9 de noviembre de 2016

Insectos voladores de mala suerte que atacan en Día de Muertos

Lunes por la noche, durante los últimos suspiros de octubre.

Lo reconozco, me aterraron sus ojos. Voló juntó a mí por segunda ocasión en esa misma noche, pero ahora fue más tétrico, porque estaba oscuro; porque, como si se tratara de un kamikaze, se estrelló en mi pecho y sentí el hormigueo de sus patas.

Y después “aterrizó”. Digo aterrizar, porque desconozco si existe una palabra para especificar la acción de reposar “de cabeza” sobre el techo, como lo hacen los murciélagos. Fue así como me sorprendió de nueva cuenta la polilla gigante, justo al momento de abrir la puerta del balcón, aún con el candado en mano.

Esos tenebrosos ojos, junto con mi consciencia, seguirán generándome pesadillas por un buen rato.

Me asombró que pese a la oscuridad, noté claramente su figura. Retrocedí un paso y, como la puerta mide poco menos que mi estatura, me golpee en la nuca sobre el dintel. Luego, sus horribles ojos diminutos brillaban en un tono rojizo, debido a una luz lejana que los reflejaron, quiero pensar. Encendí el foco, y antes de prender el boiler, consideré matarla. Sobre el tanque de gas estaba una toalla, sumamente sucia, ya que ahora funge como tapete. La tomé.

Suspiré muy profundamente: ¿por qué habría de eliminarla? Porque hay quienes dicen que son del diablo, y otros supersticiosos menos incrédulos, aseguran que las mariposas nocturnas presagian la muerte, o anuncian una desgracia, o simplemente causan mala suerte. De ser cierto, ¿matándolas se soluciona todo? ¿Es su presencia la culpable de todas nuestras estupideces, errores y maldiciones que hemos tenido, y que cometeremos en esta vida? Lo dudo.

Estoy leyendo La Ladrona de Libros, donde quien narra la historia es la muerte, y en esta obra, el autor Markus Suzak la describe como alguien noble, obediente con su misión, aunque susceptible al dolor ajeno. Y me agrada esta idea, porque la muerte, desde hace un par de años, la defino como un “recolector de basura”, esos señores que avisan con su campana que ha llegado la hora de sacar los desperdicios para trasladarlos a un vehículo cuyo destino es un vertedero, que bien podría ser como un infierno sin lava, donde los pepenadores interpretarían el papel de almas en pena, exprimiendo las miserias y los desechos de los demás.

Una linda ilustración respecto a la superstición de las polillas, que encontré en Deviantart.

Lo que quiero decir es que la muerte ocupa el cargo que nadie ha querido tener, ni soñó con poseerlo: de niño quieres ser bombero, astronauta, policía o doctor, pero no recolector de basura; de puberto, futbolista, actor o actriz, o político, pero no recolector de basura. Ese es el punto. Que es un oficio sucio, poco agradecido, pero que debe realizarse con nobleza.

Quién sabe qué siga al morir, apenas voy a la mitad del extenso libro y la muerte no lo ha mencionado, y dudo que lo haga. Quizá no exista el espíritu y sólo se conserve el polvo en que nos convertiremos, y si bien nos va, en petróleo. O a lo mejor comience un camino a la eternidad, una felicidad incomparable con los momentos mágicos que podemos tener en este planeta, o seremos luces que brillen por todo el universo. Seguramente la muerte tampoco lo sabe: ella se limita a mandar las bolsas de basura al camión. 

Y pensándolo mejor, los pepenadores del vertedero no son almas en pena, sino ángeles que segregan lo rescatable entre tantos desperdicios y tanta mierda (pensé en la bolsa de baño de mi casa, y en algunos ex compañeros de trabajo y familiares). Aunque creo he ido al extremo de mi primera teoría, eso de que todo es relativo y que "todo depende del cristal donde se mira", pareciera volvernos indecisos a nuestras ideas y ajenos o escépticos a las doctrinas… en fin.

Otra linda ilustración de Deviantart. Se titula: "Rebirth of a black moth".

