24 de noviembre de 2017

Los martes son noches de pirofobia

Martes 25 de julio de 2017

Después de abrir la llave del tanque de gas, sujeté la bombilla (creo así se llama el tubito rojo que ayuda a encender el piloto) y giré la perilla hasta el nivel máximo. No apareció el flamazo. Transcurrieron veinte segundos, y nada. Entonces lo apagué, cerré la llave y lo primero que pensé fue: “es martes”, y me retiré asustado.

Hace justo una semana, el martes 18, me quemé la mano. Fue mi culpa. Ya no recuerdo por qué tenía tanta prisa, pero hice exactamente lo que menciono en el primer párrafo, sólo que, como no apareció la gran llama que indica que el agua se calentará en menos de 10 minutos, cometí la estupidez de abrirle más a la llave del gas y enseguida volví a utilizar el encendedor.

Gran error. A la primera chispa salió un flamazo; instintivamente me cubrí con mi brazo derecho y quedé aturdido un par de segundos. Me sentí como Tom Hanks en su papel del Capitán Miller, cuando contempló los disparos de un pelotón nazi mientras el soldado Ryan se acercaba para auxiliarlo, y de repente sonó un estallido proveniente del cielo causado por los aviones estadounidenses P-51, o “ángeles de la guarda”, como según explicó el propio James Francis Ryan. Juro que ese es el efecto que puede causar un calefactor, y me quedó claro por qué mi madre ya no lo prende desde hace tres años o más, cuando le sucedió algo similar, aunque sin quemarse.

Cuando reaccioné y supe que estaba en el balcón de mi casa y no en algún poblado de Francia durante la recta final de la Segunda Guerra Mundial, mi piel empezó a arderme. El antebrazo estaba totalmente rojo, sin un solo vello sobreviviente en la parte superior; parecía carbonizarse, como un pollo que recién empieza a girar en el asador.

Unas insignificantes ampollas me hicieron recordar al desdichado piloto que capturó ISIS para quemarlo vivo dentro de una jaula, y también unas fotos que vi hace años, de un accidente automovilístico en la carretera a Tequila, donde un señor murió completamente calcinado, las cuales no me permitieron dormir bien aquel día.

Así quedó mi brazo aquella noche triste de un martes de julio: las fotos no le hacen justicia a mi dolor... no exagero 

Bajé a toda prisa, con el temor de que surgiera alguna otra explosión. Usé una pomada de esas que venden a 10 pesos en los camiones y lo único que no curan es el sida. Me vi en el espejo, porque también me ardía un poco la cara. Mis cejas tenían capas de ceniza, pero afortunadamente eran muy ligeras y me las quité con un dedo. Mis pestañas de arriba parecían estar un poco enchinadas, mientras que las inferiores, simplemente desaparecieron.
Eran las 8:30. Vi la televisión como una hora y después traté de leer. A las 10 decidí subir de nueva cuenta, para prender el boiler, pero no me atreví. Cerré los ojos, queriendo dejar la mente en blanco, diciéndome a mí mismo que fue un error por permitir que se acumulara gas en los tubos internos del boiler y que en ningún momento ocurriría una catástrofe mayor. Pero se me dificultó convencerme de que mi casa no volaría en un tercer intento.
Fue hasta las 11 que, dudando en dar cada paso y con la mano temblorosa al sujetar el encendedor, volví a abrir la puerta del balcón. Giré la llave del tanque y percibí que todo el cuarto olía a gas. Pero sabía que era una mala pasada de mi cerebro. Respiré profundamente y fijé la perilla en modo piloto, apachurré la bombilla y di un fuerte suspiro cuando apareció una flamita azul. Esperé a que se estabilizara y unos cuantos segundos, después di el giro hacia la derecha y ¡boom… resopló el fuego!
Volví a la planta baja de mi casa, aturdido y miedoso, aún creyendo fielmente en que podría explotar el cuarto. Quince minutos después regresé para apagar el boiler. Estaba lavando mi cabeza cuando apareció un desagradable olor a quemado: mis greñas también fueron víctimas del accidente. Mi mano “siniestrada” estaba en peores condiciones: apestaba a hollín.
Con la regadera abierta recordé que tengo miedo a perecer achicharrado, y las veces que les platicaba a mis conocidos que cuando viniera por mí la huesuda, me tiraran al mar en vez de enterrarme, porque es preferible que te coman los peces que los gusanos… ideas estúpidas de cuando estaba en la prepa y quería encontrarle dignidad a mi cuerpo después de nuestra estancia terrenal. Luego tracé mi árbol genealógico hasta la época glaciar, tratando de imaginar a mi tatarabuelo cromañón en una situación similar, tratando de domesticar el fuego... En fin.
Ya mientras me secaba y ponía demasiada crema en las partes afectadas, recordé que, inspirado en Sid Philips en su rol de torturador de vaqueros miedosos, cuando estaba en la primaria quemé con mi lupa varios objetos, como muñecos nenuco y hojas secas, así como… me duele en el alma redactarlo, varios insectos, como hormigas y grillos (lo confesaré también en el infierno, es promesa). Amaba la sensación visual que producía el reflejo del sol sobre la lente de la lupa: visiones nubladas en tonos verdes, y parecía que volabas. Ahora entiendo por qué jamás he necesitado drogas.
Observé el reloj luego de escribir estos recuerdos: la compu marcaba las 00:03, o séase, no había de qué asustarse, porque ya era miércoles 26. Salí al balcón y el boiler se encendió como de costumbre y lo apagué en 10 minutos. Estaba lloviendo, y lo que ahora recordé es que a mi madre no le gusta que nos bañemos cuando llueve, porque teme que caiga un rayo y nos fulmine. Y enjaboné mi cuerpo con la incertidumbre de si es posible morir achicharrado mientras te bañas, a causa de un rugido que caiga desde el cielo. Todo esto por un incidente menor, pero es que somos insignificantes ante el fuego.

