I
Sucedió a los 23, cuando empezaba
a embarnecer dejando atrás una figura esquelética que me caracterizó desde
niño; cuando mis infantiles facciones faciales maduraron sentí la seguridad de estar a tu talla. Fue ahí cuando decidí utilizarte, con el objetivo
principal, me duele reconocer, de sencillamente satisfacer mi orgullo y
demostrarles a los fanfarrones que, siendo tú totalmente mía, nada tenía que
envidiarles. E incluso serían ellos quienes se morirían de celos al ver lo perfecta
que te veías conmigo, dándole un notable estilo, y hasta cierta categoría, a mi
presencia en el lugar que fuera: las cafeterías, la plaza de la colonia o los
bares.
Aún estabas en pleno verdor de tu
existencia cuando el destino, aunado a ese asqueroso “¡qué dirán!”, impidieron
que siguiéramos compartiendo nuestra compañía frente a los demás durante el
día. Un imperdonable descuido, que se dimensionó en un fatal accidente que
deterioró tu belleza y reputación, nos impulsó a pactar un acuerdo conveniente
para ambos, acorde a nuestras necesidades y objetivos en esta vida: solo
podíamos coincidir de noche, y tú estarías por siempre encerrada en mi cuarto,
alejada de la vista pública, lo más oculta posible, incluso de mis seres más
cercanos y de quienes mayor confianza les tenía. No tuve el valor de contarles
lo acontecido, porque amaba dormir contigo, sobre todo porque la desgracia se
suscitó en diciembre y tus finos brazos me protegían del frío.
Pero tu belleza la fue deformando
ese fatal accidente. Perdiste el porte, tu desgaste fue evidente y tras un par
de años de meditación, me quedó claro que fuiste una etapa de la cual me
avergonzaba; andar contigo fue un acto egoísta en el que traté de construir una
imagen que no me corresponde, y que la sencillez y el alto sentido del
humanismo que por tanto tiempo me caracterizó, no encuadraba con los bares y
demás lugares de mala muerte donde coincidimos. Para recuperar mi camino hacia
el nirvana, no me quedó de otra que deshacerme de ti.
Ha pasado mucho tiempo y
reconozco que fuiste alguien fundamental en mi vida, que me llenó de seguridad
y confianza: una pieza clave para moldear lo que ahora soy… o me gusta creer
que soy. Por eso esta noche que encontré tus vestigios me llené de asombro:
contemplar las vísceras escurridizas y disecadas junto a tus restos ocasionó
una mortal sacudida hacia el pasado. Mi hermosa deshilach… desdichada, quise
decir: daría lo que fuera por volver a abrazarte con todo mi cariño, pero
créeme que no es posible, porque sólo nos ensuciaríamos ambos, porque ya rato
que nuestra historia terminó de escribirse.
II
"La misma ropa de ayer, será
el pijama de hoy”, pronuncia el rapero español Kase O en el coro de “Cantando
(no comprendo por qué esta canción se ha vuelto tan referente en mi día a día,
si ni me gusta tanto)”. Esta frase asaltó mi mente cuando vi tendida sobre el
barandal del balcón lo que queda de aquella camiseta de tela ajustada, como de
licra o, mejor dicho, de algodón strech, y que no fue sencillo comprarla. Y
menos decidir cuándo sería apropiado vestirla: debí tardar varios meses en
armarme de valor y no regresarla al gancho para guardarla nuevamente en el
ropero, porque me abrumaba bastante que relucían las remarcadas clavículas y
aún más, mi espantoso agujero que deforma mi pecho desde que tengo memoria.
Lo que queda de mi camisa verde musgo. Ahora más que pijama, es alfombra de las cucarachas
Pero cierto día le di prioridad a
su cualidad de tonificar mis brazos y me la puse. A ella le agradó cómo se me
veía. “Te va bien el verde musgo, combina con tus ojos”, fue el discreto piropo
que se le escapó minutos después de nuestro encuentro en aquel bar cuyo dueño
era (o es, tiene años que no lo visito) un chef español. Las primeras palabras,
que describían el color de mi camisa, se dispersaron de sus bellos labios con
un tono trémulo, pero ya con mayor seguridad chuleó mis ojos. ¡Es que le
gustaban mis ojos (ahora recuerdo un clásico de José Alfredo)! El muy idiota me
sentí ofendido: supuse que se trataba de una burla más. Bueno, no ofendido,
pero asocié su comentario como parte de la carrilla a la que fui sometido por
mis amigos durante toda esa noche, lo que me obligó a hacer a un lado el gran valor
sentimental y sincero de parte de ella, porque así hubiera llevado mi eterno
jersey de las Chivas, también me habría dicho palabras lindas y habría mimado
mis ojos, puedo jurarlo.
Creo que la usaba cada quince
días, o al menos una vez al mes, y no tenía ni un año con ella cuando lavando
no recuerdo qué se salpicó de cloro. En la zona abdominal quedó una mancha
horrible y oxidada que la echó a perder en su totalidad. Nunca más volví a
ponérmela para salir, pero me gustaba usarla de pijama.
Para ese entonces ya me había
alejado de ella. Emprendimos distintos caminos y muy de repente extrañaba su
compañía, más en los inviernos, cuando dormía con la camisa verde que aparte de
protegerme del frío, sentía que aún olía a su perfume, porque cuando pasó aquel
accidente, horas antes habíamos estado juntos. De hecho, la catástrofe se debió
a los efectos del alcohol y la felicidad que me produjo el estar a su lado. Me
gustaba que oliera a su perfume, a pesar de las lavadas; incluso a la crema de
su cabello y, si la contemplaba con cuidado el semicírculo de la parte frontal
del cuello, se notaba una mancha de baba suya, que se le escurrió de sus labios
cuando se quedó dormida en mi pecho.
Tantos recuerdos lindos guarda lo
que hoy es un trapo viejo, que mi madre pone debajo de la puerta del balcón
para impedir que entren el polvo y algunos bichos. Totalmente descolorida,
deshilachada y descolorida, aún sobresale ese manchón, ahora anaranjado,
provocado por manchas de cloro. En eso ha quedado la vanidad de los veinte, en
una alfombra de mugre donde las cucarachas se limpian las patas.
Ajusto este escrito escuchando la
misma canción grosera de los Violadores del Verso que cité recientemente, y
mientras pienso en lo ridículas que son estas letras, me hace eco en las
neuronas la frase “mas si quieres ser feliz no analices, no hasta que tu alma
cicatrice”.
Medianoche del miércoles 15 de mayo
ASR