Total, quise escribir sobre estas polillas porque no vuelan igual que las mariposas diurnas: aquellas, cuyo colorido embellece el paisaje con la luz solar, vuelan despreocupadas, van de un lado a otro, mostrando su belleza, inocencia y pureza, como niños inquietos de guardería; en cambio, las negras, o grises o cafés pálido, pareciera que les agrada hostigarte, y su aleteo, similar al de un pájaro en apuros para despegar, o al de una paloma al aterrizar, de verdad asusta.

Además hay antecedentes. Hace ya mucho tiempo -tendría yo unos 7 u 8-, una de ellas entró a la casa, a plena luz del día. Creo que recién habíamos llegado de la escuela. Mi hermana Iris, casi 4 años mayor que yo, se asustó al verla y mi madre aprovechó la ocasión para decirnos que el diablo la había enviado para llevarnos porque nos habíamos portado mal. No le creímos, pero nos asustamos, y nos quedamos como con cierta duda.

Recordé aquella anécdota justo cuando moría octubre, con mi cabeza llena de sucesos fantásticos, fúnebres y tenebrosos. Y es que se acercaba el festejo de Día de Muertos, y recién había concluido un artículo laboral respecto a la Leyenda de Nachito y su tumba, la más famosa del Panteón de Belén. Al desocuparme, bajé (me mudé al segundo piso de mi casa hace meses) a cenar, y al apagar la luz, me desafió la mariposa negra por primera vez. Le tiré un manotazo y vi cómo se salió por la ventana del segundo cuarto, y no vi hacia dónde se fue.

Este es el F-117 Nighthawk, conocido como "avión fantasma". Se popularizó durante la Guerra del Golfo Pérsico, y por su forma sorpresiva de ataque -y también por su fisionomía- me recordó a la polilla protagonista de este escrito. 


Ya no recuerdo qué comí esa noche, pero subí en cuanto terminé y antes de prender otra vez la computadora o la luz, me fui directo al boiler. Y como la puerta que da al balcón estaba cerrada, me sorprendió reencontrármela, ahora por fuera de mi cuarto, como si fuera un F-117 Nighthawk (¡vaya que se parece!). Aunque igual pudo ser una distinta mariposa, pero quiero creer que no fue así.

Ya no quise verla y un poco agitado, fui a la sala, a ver el Monday Night Football de la NFL, jugaban los Vikingos VS los Osos. Quince minutos después regresé al balcón para apagar el boiler, y traté de relajarme y prepararme para un tercer encuentro, el cual no sucedió.

Fue emocionante, porque ese mismo día estuve en las tumbas del panteón de Belén, donde con los ojos cerrados traté de imaginarme cómo fue que enterraron a algunos de sus inquilinos, hace ya más de 150 años. Fue un viajecito bello, y cardiaco porque escuché a la perfección cuando caían las guayabas. Es que debo presumir el plus de haber estado solo, casi totalmente. El 31 de octubre fue lunes y esos días no abren al público. Sólo estaba un policía, que no me dejó pasar en un principio, y ya después llegó uno de los chalanes del director, quien me acompañó hasta la lápida (fui a tomar fotos), ubicada en uno de los fondos, y se regresó a la puerta de ingreso. Bueno, así concluyo este relato. 

Y ese soy yo, junto a la tumba de Nachito. En ese momento no pensaba que por la noche, una polilla me inspiraría a escribir en este blog :) .
  

PD: Al concluir este escrito, investigué y suele usarse “perchar” para definir la acción que realizan los murciélagos cuando duermen o reposan, y también hay mariposas negras que no son nocturnas, aunque quizá sí sean del diablo, como los gatos negros, cuervos, serpientes y lobos.


ASR 


1 de noviembre de 2016

Primera y única visita a Carrefour, más monedas de 10 pesos

Primera y única visita a Carrefour, más monedas de 10 pesos
Medianoche del miércoles 19 de octubre- madrugada del 20.