ASR

18 de noviembre de 2017

El camión es para los obreros


Capítulo I
Viernes 8 de septiembre de 2017. “Iniciativa incluyente para los obreros”

Aquella tarde de septiembre salí a las 6:30pm de una junta de trabajo. Tomé una bicicleta pública y solo avancé dos cuadras, pues no le vi caso pedalear 15 minutos hasta la terminal del camión para alcanzar lugar y continuar con la lectura. Preferí tomarlo al cruce de Chapultepec, la avenida donde me encontraba, sin importar si vendría lleno de gente. Total, por la mañana leí más de 20 hojas y aunque fue una semana muy tranquila, no quise volver a sacar de la mochila mi libro de “El Diario de un Escritor” y preferí escuchar música.

Antes de doblar para estacionar la bici, un minibús de la ruta 629-B me cerró el paso y bajó a varios pasajeros, entre ellos un muchacho de entre 20 y 25 años, que me llamó la atención primero por la forma tan extraña en que me miró, y enseguida por su atuendo totalmente sucio. Caminé rumbo a la estación y muy pronto alcancé a dicho sujeto. Entre tanto transeúnte, no sé por qué demonios pensé que pretendía seguirme… o asaltarme, así que me fui trotando, por no decir corriendo.

En la parada había mucha gente esperando a los inmensos vehículos rojos. Transcurren varios minutos y sólo pasan los trolebuses, a los cuales suben muy pocas personas. Sin planes y sin prisa, podía esperar hasta media hora, como suelen tardar últimamente. De repente volteo por inercia y veo ahí al ex pasajero del 629-B, recargado en un poste. Es sorpresivo, porque soy pésimo para memorizar rostros y poner atención a los rostros.

Un par de minutitos después, en el horizonte, o mejor dicho, sobre Avenida Hidalgo, se apreciaron dos puntos rojos más grandes que los demás automotores. Conforme se acercaron, en ambos se distinguieron tres dígitos blancos -de cuales dos son ceros- en el parabrisas delantero. De inmediato nos formamos por orden de género y edad: primero las mujeres, después los ancianos, luego las personas que llevaban niños y luego quienes nos resignamos a irnos parados.

