Esta tarde no llovió
Sábado, 8 de julio
Caían pocas gotas, pero
el nubladísimo cielo gris amenazaba en convertirse negro, y no precisamente
porque estuviera a punto de anochecer: el reloj apenas marcaba las cuatro de la
tarde. El viento soplaba con gran intensidad, a tal grado que dolían en las
mejillas y en la nariz las finísimas ráfagas de agua disparadas desde lo alto;
en pocas palabras, se avecinaba un tormentón.
Me fui trotando desde que bajé
del camión y durante el trayecto vi cómo las personas colocaban con
preocupación los adornos para la Virgen de Zapopan, que este sábado recorrió
algunas calles de mi barrio. Lazos rosas y azul pastel, colgados
horizontalmente y amarrados de los árboles y postes de luz, son la señal de que
por ahí pasará o ya pasó “La Generala”.
Di vuelta para llegar a casa y me
topé con un largo camino de aserrín que abarcaba varias cuadras, en todos las direcciones. Es difícil aceptar que me dio gusto ver que el principal adorno eran
muchas flores de distintos colores, pegadas una a otra en lo que más bien
parecía una alfombra. Lo digo porque yo realicé el molde, justo una semana
antes, cuando mi vecina Doña Concha me lo pidió de favor.
“¿Sabes dibujar?”, me preguntó en
aquella ocasión, y se me hizo fácil responder que sí. Ya me explicó el motivo y
me bastó tomar un vaso grande para trazar el óvulo de la flor, aunque acomodar
a su alrededor los siete pétalos se me dificultó: invertí casi una hora
dibujarlos sobre una tabla de madera, que después llevarían con un carpintero
para realizar el molde. Juro que creí que no les gustaría la sencillez de la
flor y mandarían hacer otra.
Caminé lento. Las gotas ya no
eran finas, y aunque no viajaban a tanta velocidad como hacía dos minutos, eran
más constantes y de mayor grosor. Vi a la señora Concha, junto con sus nietos
que jugaban felices sobre el aserrín y bajo la lluvia. A su lado estaba uno de
ellos, vestido de traje brilloso, color plateado, porque recién había hecho la
Primera Comunión: el chamaco, de 9 o 10 años, tenía un semblante orgulloso:
aparentaba no caber en el mundo de júbilo, como cuando hace poco más de un mes
festejó por toda la calle el campeonato del Rebaño Sagrado, con su jersey original que luce en la espalda el dorsal 9 de Alan Pulido. En
aquella ocasión vi en su casa el juego, por Chivas TV. Pero ese es otro cuento.
Doña Concha me saludo. Dijo: “mira
qué bonita quedo la calle, gracias a Dios, y también gracias a ti que nos
ayudaste a dibujar la flor”. Hice un gesto de humildad y moví la cabeza
hacia varias direcciones, tratando de hacer esa señal que significa: “no fue
nada”, o “pudo haber quedado mejor”. Me impresionó su semblante, lleno de
preocupación, porque de verdad el cielo amenazaba con quebrarse en mil pedazos.
Aunque no me agradan estos festejos, desde lo más profundo de mi alma deseé que
no lloviera fuerte, y le compartí este sentimiento a mi vecina.
Las flores que están en medio del camino de aserrín, se hicieron con el molde que dibujé :)
Entré a casa y enseguida me bañé,
muy deprisa porque nos invitaron a una fiesta familiar, los 15 años de unos
primos, Andrea y Ángel, los gemelos; cuates, para ser exactos y justos, porque
desde que nacieron fueron muy distintos, física e intelectualmente. Pero este
texto no es para describirlos, y espero nunca hacerlo. Sólo puedo decir que son
buenos muchachos, porque les gusta el rock en inglés a ambos.
Antes de la fiesta hubo misa y
fue extraño reencontrarme con aquellas figuras que resguardan y
adornan esos
cuartos inmensos, las cuales me conmocionan desde que tengo uso de razón,
principalmente la mujer blanquísima, que viste túnica y una manta en la cabeza,
y cuyo gesto de extrema sumisión le resta belleza a sus finas facciones. Creo
que es la Virgen María. El otro ser que me atormenta cuelga desde lo más alto de una
de las paredes del templo y tiene lesiones por todo el cuerpo. A la fecha me
resulta difícil apreciar su rostro. Si en verdad Jesucristo existió y buscó
dejar un mensaje de paz a la humanidad, ¿se sentirá orgulloso que luego de 2
mil años, la mayoría de quienes honran su nombre, lo recuerden en semejantes
condiciones? Quiero pensar que no, y que le duele que haya tantas religiones que comercializan y explotan su imagen.