Un día pésimo ameritaba un despeje mental. Afortunadamente fue en miércoles, día del recorrido ciclista de mi colonia, al que no había asistido desde medio año, y qué mejor opción que pedalear por la noche para tratar de relajar la mente y consolar el alma.

No consulté la ruta: el destino me fue indiferente. Aunque iba a un ritmo lento, casi todo el trayecto junto a la patrulla que nos custodiaba, reconocí pocas calles, debido a que también mi mirada apuntaba al suelo la mayor parte del tiempo.

De repente estábamos en los límites de Tonalá con Guadalajara, donde hay una academia de la Policía estatal. Llegamos a un Oxxo para descansar y de frente vi el súper mercado Chedraui, que hace ya mucho tiempo fue un Carrefour, al cual fui con mi familia durante la semana de su inauguración.

Era la navidad del 95, estaba nublado y hacía un frío del diablo (honestamente no recuerdo la hora, pero seguro alrededor del mediodía). Había globos y muchos animadores, y me sorprendió la gran cantidad de escaleras eléctricas. A mi padre le habían dado un ascenso importante en el trabajo y estábamos preparando las maletas para partir al siguiente día rumbo a Mérida. Quizá por eso no nos llevó a Gigante, como de costumbre. A más de 20 años, he olvidado qué regalos nos compraron ese día, pero de repente, esta noche, justo después de tomarme un Red Bull de cereza, surgió un recuerdo.

Íbamos a entrar cuando junto a nosotros pasó un niño, como de unos 10 años, o al menos un par de años más grande que yo. Su cuerpo despedía un olor desagradable, y donde más se reflejaba la mugre era en su esponjada cabellera castaña, “tirándole” a rubia. Tenía los ojos muy claros, como miel, y era muy blanco. Realmente parecía gringo. Pero hablaba español en un dialecto muy tapatío, y pidió dinero a todas las personas que interceptaba.

Mi padre le dio 10 pesos, y me sentí orgulloso, porque siempre nos inculcó ayudar a los necesitados, y en las pocas ocasiones que salíamos, solía darnos pequeñas monedas para entregárselas a los vagabundos. Pero también hubo celos, porque esta era una moneda grande, de orillas doradas y centro plateado, y nunca me habían dado una de esas, con las que en 1995 podrías comprarte 5 latas de refresco y 5 papas Sabritas, las mismas que ahora cuestan 9 o 10 en las tiendas, o 14 y 15 en el Oxxo o en el Seven Eleven.

Retomé la pedaleada y seguí como oveja a los demás ciclistas. Distraído, cabizbajo, pero ahora tratando de recordar más de aquel día, como la reacción del chamaco que recibió 10 pesos, o el discurso de mi madre, o los regalos que nos compraron ahí. Y vaya que me esforcé, pero sin resultados favorables.

Ahora que escribo y aplico un poco de lógica, seguramente nos regalaron ropa, porque unos días antes, en Medrano, me compraron unos Power Rangers pirata que me hicieron muy feliz, porque tenían un mecanismo que al apretar el botón de sus cinturones, giraba su cabeza y ora aparecía enmascarado, ora nada más su rostro. Creo que me compraron el azul, el rojo y el verde.

Recordé que pagaron 30 pesos cada uno y mi papá pidió un descuento por los tres. No lo hubo, porque el comerciante aseguró que era lo menos en que podía ofrecerlos, y en ningún otro lado los hallarían tan baratos. Y tenía razón, porque los buscamos por varios días, y uno sólo costaba más de 50, cuando menos. Por eso se animó a comprarme tres.

Pagó con un billete de 100 y de cambio le dieron una moneda de 10. Por un segundo pensé en pedírsela, pero por la discusión con el comerciante, no creí que fuera oportuno. Quizá también por eso me impactó que le diera la moneda a aquel chaval, porque nunca me atreví a pedirle una moneda de 10 a mi papá. Llegamos a Mérida y ahí también había un Carrefour, pero no recuerdo haberlo visitado.  Y tampoco recuerdo alguna otra propina o limosna de a diez.

*Va sin foto, porque la que tomé la borré sin querer, y las de internet están muy chafas


ASR