El primer bus, que se ve totalmente vacío, rebasó varios carros y se movió al carril central para no detenerse en la estación, pero al menos tuvo la delicadeza de hacer una seña de que atrás venía su compañero, y continuó su marcha a toda máquina. Su “pareja” esperó dos cuadras y avanzó lento hasta que se topó con nosotros. Llevaba muchos pasajeros de pie, por lo que probablemente ya no había asientos disponibles. Esas mugrosas mañas de la ruta 500, de irse en compañía una unidad infestada y la otra vacía, se perfeccionan conforme incrementa la tarifa del pasaje, y cumplen a la perfección su propósito de contagiarnos del malhumor de los conductores.

Después que subieron todos los ancianos de la fila, se congregaron como tres señoras más. Les cedimos el paso y cuando tocaba mi turno para subir, hice un gesto al “ex pasajero de la 629” para que pasara él primero y respondió con un ademán de gratitud. Mientras pisaba cada escalón, noté que su pantalón, y en sí toda su ropa y cuerpo, estaban machados de tierra y mezcla no del todo seca.

Desde el principio me dio muy mala espina este sujeto. Para su buena suerte, en el primer semáforo que nos tocó se bajó una muchacha que estaba sentada justo a su lado, y no desaprovechó la oportunidad de sentarse. Llevaba unos audífonos azules, bastante grandes, como de DJ, y supuse que debía estar escuchando banda o reggaetón. Pero me dejó con la duda, porque muchos fanáticos de estos géneros suelen reproducir las canciones sin auriculares y a todo volumen, con una postura de como si estuvieran haciendo un favor o como si los pasajeros debieran mirarlos con atención, al ser importantes por traer esa música. Pero no es el tema y no supe qué estaba escuchando. Talvez las noticias en la radio.

La única foto que pude tomarle al sujeto de los audífonos azules. El camión avanzaba rápido y no siempre es oportuno fotografiar pasajeros.

Es viernes y seguro fue una semana pesada para él, y también para algunos más que se transportaron en ese camión, como los más de seis hombres que se aplastaron en el asiento del pasillo y ni se inmutaron al ver que a su lado había seres del sexo femenino, algunas muy guapas y jóvenes, otras muy pasadas de años. Quizá los viernes que no son de quincena es cuando llegamos con más mal humor al salir del trabajo rumbo a casa, o a lo mejor simplemente los obreros reclaman lo suyo. ¿Por qué cederles el asiento sólo porque son mujeres?

Este transporte masivo es para los trabajadores, aquellos que lo toman donde concluye la ruta y se bajan en la terminal, para caminar un par de cuadras y esperar otro camión o quizá dos más. Son ellos quienes merecen ir sentados y creo que hasta debería de incluir su estatus de “obreros” en los asientos preferenciales; se lo merecen, porque son quienes más mueven esta clase de economías de transporte.

En una sociedad machista-pro-feminista-doble-moralista como la tapatía, de repente es incómodo ver hasta cuatro o cinco lugares ocupados por hombres, con varias mujeres de pie, mientras el camión avanza a paso lento. Lo menciono porque desde hace unos cinco años adopté la costumbre de leer en el bus y solamente dejo de hojear si quien se pone a mi lado es una señora mayor, si lleva una bolsa muy grande u otros objetos o niños. Incluso sedo el espacio a los ancianos que aparentan cansancio.

Además no todas las féminas exigen sentarse en el camión. Recuerdo que hace ya mucho tiempo, como 10 años, una señora batallaba para equilibrarse porque de la mano llevaba a un niño con uniforme de preescolar. En cuanto la vi me levanté para que se sentaran ambos, pues el otro lugar estaba vació. La doña, que debía tener entre 35 y 40 años, rechazó mi cortesía y de pronto, dos señores panzones, que rondaban los 50 años y parecían compadres, ocuparon los dos asientos. Me dio coraje porque los susodichos platicaban estupideces y como a las dos cuadras el microbús se infestó de gente y aún estaba lejos de casa. Era un 258.

Pero el de aquella tarde de septiembre del 2017 era de la ruta 500, cuya estación principal está en lo más cercano de Oblatos y su destino es apenas en los Arcos de Vallarta, muy cerca de la Minerva. Son más extremas las historias del 25, el 27, el 101, el mismo 258, o ni qué decir del poderoso 380. Me consta.
Los autobuses se crearon para las clases bajas, a las que pertenecen aquellos que no pueden pagar transvales, que quizá jamás utilizaron uno porque no estudiaron, o si estudiaron, fue hasta la primaria y eso sucedió hace varias décadas, y, como aún no son ancianos, que tampoco pueden recibir “vienebales o como se llamen esos apoyos al transporte para adultos mayores que otorgan los gobiernos del PRI.

