Primera y única visita a Carrefour, más monedas de 10 pesos
Medianoche del miércoles 19 de octubre- madrugada del 20.
Un día pésimo ameritaba un
despeje mental. Afortunadamente fue en miércoles, día del recorrido ciclista de
mi colonia, al que no había asistido desde medio año, y qué mejor opción que
pedalear por la noche para tratar de relajar la mente y consolar el alma.
No consulté la ruta: el destino
me fue indiferente. Aunque iba a un ritmo lento, casi todo el trayecto junto a
la patrulla que nos custodiaba, reconocí pocas calles, debido a que también mi
mirada apuntaba al suelo la mayor parte del tiempo.
De repente estábamos en los
límites de Tonalá con Guadalajara, donde hay una academia de la Policía estatal.
Llegamos a un Oxxo para descansar y de frente vi el súper mercado Chedraui, que
hace ya mucho tiempo fue un Carrefour, al cual fui con mi familia durante la
semana de su inauguración.
Era la navidad del 95, estaba
nublado y hacía un frío del diablo (honestamente no recuerdo la hora, pero
seguro alrededor del mediodía). Había globos y muchos animadores, y me
sorprendió la gran cantidad de escaleras eléctricas. A mi padre le habían dado
un ascenso importante en el trabajo y estábamos preparando las maletas para
partir al siguiente día rumbo a Mérida. Quizá por eso no nos llevó a Gigante,
como de costumbre. A más de 20 años, he olvidado qué regalos nos compraron ese
día, pero de repente, esta noche, justo después de tomarme un Red Bull de cereza,
surgió un recuerdo.
Íbamos a entrar cuando junto a
nosotros pasó un niño, como de unos 10 años, o al menos un par de años más
grande que yo. Su cuerpo despedía un olor desagradable, y donde más se
reflejaba la mugre era en su esponjada cabellera castaña, “tirándole” a rubia.
Tenía los ojos muy claros, como miel, y era muy blanco. Realmente parecía
gringo. Pero hablaba español en un dialecto muy tapatío, y pidió dinero a todas
las personas que interceptaba.
Mi padre le dio 10 pesos, y me
sentí orgulloso, porque siempre nos inculcó ayudar a los necesitados, y en las
pocas ocasiones que salíamos, solía darnos pequeñas monedas para entregárselas
a los vagabundos. Pero también hubo celos, porque esta era una moneda grande, de
orillas doradas y centro plateado, y nunca me habían dado una de esas, con las
que en 1995 podrías comprarte 5 latas de refresco y 5 papas Sabritas, las
mismas que ahora cuestan 9 o 10 en las tiendas, o 14 y 15 en el Oxxo o en el
Seven Eleven.
Retomé la pedaleada y seguí como
oveja a los demás ciclistas. Distraído, cabizbajo, pero ahora tratando de
recordar más de aquel día, como la reacción del chamaco que recibió 10 pesos, o
el discurso de mi madre, o los regalos que nos compraron ahí. Y vaya que me
esforcé, pero sin resultados favorables.
Ahora que escribo y aplico un
poco de lógica, seguramente nos regalaron ropa, porque unos días antes, en
Medrano, me compraron unos Power Rangers pirata que me hicieron muy feliz,
porque tenían un mecanismo que al apretar el botón de sus cinturones, giraba su
cabeza y ora aparecía enmascarado, ora nada más su rostro. Creo que me compraron
el azul, el rojo y el verde.
Recordé que pagaron 30 pesos cada
uno y mi papá pidió un descuento por los tres. No lo hubo, porque el
comerciante aseguró que era lo menos en que podía ofrecerlos, y en ningún otro
lado los hallarían tan baratos. Y tenía razón, porque los buscamos por varios
días, y uno sólo costaba más de 50, cuando menos. Por eso se animó a comprarme
tres.
Pagó con un billete de 100 y de
cambio le dieron una moneda de 10. Por un segundo pensé en pedírsela, pero por
la discusión con el comerciante, no creí que fuera oportuno. Quizá también por
eso me impactó que le diera la moneda a aquel chaval, porque nunca me atreví a
pedirle una moneda de 10 a mi papá. Llegamos a Mérida y ahí también había un
Carrefour, pero no recuerdo haberlo visitado. Y tampoco recuerdo alguna otra propina o
limosna de a diez.
*Va sin foto, porque la que tomé la borré sin querer, y las de internet están muy chafas
ASR
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