separación de Yugoslavia. “Sólo quiero comparar mis recuerdos con el ahora”, menciona.

Y es en base a esta relación que recordé cómo ha cambiado mi entorno, en Guadalajara, para ser preciso en mi colonia, Oblatos. Desde el puente y la plaza, inaugurados a finales de 2012.

 Hace 10 años era inimaginable que nuestro popular y peligroso barrio tuviera un Liverpool, un Starbucks y un viaducto decente. ¿Superación? Ni pensarlo. Los mismos problemas de desempleo y pandillerismo de siempre. Más bien adaptación.

A nuestra colonia le sucedió lo mismo que a sus habitantes. Por ejemplo, todavía hace 15 años no cualquiera podía tener un teléfono celular, ni pagar la mensualidad de un gimnasio o salir a un centro comercial para desestresarse cada quincena o mejor aún, cambiar de carro cada cinco años.

En ese entonces el mundo…mejor dicho, mi país, aún era selectivo y sólo la clase alta podía darse los lujos mencionados. El ser humano del Siglo 21 es moderno, tiene teléfono con internet y debe moverse en la ciudad en automóvil aunque su salario sea de 3 mil pesos quincenales y en gasolina se inviertan 500 a la semana.

Aunque el punto de mi análisis es otro. Mientras pagaba un pequeño mandado en el Aurrera de la Gran Terraza Oblatos recordé cómo era esta tienda cuando se llamaba Gigante y el cine de la plaza estaba al costado izquierdo y no en el segundo piso, pues sólo había una planta…y era un cine de cuarta categoría.

Lo mismo de mi secundaria, el color de su barda era rojo y no blanco. Traté de rememorar los modelos de los camiones de hace 10 años, cuando el pasaje costaba 4 pesos y yo usaba transvales que valían 2.

El fragmento más nostálgico del libro es cuando se menciona, en dos etapas diferentes, a niños que juegan futbol y como porterías fungen sus mochilas. Suena simple y sin sabor, pero recordé muchos juegos así con amigos que, por desgracia e ingratitud a la vida, he olvidado sus rostros y nombres.

Fue bello saber que esta tendencia sea universal, o que al menos la tuvimos quienes fuimos niños en la década de los 90 y vivíamos en México o Visegrado, Yugoslavia.

Ya que se habla de futbol, es sorprendente cómo Stanisic transforma un campo de batalla en un partido, donde los opresores cometen faltas que no se sancionan, y a la vez perjudican a los sometidos con decisiones arbitrales.

Otra costumbre universal podría ser saber que “quien escucha a Madonna no puede ser peligroso”.

Además son sublimes las fantasías con deportistas como Dino Zoff y Carl Lewis. ¿Quién era Asija, la niña con la que Aleksandar convive cuando los soldados toman su edificio? ¿Era una pequeña hermana imaginaria…o Yugoslavia…o su actual nación, Bosnia…o su propia madre, quien también tiene un nombre árabe?

Pero este relato se titula Río Rina y de él hablaré aunque sea para concluir. Busqué imágenes en Google y la primera foto me pareció un lugar perfecto. Amo el agua, el mar debió ser lo primer panorama que vi cuando nací.

En mi soledad (“Las personas más solitarias sólo se quieren a sí mismas”, se lee en el libro) he imaginado vivir en un bosque frío, como el de la imagen de este artículo, pero no sé por qué nunca contemplé un río, o de perdida un riachuelo… quizá jamás le he dado seriedad ni tintes de realidad a mis manías.

En el Río Drina Aleksandar pescaba y era el mejor de su familia. Además ahí se ahogó Rafik, su abuelo materno. ¿Cómo no familiarizarse con un lugar que sabe tantos secretos tuyos?

Finalmente no puedo hablar del Drina. No lo conozco. No sé sus dimensiones y ocuparía visitar Wikipedia para conocer su extensión. Sólo sé que quiero comprarme el libro The Bridge on the Drina, de Ivo Andric, Premio Nobel en 1961, y que trata de acontecimientos desde que el puente fue construido en el siglo 16 hasta la Primera Guerra Mundial.

Libros y más libros. Se ve la inspiración que tuvieron obras como Así Hablaba Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, y El Viejo y el Mar, de Ernest Hemingway, en este autor musulmán y del peculiar socialismo de su región.

Me quedo con el aprendizaje del sufrimiento que genera el tragarse el rencor. El ser inocente, no saber a dónde ir, a quién atacar y a quién defender cuando una nación debe dividirse: “venganza no, rencor sí”…”¿Con quién estamos? La guerra desconocida, sin culpables ni enemigos”.

Ahora me queda claro que quiero vivir en una pequeña cabaña, de unos 5 por 12 metros, construida en un 90 por ciento de madera y que situada sobre una roca justo en medio de un río limpio.

Quiero que tenga electricidad e internet y en ella viviré solo, aunque en más de una ocasión invitaré a mis amigos a tomar café.
FRASES:

“Faltas tú. Y lo que más me faltan son las verdades, aquellas verdades en las que no somos ya oyentes ni narradores sino seres que admiten y que perdonan. Voy a romper ahora mi promesa de seguir contando siempre”.

“El agua no puede retornar y elegir otro cauce, del mismo modo que una promesa no hecha no se puede cumplir. Ningún ahogado reflota a la superficie para pedir una toalla, ningún amor desencontrado acaba por encontrarse, ningún quiosquero comienza por no nacer, ninguna bala se dispara de vuelta del cuello al fusil, la presa aguanta o no aguanta. El Drina no tiene delta”.

“Hay una foto ovalada inserta en la lápida; mi abuelo blanquinegro me mira a mí y mira en mi interior, escucha con los ojos y ya sabe cómo acabará todo”.

“Y le debería decir a la cara que es una monstruosidad el que en este país los asesinos no sólo puedan andar sueltos sino que encima lleven uniformes de policía”.

“Está bien, dice, las mujeres son unos diablos con buena piel”.

“Odio no atreverme a preguntar al escultor por qué su monumento lleva una espada en vez de un cuchillo ensangrentado”.

 “Había ahorrado muchos años para una moto con que impresionar a la mujer más bella del pueblo, pero la mujer más hermosa del pueblo se casó con uno que ni siquiera tenía bicicleta”.

“A la mariquita no le quité la vista de encima. ¡Quién sabía de qué otras cosas era capaz alguien que llevaba unas medias parecidas a una telaraña!”.

“Ya me había quedado claro el significado de ‘ironía’. Ironía es una pregunta que no suscita respuesta sino resentimiento”.
Gracias por leerme... ASR