Hay quienes pagan hasta 42 pesos diarios para cumplir con un compromiso laboral en el que reciben un sueldo de 700 u 800 semanales. Da escalofríos multiplicar el gasto del transporte semanal y dividir el resto entre caguamas y el gasto para el hogar. 

En esta ciudad repleta de “feminazis” y masculinos que demuestran su caballerosidad cediendo el asiento en los camiones, creo que debería proponerse una “iniciativa incluyente” que promueva a los obreros como dignos usuarios distinguidos de los asientos amarillos de hasta adelante, o mejor aún, agregar un par más, si es posible de otro color, para que viaje descansando al menos una de esas almas grises que labran los nuevos edificios de la ciudad, o que escarban las calles que tal vez al poco tiempo volverán a estar llenas de baches. Porque ellos (sí, ellos… hay poquitas mujeres obreras, debe ser una por cada mil albañiles o peones) merecen descansar, al menos un viernes de regreso.

Deberíamos de tenerles compasión, como sucede con los damnificados por temblores o huracanes, cuando todo el país se torna caritativo durante el lapso de una semana, aproximadamente. Pero los obreros no están del todo jodidos, talvez porque tienen el lujo de tomar cerveza, y sólo en la absoluta miseria nos apiadamos del prójimo. Como dice Fiodor Dostoievski en su diario: “el sufrimiento despierta compasión, y a menudo la compasión va de la mano con el desprecio”.

PD: ¿Por qué desprecié a ese sujeto? ¿Qué me hizo? ¿Cuántos imbéciles más habrán creído que podía asaltarlos o que estaba escuchando banda? Espero ser el único. ¿Por qué mi extrema defensiva, si no llevaba mucho dinero en la cartera, ni mis tenis preferidos, ni ningún artículo de valor, aparte del “¿Diario de un escritor”, que difícilmente un delincuente ordinario arrebataría de las manos a un fanfarrón?
Capítulo II
Jueves, 16 de noviembre de 2017. “Monólogo de un dedo meñique sucio”

“¿Y el marido qué dice?” Preguntó una señora a otra en cuanto se detuvieron enfrente de mí, al ver que les ganaron los dos últimos lugares disponibles que quedaban hasta el fondo del camión. Pensé agregar el “diálogo” que escuché la mañana del jueves 16 en este texto que dejé a medias desde septiembre, donde “promuevo” que un obrero tiene derecho a viajar sentado en el bus. Me sentí uno de ellos solo porque iba tarde a trabajar (A las 8:50 seguía en Oblatos y debía estar en pleno Centro a las 9) y el Uber no avanzó, al menos en el mapa de Google, en los cinco minutos de espera, y cancelé el servicio.

Tomé un camión 500, lo cual no sucedía más o menos desde septiembre. Aquí va la historia del “diálogo”, que más bien fue monólogo, porque la primera mujer, la que preguntó por el esposo de su amiga, casi no intervino. No es que uno sea chismoso, pero estaban junto a mí, y sin titubeos detallaron asuntos muy privados, que a otras personas les daría pena contar ante tanta gente, mientras yo trataba de concentrarme en las últimas páginas de “Lo bello y lo triste”, del escritor japonés Yasunari Kawabata.

Y justo es una historia triste la que trataré de explicar, porque aún no distingo el nombre que se les da a los familiares políticos. El hijo mayor de la “señora entrevistada” se casó, pero se quedó a vivir en casa de su mamá, con todo y mujer. Este hijo, que no fue concebido por su actual esposo, se mudó a Estados Unidos, y por equis o ye razón, su aún cónyuge, que permaneció en la casa de su suegra, se enteró que tiene otra pareja allá en el “otro lado”. Como venganza, la ofendida mujer se escapó con el padrastro de su marido, quién sabe adónde.