Fue raro volver a escuchar frases
como “¡por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa!”. A mi alrededor, entre los
asientos que enfrente tienen una base de madera para que te hinques al menos
cinco veces durante la misa, había gente que ha rezado toda su vida, que se
sabe las canciones y las entona con profundo fervor, que se arrodilla con real
devoción. Lo digo porque me consta: casi todos son mis familiares, venían de
Vallarta y algunos aquí viven. Son católicos de hueso colorado. Y algunos son
de la gente que más detesto.
Al contemplarlos junto a los
ídolos que describí, fue inevitable recordar aquella mugrosa oración que una
mugrosa tía nos obligaba a declamar antes de comer, cuando visitábamos a la
abuela: “gracias, Dios padre, por estos sagrados alimentos que me das sin
merecerlo”. ¿Sagrados? A veces era huevo con cátsup (siempre he sido delicado
para comer, pero no es el punto).
También recordé las noches que
debíamos rezar con el abuelo Nazario, el único momento que me incomodaba estar
junto a él. En ese entonces, era de ley escuchar a varias tías decir que “si
Dios quiere, ahorita mismo nos morimos todos y se acaba el mundo”: siempre esa
maldita devoción, y la jodida lealtad de no preguntarse un “¿por qué?”: ¿un
meteorito, o el calentamiento global? Nada de eso, bastaba con que Dios alzara
el dedo e hiciera estallar la tierra, y si estuviese de buen humor, tal vez nos
daría alguna razón del porqué sucederá la catástrofe. algo así como cuando
Freezer explotó el planeta Vegeta.
No recuerdo cuándo fue la última vez que había estado en un templo: esta capilla es en Zapopan, por Plaza Patria, y ni siquiera me digné en preguntar su nombre
Esa tarde no llovió. Bueno, sí,
pero no como se esperaba. Seguramente fueron muchos “oblatenses” y “sanonofrenses”
los que aplaudieron y echaron flores a la zapopana, sin que el clima los
incomodara, pues apenas y siguió chispeando por toda la ciudad, y la tormenta
apareció, como ha sido toda esta semana, durante la madrugada. Sólo espero que
la Virgen haya circulado a paso lento, no como sucedió hace unos 15 años, que
en cuanto agarró velocidad en la bajadita de la calle Hacienda La Calera, la camioneta aceleró
y más de uno quedó decepcionado, porque pasaron varias horas en el solazo
esperándola.
En ese entonces yo iba en la
secundaria, y todo el día jugaba fútbol. Recuerdo que algunos señores nos
dijeron, muy molestos, que nos fuéramos a otro lado porque podríamos romper
algún adorno con el balón. Pero algunos nos acercamos más hacia el camino y
usamos como portería uno de los postes donde acomodan las enormes coronas.
Tiré varios centros y disparos al ángulo, aunque debo reconocer que me dio miedo romper un palo y tener que pagarlo. Entendí que lo que estábamos
haciendo era estúpido y mejor nos retiramos (los chavitos que jugaban conmigo
aún iban en primaria, y solían obedecerme en las cascaritas).
Es bonito tener tradiciones, es bonito elegir no creer en
ellas… es bonito respetar y convivir con tus vecinos, aunque no coincidas en
sus gustos religiosos, y es bonito no saludar ni voltear a ver a aquellos seres viles que por
caprichos del cochino destino son tu familia.
No me gusta rezar ni creo en esa
clase de ritos, pero me sorprende que Doña Concha ha salido airosa en dos eventos de gran
magnitud en el barrio y en toda la ciudad: que el paseo de la virgen sea
exitoso, y que las Chivas sean campeones. Porque previo al pitazo inicial de la
final del torneo, congregó a los más de 30 invitados y colados que se reunieron
en su cochera para ver el juego en la computadora de mi amigo Jorge, y con los
ademanes que se hacen al rezar el Padre Nuestro, dedicó una oración para que el
Rebaño Sagrado tuviera un buen desempeño y fortuna aquella histórica tarde del
domingo 28 de mayo… y así fue. Y estoy seguro que este sábado pidió al cielo
para que una tormenta no irrumpiera en el paseo de la Generala.
ASR