23 de junio de 2014

Nikolái Gógol, un gran cronista

En alguna etapa de mi adolescencia quise ser escritor. Inventé historias de ciudades desconocidas para mí; describí gente a la que jamás traté, y precisamente por lo complicado que es crear basándose en lo desconocido, sin fundamentos, fue que me abstuve de seguir escribiendo.

Estoy atrapado por la literatura rusa desde hace un par de años, tanto, que recién leí las primeras obras de mi segundo escritor preferido, Fiodor Dostoievski, y después las de su paisano Nikolái Gógol.

IMAGE: http://inlenivka.ru/

Son cuentos con ideas cortas, o ideas completas pero con desarrollo a medias, pero narraciones buenas, que sin duda fueron la estructura para que de ahí surgieran obras como “Los Hermanos Karamazov” o “Almas Muertas”.

De Gógol apenas había leído este último libro y uno que otro cuento en internet o libros recopilatorios. En la pasada FIL compré “El Capote y otros relatos” y apenas tuve tiempo de empezarlo hace dos semanas. El primer cuento se titula “La Avenida Nevski”, y en los siguientes cuatro, incluido “El Capote”, aparece esta vialidad relevante en San Petersburgo durante el Siglo 19.

Tres trágicas muertes envuelve mi fabuloso libro que me costó 40 pesitos mexicanos. En “La Avenida Nevski”, un pintor de 16 años se enamora a primera vista de una prostituta, a la cual, en su segundo encuentro, le pide matrimonio y promete ayudarla a “cambiar; al recibir una humillante carcajada como respuesta, decide suicidarse”.

Después. En “El Retrato”, otro joven pintor, ayudado por un cuadro demoniaco, sale de la miseria y se convierte en un célebre artista.  De adulto, poseído por la envidia y los celos, se dedica a comprar las mejores obras de sus compañeros para quemarlas, para que nada más resalte ante la sociedad el trabajo de él.

Son personajes de San Petersburgo, la ciudad donde creció Gógol, los que lo llevaron a convertirse en un ícono de las letras universales. Debemos inmortalizar en nuestros escritos a quienes tratamos, esas personas que las hemos visto de frente, que leemos, o mejor dicho, tratamos de adivinar sus pensamientos, y de repente sí acertamos.

Se escribe sobre las expresiones faciales de terror que vemos, podría ser en una madre que ve morir a un hijo. O un acto de venganza, como el que puede realizar un compañero de secundaria, víctima de bullyng; de lujuria, como aquel anciano maestro que desea sexualmente a nuestras compañeras, y en demás rostros que vemos en nuestra casa, en nuestra oficina, en nuestra calle o en el camión en el que nos trasladamos a la escuela, al trabajo, a una plaza para tomar café.

Es una leyenda urbana -como La Llorona- la historia de Akaki Akákievich, aquel desdichado y modesto funcionario que se compra un capote con mucho esfuerzo, el cual le es robado el día que lo estrena. El triste final, su nostálgica muerte y la indiferencia del general lo convierten en un fantasma, al cual ya todos conocen, contrario a cuando estaba vivo: aquí es donde radica la magia de los escritores: inventar sobre personas originarias de países o ciudades que desconocemos no tiene chiste.

¿Por qué no escribí, allá por el 2006 o 2008, sobre personajes parecidos a mis vecinos, a mis maestros, a mi ex novia, a la que nunca quise ser su novia, o de la que nunca quiso ser mi novia?

Fácil de responder: primero, lo creía aburrido, sin sentido, y de cierto modo existe el miedo en describirse a uno mismo cuando se habla de otros, por eso recurrí a inventar aventuras que jamás viví, y peor aún, que ni siquiera intenté o creí posibles.  

En 2011, durante un breve curso de redacción en cierto periódico, una ilustre profesora preguntó cuál era el mejor periódico del mundo: ¿Wall Street, New York Times, Daily Mirror o Reforma (jaaa)?

La respuesta era simple: el mejor diario es el de nuestra ciudad. Como buenos ciudadanos y mejor aún, para entender nuestros problemas como sociedad, debemos interesarnos por lo que acontece en el entorno del que somos parte, del realmente podríamos formular una explicación; así, los hechos que ofrecen los medios, nosotros con toda la confianza los podemos aprobar o desmentir. Del "neoemperialismo ruso" del siglo 19, ¿En qué nos afecta? ¿O cómo podíamos inventar un personaje de ese espacio y lugar sin plagiar a Dostoievski o a Gógol?

Precisamente, las “Almas Muertas”, aquellos ciervos fallecidos que Chíchikov intentó comprar, son la perfecta creación de Gógol.

El fraude que con tanto ingenio planeó Paul Ivanovich para presumir bienes inexistentes, y el colorido que nos da de las carreteras, los mujics, las esposas e hijas de coroneles, los salones de baile, las carcajadas de un obeso y comprensivo amo, el rencor de un funcionario envidioso, entre muchos otros detalles, nos indican que un verdadero escritor, ante todo, es un extraordinario cronista del suelo que lo vio nacer.

Gracias por leerme... ASR

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