Todo este lío lo contó como si estuviera leyendo un texto corrido, con una coma cada 10 renglones. Digo renglones porque recitó de corrido toda la historia, sin hacer el breve respiro que generan los puntos. Ni siquiera un punto y coma. El esposo contactó por teléfono a los dos hijos que tiene con ella, pero no ha podido, o no ha querido verlos, ni mandarles dinero. Uno va terminar la prepa y ella le adelantó 400 pesos de navidad para un viaje a la playa, y del otro no recuerdo datos.

La escuché como por 15 minutos, sin mirar su rostro porque fijé ambos ojos en el libro, aunque no pude concentrarme en la lectura. A pesar de tener un timbre de voz muy quedito, la señora narró sus penas con un tono de impotencia y desesperación que fue imposible no prestarle atención. No me atreví a voltear a verla, pero vi su mano derecha, con la que se sujetaba en el respaldo del asiento de adelante. Su uña del dedo pulgar estaba muy sucia, llena de tierra. Supuse que tiene muchas plantas en su casa.

Uno de los asientos de la hilera de atrás se desocupó y su acompañante se sentó de inmediato. Enfadado por la historia tan loca, y más porque no podía leer con atención (de repente puedo hacerlo mientras el chofer escucha banda o cumbias, pero hoy fue imposible), decidí pararme y alejarme de ahí. Aunque eso sí, primero quise ver la cara de las dos señoras. La entrevistadora tenía su cabello lleno de canas, sólo eso recuerdo, mientras que el de la “doñita abandonada” era muy negro. También noté con atención su rostro lleno de verrugas. Supongo que ambas rondan los 50 años de edad. A pesar de estar separadas siguieron conversando.

¿Qué hago en el camión escuchando esas historias? Este es el precio por no ceder el asiento, por pensar que los principales privilegiados en el trayecto laboral, deben de ser precisamente los obreros, y no las viejitas chismosas que talvez utilizan “bienevales”. Por fortuna, la cita de las 9 inició 9:40 y no hubo problemas por mi impuntualidad.

PD: Es diciembre y los camiones 500 han cambiado mucho en tan solo dos meses: ya no son rojos, sino verdes como la mayoría; ya pasan cada hora o cada dos horas, y no cada 40 minutos, y la caseta que está a dos cuadras de la Glorieta del Obrero ya no es su estación.

Capítulo III

Viernes, 17 de noviembre de 2017. "Pasajero vergas, chofer aún más vergas".

“Por sus huevos” se subió al camión sin pagar y caminó hasta el fondo. Tiene 20 años, o quizá 25. Es que no lo vi bien, porque la visera de su gorra negra estaba bastante doblada y le tapaba gran parte del rostro. Hablaba con acento ranchero y cholo a la vez. O llano y bravucón, para que se entienda mejor.
 
Esta mañana me desocupé muy temprano del trabajo y, víctima del capitalismo, la globalización y otros males sociales, tomé el 629 rumbo a Plaza Galerías, en busca de un descuento atractivo: inició la séptima edición del “Buen Fin”. Había muchos asientos vacíos, me coloqué en medio y abrí mi libro, en el prólogo de “La Prima Bette”, de Balzac (anoche terminé en casa ‘Lo bello y lo triste’, el cual tiene un final predecible y, a mi parecer, decepcionante).

En el siguiente semáforo de La Minerva se subió el protagonista (¿o antagonista?) de este capítulo. “No tengo dinero y los otros me traen en chinga… ya mejor vete todo pa’ delante”, respondió de mala gana al conductor, como retándolo, cuando le reclamaron su actitud nada ejemplar. Ofendido, el chofer no avanzó con el siga del semáforo y se levantó, sin antes advertir: “pagas o te bajas”.

También el chico maleducado se puso de pie y sacó un billete de 20 pesos. Se acercó hasta el volante y se lo entregó al conductor, quien le dio su boleto y el cambio. Enseguida se sentó en el primer asiento preferencial, el amarillo individual que está justo detrás del chofer. Dejé de leer, en espera de que algo trágico sucediera en el camión, porque el tipo realmente se veía mal.

