Hermano desconocido,
te conoceré algún día
“Amamos la santidad
de la familia cuando en verdad es santa, no sólo porque constituya un firme
puntual del Estado”
Fiodor Dostoievski
Cuando tenía 16 y 17 me interesé
por agrupaciones recomendadas en artículos de revistas musicales. En días
pasados retomé dicha costumbre y leyendo un artículo en un fanpage de Oasis,
aparecieron varias propuestas interesantes, entre ellos The Black Keys, que ya
había escuchado, pero sin prestarles atención. Aceptable sonido, buena voz y
también me agradó la razón del nombre, el cual supuestamente hace referencia a
que un conocido de ellos, esquizofrénico, llama o llamaba “black keys” a
aquellas personas que él consideraba que “no estaban del todo bien”...
Luego de identificarme con la
canción “Lonely Boy”, busqué el disco “Brothers”. Como segunda opción en
Youtube apareció el tema “Unknown brother”, el cual me llamó la atención.
Excelente inicio: acordes lentos, como raspando las cuerdas (muy similar al
comienzo de la pegajosa “Te quiero”, de Hombres G) y un “feeling” excepcional
del vocalista, que no sé cómo se llama, ni investigaré en Wikipedia su nombre
sólo por quedar bien con las cuatro o cinco personas que leerán este escrito.
FOTO: Let's play, brother, by Nekozumi (Deviantart)
Me atrapó la melodía y fue
imposible no acordarme de él, de mi “hermano desconocido”, con aquel que no
coincidí en este planeta porque nació dos años antes que yo, y murió poco
después de salir del vientre de mi madre. Según me contaron, un mal día ella
cayó y el bebé debió nacer prematuro, a los 7 u 8 meses de gestación, creo en
los primeros días de octubre.
Es triste aceptar que no lo
recordaba hacía mucho tiempo. Solía evocarlo constantemente entre los 16 y 21
años, cuando renegaba de mi familia, y sobre todo de mi nombre, porque
indirectamente me lo heredó; así es, se llamó Arnulfo Saavedra Regla, justo
como yo, y nació y murió en 1985. Si él no hubiese fallecido, mi suerte y mi
autoestima serían diferentes, así pensaba durante la adolescencia, pues este es
el único nombre ojete que hay en la familia paterna. Incluso también llegué a
creer que, si no hubiera ocurrido aquel accidente, pude haber nacido en otra
época y/o en otro lugar, como Londres, Montevideo o la colonia Santa Cecilia en
vez de Puerto Vallarta.
Pero ahora que no padezco de los efectos
que generan la taurina, cafeína, azúcar y demás cochinadas que contiene la Coca
Cola, las cervezas artesanales, el Monster y los frapés, aunado a la melancolía
de ver por las tardes a los Súper Campeones, a los Caballeros del Zodiaco (¡no
le digan Saint Seiya, please!) y a Dragon Ball Z, son otros mis recuerdos: más
dulces, más sinceros y más leales, conectados a mi infancia.
Sentí como escalofríos al
escuchar la frase “Big brother, big brother, don’t worry a bit”. Recientemente
pensaba en cómo habrían sido nuestras peleas, y llegué a odiarlo, dando por
hecho que él sí habría adoptado esa postura del “hombre de la casa” que exigía
mi papá, de estar jodiendo a las mujeres y actuando acorde a un panorama de dar
a respetar ante los demás la “reputación” del apellido y de la familia; sí, en
ese orden.
Lo bueno es que el siguiente
fragmento de esta melodía dice: “your flame has not faded, since the day it was
lit”. Algo así como “tu flama no se ha apagado, desde el día en que se
encendió”. Entonces recordé que, a los seis años, antes de salirme a la calle
con mis amigos, me gustaba creer que jugaba con conmigo, con los carritos que
me compraban en el tianguis.
Aunque debiera ser mayor que yo,
lo contemplaba pequeño, como dando sus primeros pasos, explicándole qué era cada
juguete y cómo se utilizaban; cuál carrito era el suyo y cuál el mío. En este entonces, y como hasta los 10 años, a
cada rato preguntaba a mis papás por él, por “mi hermanito que se murió”. Pero
siempre recibí respuestas -cuando las había- que dirigían a otro tema de
conversación.
No recuerdo cómo me hablaron de
él por primera vez, pero debió ser viendo un álbum familiar, con una foto de un
bebecito peludo, muy moreno, con sus rasgos faciales hinchados, más porque aún
estaba recién llegado a este mundo, que por el deterioro físico que produce la
muerte; de hecho, ni su boquita abierta es un indicativo preciso de haber
fallecido; puedes creer, ¡quiero creer!, que simplemente duerme.
Siempre me ha gustado dormir
solo, incluso cuando sentía miedo. Lo juro, es una adrenalina que a la fecha me
satisface. Recuerdo que de muy pequeño me dejaban en una cuna, que estaba
rodeada de juguetes y peluches de mi hermana, y por la noche se veían sus
sombras. Imaginaba que se movían, que caminaban, y me asustaba. Simplemente me
acurrucaba y cerraba los ojos. Años después, ya cuando dormía en mi propia
cama, sentí que alguien me abrazaba cuando estaba acostado, esto sucedió 3 o 4
veces, curiosamente cuando estaba solo en mi cuarto. Pero no sentí miedo, no
del todo, porque estaba convencido de que era él, que venía del cielo a
visitarnos.
Al 2:40 parece que la canción va
terminar, pero un pandero impide que llegue el silencio. Diez segundos después,
reaparece el acorde rasposo y lento, que bendito Dios es el único tono de esta
bella melodía de rock, que pudiera considerarse similar a la música simple y
llana de los Hombres G. Sigue una frase desgarradora que se me dificulta
escribir en español: “We'll smile like pictures, if you as a boy, long before
you retired to heavenly joy”. Se repite el coro: Unknown, unknown brother, I'll
meet you someday, unknown, unknown brother, We'll walk through fields where
children play”.
ASR