En alguna etapa de mi
adolescencia quise ser escritor. Inventé historias de ciudades desconocidas
para mí; describí gente a la que jamás traté, y precisamente por lo complicado
que es crear basándose en lo desconocido, sin fundamentos, fue que me abstuve de
seguir escribiendo.
Estoy atrapado por la literatura
rusa desde hace un par de años, tanto, que recién leí las primeras obras de mi
segundo escritor preferido, Fiodor Dostoievski, y después las de su paisano
Nikolái Gógol.
IMAGE: http://inlenivka.ru/
Son cuentos con ideas cortas, o
ideas completas pero con desarrollo a medias, pero narraciones buenas, que sin
duda fueron la estructura para que de ahí surgieran obras como “Los Hermanos
Karamazov” o “Almas Muertas”.
De Gógol apenas había leído este
último libro y uno que otro cuento en internet o libros recopilatorios. En la
pasada FIL compré “El Capote y otros relatos” y apenas tuve tiempo de empezarlo
hace dos semanas. El primer cuento se titula “La
Avenida Nevski”, y en los siguientes cuatro, incluido “El Capote”, aparece esta
vialidad relevante en San Petersburgo durante el Siglo 19.
Tres trágicas muertes envuelve mi fabuloso libro que me costó 40 pesitos mexicanos. En “La Avenida Nevski”, un
pintor de 16 años se enamora a primera vista de una prostituta, a la cual, en
su segundo encuentro, le pide matrimonio y promete ayudarla a “cambiar; al
recibir una humillante carcajada como respuesta, decide suicidarse”.
Después. En “El Retrato”, otro
joven pintor, ayudado por un cuadro demoniaco, sale de la miseria y se
convierte en un célebre artista. De
adulto, poseído por la envidia y los celos, se dedica a comprar las mejores
obras de sus compañeros para quemarlas, para que nada más resalte ante la sociedad el trabajo de
él.
Son personajes de San
Petersburgo, la ciudad donde creció Gógol, los que lo llevaron a convertirse en
un ícono de las letras universales. Debemos inmortalizar en nuestros
escritos a quienes tratamos, esas personas que las hemos visto de frente, que
leemos, o mejor dicho, tratamos de adivinar sus pensamientos, y de repente sí acertamos.
Se escribe sobre las expresiones
faciales de terror que vemos, podría ser en una madre que ve morir a un hijo. O un acto de venganza, como el que puede realizar un compañero de secundaria, víctima de bullyng; de lujuria, como aquel anciano maestro que desea
sexualmente a nuestras compañeras, y en demás rostros que vemos en nuestra casa, en nuestra oficina, en nuestra calle o en el camión en el que nos
trasladamos a la escuela, al trabajo, a una plaza para tomar café.
Es una leyenda urbana -como La
Llorona- la historia de Akaki Akákievich, aquel desdichado y modesto funcionario que se compra un capote con mucho
esfuerzo, el cual le es robado el día que lo estrena. El triste final, su nostálgica
muerte y la indiferencia del general lo convierten en un fantasma, al cual ya
todos conocen, contrario a cuando estaba vivo: aquí es donde radica la magia de
los escritores: inventar sobre personas originarias de países o ciudades que
desconocemos no tiene chiste.
¿Por qué no escribí, allá por el
2006 o 2008, sobre personajes parecidos a mis vecinos, a mis maestros, a mi ex
novia, a la que nunca quise ser su novia, o de la que nunca quiso ser mi novia?
Fácil de responder: primero, lo
creía aburrido, sin sentido, y de cierto modo existe el miedo en describirse a
uno mismo cuando se habla de otros, por eso recurrí a inventar aventuras que
jamás viví, y peor aún, que ni siquiera intenté o creí posibles.
En 2011, durante un breve curso
de redacción en cierto periódico, una ilustre profesora preguntó cuál era el
mejor periódico del mundo: ¿Wall Street, New York Times, Daily Mirror o Reforma
(jaaa)?
La respuesta era simple: el mejor
diario es el de nuestra ciudad. Como buenos ciudadanos y mejor aún, para entender nuestros problemas como sociedad, debemos interesarnos por lo que acontece en el entorno
del que somos parte, del realmente podríamos formular una explicación; así, los hechos que ofrecen los
medios, nosotros con toda la confianza los podemos aprobar o desmentir. Del "neoemperialismo ruso" del siglo 19, ¿En qué nos afecta? ¿O cómo podíamos inventar un personaje de ese espacio y lugar sin plagiar a Dostoievski o a Gógol?
Precisamente, las “Almas Muertas”, aquellos
ciervos fallecidos que Chíchikov intentó comprar, son la perfecta creación de
Gógol.
Gracias por leerme... ASR