Pronto se volvió a cambiar de asiento. Se movió a la otra hilera, donde yo estaba. Talvez lo encandiló el sol. Cerraba los ojos, como pretendiendo arrullarse, pero de repente hacía ademanes con los que parecía estar cantando hip-hop, aunque hablaba en voz muy baja y no entendí su accionar. Tal vez hablaba consigo mismo.

Me bajé primero pensando en que habría sido interesante mirar el final entre ambos personajes. Se me quedó grabada una frase del chofer, cuando le preguntó “¿por qué no dijiste antes que no traes dinero?”. Lo expresó en un tono comprensivo, como dándole a entender que existía una posibilidad de que lo hubiera dejado pasar sin pagar, en caso de haber actuado de otro modo.

De regreso tomé otro 629 en lugar del 27 que me lleva directo a casa, pensando en que soy 2 mil pesos más pobre. Aún creo que los asientos amarillos, esos que muy frecuentemente hay hasta cuatro disponibles mientras el pasillo está infestado de gente, sí puede utilizarlos un obrero, siempre y cuando pague su boleto y respete al chofer y a los pasajeros.

PD: Justo en el semáforo de La Minerva, ahora antes de cruzarla en este sentido poniente-oriente, vi a un niño de unos 6 años maquillado como payasito. Lanzaba pelotas durante el alto, cinco a la vez, y muchas se caían. El conductor de una camioneta le dio monedas y cuando la luz verde se encendió, el pequeño se reunió con una pareja de adultos, dos mujeres, y otros cinco niños en apariencia menores que él.



Estaban afuera del Burger King y los niños se veían muy felices, con unas coronas cartón que adornaban sus cabezas. Me sentí mal conmigo mismo y envidié sus sonrisas sinceras: se notaba que disfrutaban el momento. Debieron aprovechar una buena oferta por el Buen Fin. Sólo espero que todos ellos sean familia y más de uno recuerde esas risas por muchos años. 

ASR

4 de noviembre de 2017

¿Por qué no ha debutado el ‘Mochis’ Arias en primera?

¿Por qué no ha debutado el ‘Mochis’ Arias en primera, si se parece a Oswaldo Sánchez? Es lo que me pregunté luego de ver un reportaje del arquero titular de la Selección Mexicana Sub 17 durante el Mundial de Perú 2005.

Sergio Arias, campeón Sub 17 en 2005, actualmente no está registrando en ningún equipo profesional


En el video de ESPN, publicado en octubre de este año, refieren que Sergio Arias manejó más de ocho horas para jugar en un torneo amateur del Estado de Morelos, en el equipo Vila Cocoyoc. La reportera Marisa Lara destaca que la trayectoria del arquero sinaloense se desarrolló en la Liga de Ascenso, y únicamente en el Apertura 2010 fue registrado en el primer equipo de las Chivas. Al escuchar este apunte, mi memoria se activó para evocar mis primeras experiencias en el periodismo deportivo.

Recién había iniciado el mes de agosto y yo buscaba ganarme un puesto de reportero en un importante periódico de Guadalajara. Era viernes y la novedad de Verde Valle es que a San Luis Potosí viajarían cuatro juveniles que no habían debutado en el primer equipo: Jesús “Chapo” Sánchez, Dionisio Escalante, Michel Vázquez y el “Mochis” Arias, debido a que, a mitad de semana, el Rebaño debía disputar la Final de la Copa Libertadores en el recién inaugurado Estadio Omnilife, y muchos titulares debían descansar para encarar al 100% al entonces poderosísimo y actualmente descendido Inter de Porto Alegre, comandados por el astro argentino Andrés D’Alessandro.

En la rueda de prensa, el estratega José Luis Real dejó entrever la posibilidad de que más de uno de ellos podría participar en el partido. Entonces un periodista le preguntó si por fin se realizaría el debut de Arias en Primera División, ya que Víctor Hugo Hernández, el guardameta suplente, estaba lesionado. El “Güero” Real aseguró que no había tomado una decisión al respecto.

Busco información precisa y encuentro una nota de Televisa Deportes titulada “Gana Chivas con jóvenes”. El segundo párrafo resalta que debutaron tres futbolistas: Sánchez, Escalante y Vázquez, todos los que viajaron, a excepción del arquero. En aquel encuentro correspondiente a la Jornada 3 del Apertura 2010 alineó Luis Michel, quien tal vez se encontraba en su mejor momento (fue convocado al Mundial de Sudáfrica como tercer portero, pero hay quienes aseguran que Javier Aguirre le tenía más confianza a él que a Guillermo Ochoa. Segundo paréntesis: el titular terminó siendo Oscar el “Conejo” Pérez).

Imagen de la nota donde se destaca que Chivas utilizó jugadores jóvenes: curiosamente, al fondo se ve al guardameta Rojiblanco, que bien pudo ser el "Mochis".


Para mala suerte del campeón Sub 17, durante ese torneo Michel no se lastimó ni fue expulsado, o tampoco se dejó anotar un gol, como se asegura que sucedió en aquella ocasión que debió entrar de emergente al 89’ ante Monterrey y poco o nada hizo ante un remate sencillo de Humberto Suazo, si mal no recuerdo: es un simple rumor de vestidor. Concluyó el torneo y Hernández regresó a su puesto como suplente, por lo que Arias, una vez más, debió probar suerte en la entonces “Primera A”. Se fue prestado a Irapuato, y al año siguiente a los Alebrijes de Oaxaca.

Coras de Tepic, Mérida FC, Lobos BUAP y Cimarrones complementan su recorrido como profesional: no se le volvió a brindar otra oportunidad en el Rebaño, y ningún club consolidado en el máximo circuito le abrió las puertas, ni como segunda opción. Vale la pena retroceder hasta aquella competencia juvenil y nostálgica de Perú en 2005, y analizar el panorama del Rebaño de ese entonces y de los siguientes dos años.

En 2005 sorprendieron a propios y extraños, porque parecía imposible que un conjunto mexicano fuera capaz de ganar algún otro torneo internacional que no fuera la Confederaciones del 99. Jóvenes que no aún no cumplían la mayoría de edad nos permitían soñar que tendríamos jugadores élite capaces de competir en una final de Mundial: Carlos Vela era digno de compararse con Hugo Sánchez; Giovani Dos Santos llevaba el ADN brasileño que faltó en Cuauhtémoc Blanco, Ramón Ramírez o Benjamín Galindo, y a Sergio Arias, un cronista se atrevió a llamarlo “el Oswaldito”.

Y es que tenía la pose de Oswaldo Sánchez y se notaba que emulaba sus vuelos; también hacía los mismos ademanes y gestos, gritaba como él cuando acomodaba la defensa y ordenaba que salieran para pescar en fuera de lugar al delantero rival. Y ni qué decir de los festejos de los goles: hasta se peinaba como el arquero que sería el titular del Tri en Alemania 2006. Había razones de sobra para creer que se trataba de un futbolista con un futuro brillante, que podía competir con Talavera y Guillermo Ochoa, quien debutó a los 18 años en 2004, mostrando habilidades similares a las de arqueros como Adolfo Ríos y el mismo Sánchez.

En todas las notas referentes a Perú 2005, destacan que Arias sólo recibió 3 goles y realizó grandes atajadas, una de ellas en la gran final ante Brasil, partido en el que estuvo a la altura de Dos Santos y Vela, quienes partieron a Europa a reportarse con las divisiones inferiores del Barcelona y el Arsenal. El “Mochis” fue registrado con el Tapatío, filial del Guadalajara.

En 2006, Luis Michel regresó a Chivas porque Talavera no cumplió con las expectativas de ser un digno suplente, y en diciembre de ese mismo año, días después de conseguir el campeonato, se va Oswaldo Sánchez a Santos. El Chepo De la Torre decide que Michel debe ser el titular, pero el nombre de Arias no aparece en el primer equipo. Pero esa no fue el trago más amargo del 2007 para el meta sinaloense: no sólo sorprendió ver a otro arquero de titular en el Mundial Sub 20, sino que ni siquiera fue convocado.

Pareciera que el cambio generacional de arqueros de México avanzaba a toda velocidad, sin respetar procesos: de los tres que asistieron a Perú 2005, sólo Jesús Gallardo viajó a Canadá, también como tercera opción. Rodolfo Cota (irónicamente, actual figura de Chivas) y Alfonso Blanco, ambos del Pachuca, relegaron a Arias y a Cristian Flores. También se debe recalcar a Jesús Corona, quien tras abandonar el Atlas, demostró ser un portero élite y se apuntó como el relevista de Oswaldo en la selección nacional.      
Sergio Arias parecía tener todo para figurar con las Chivas.


Patricio Araujo y Omar Esparza debutaron en menos de un año de aquel campeonato. Nuevos porteros rojiblancos surgieron, como Sergio Rodríguez, quien debutó de manera espectacular atajando un penal a Miguel Sabah, en el Estadio Azul… y fue todo lo que logró en su carrera; Liborio Sánchez, un tipo alegre y vivaracho, similar al “Mochis”, pero que para su fortuna sí pudo debutar en primera división e incluso brilló en un par de partidos de Copa Libertadores y después fue verdugo de las Chivas en una liguilla, jugando para el Querétaro; Miguel Jiménez, figura en una reciente final de la Copa MX, al atajar varios penales, o Antonio Rodríguez, quien busca repuntar su carrera en los Xolos de Tijuana luego de perder la titularidad ante Cota y pasar sin pena ni gloria en León.  

El clímax del video nos apunta que su frustración por no debutar ha quedado en segundo plano: ahora está enfocado en la salud de su hija, de 5 años, quien nació prematura, a los 8 meses, “con parte del cerebro expuesto, la cadera dislocada y manos y pies sin terminar de formarse”. La pequeña ha sido operada en cinco ocasiones y Sergio confía en que sea la última. No sé cómo nombrar al sentimiento que me produjo verlo portereando con una camisa del América, talvez pirata, en un campo de fútbol llanero.

Este año, Arias fue dado de baja de los Cimarrones de Sonora, donde según Wikipedia, los actuales arqueros son Joel Gutiérrez, de 24 años y surgido del Querétaro; Gabino Espinoza, de 26 y formado en las fuerzas básicas del conjunto sonorense, y Ángel Ruvalcaba, cuyo perfil no ha sido creado, pero de acuerdo con una nota del año 2015, es hermosillense. Ninguno de ellos tampoco ha debutado en Primera División, aunque probablemente tengan más posibilidades que el ex Chiva.

Busqué más información y encontré un video de Televisa Deportes donde también el “Mochis” es el protagonista. Se titula “Sergio Arias: un héroe que no figuró”. Lo curioso de este material, publicado el 12 de junio de 2017, es que uno de los entrevistados es José Luis Real, quien se dice sorprendido porque el campeón sub 17 no ha debutado. Digo “curioso”, porque en la entrevista asegura que el meta sinaloense es un jugador colmado de cualidades y tal vez era el que más trabajaba en los entrenamientos, y sin embargo, no se atrevió a brindarle la oportunidad en aquella jornada 3 del Apertura 2010, en un partido que el Rebaño nada tenía que perder.

En 2010, precisamente el torneo anterior en que "Mochis" fue registrado en el primer equipo, se fue Javier “Chicharito” Hernández de Chivas y menos de un año después debutaron a Erick “Cubo” Torres, el atacante que más se le parecía; cuando Cuauhtémoc Blanco dejó al América en 2007, hubo quienes decían que su sucesor sería Juan Carlos “More” Mosqueda, quien en un par de torneos demostró no estar en ese nivel, y sin embargo logró encontrar cobijo en varios clubes, debido a esa absurda comparación. Pero la misma suerte no estuvo del lado del “Oswaldito”.

Aquí en Gudalajara existe un columnista muy solicitado, que podría decirse que conjuga su nombre con un santo y un resbalón. O algo así. Este “periodista anónimo” gusta de escribir casos de futbolistas que pierden el piso o se marean en un ladrillo; cuando menciona algún caso actual, uno de sus principales ejemplos suele ser Arias. ¿Pero acaso todos los jugadores que se desubican son castigados con no debutar en Primera División? Lo cierto es que, como alguna vez dijo Oswaldo Sánchez en una entrevista: “en la cancha, la posición más ingrata es la del portero”.

P.D: Chivas ganó aquel partido de agosto de 2010 ante San Luis. 1-0, con un golazo de Marco Fabián:




ASR