Después de cuatro años lo volví a
ver y un impulso instintivo guió mis manos hacia los bolsillos, para comprobar si
tenían monedas. Como en aquel primer encuentro, no pidió permiso al chofer:
pagó el pasaje como todos los demás, afinó su guitarra y comenzó a cantar, de
nueva cuenta en inglés, y otra vez una canción desconocida para mí.
Sombrero claro de paja; bigote
entre hippie, inglés y galo, según una
publicación que recién busqué para este escrito, y su cabello amarrado en
una colita: este músico urbano anglosajón, de entre 50 y 60 años, portaba
exactamente el mismo look que aquella vez. Lo que no recuerdo bien es el día,
si fue lunes o viernes, pero eran finales de marzo, y ahora quien concluye es
abril.
Es él el cantante gringo, quien, en 2014 supuse que debía llamarse John, Robert, o James
Lo que no olvido es que me
encontraba bastante irritado, en contraste de ahora, que estaba sumamente
feliz, porque minutos antes una bellísima mujer –una “crush”, dirían los
millenials- me preguntó mi nombre y al despedirse, casi me besa en la boca. Por
si fuera poco, en el televisor de una paletería ubicada donde espero el 258
(-¡cuántas historias en esta esquina, el cruce de Avenida México y
Chapultepec!) vi que las Chivas estaban ganando 2-1 allá en Toronto, Canadá.
Pero hablemos de las penas, que son la parte esencial de
este relato. Aquel horrible día primaveral del 2014 sufrí una fuerte decepción
en el trabajo y me llené de odio y resentimiento, como no me había pasado en
más de 10 años. Al salir de la oficina tomé el camión, también un 258, y vi
cuando subió este señor que, al ver su aspecto “agringado”, surgió mi lado
xenófobo, me transformé en Juan Escutia y escupí todo mi veneno sobre este
cantante a tal grado, que en cuanto llegué a mi casa escribí un relato que
aún conservo.
Me da vergüenza mencionar lo que redacté
aquella medianoche y me limitaré a referenciar breves citas, pero me basta
decir que, al pobre señor nadie le dio una sola moneda, lo vieron con
indiferencia, y se bajó muy desanimado, quizá más de lo que yo me encontraba, y
me dio gusto su situación. “¡Yankee, go home!”, debió gritarle mi alma cuando
salió del camión cabizbajo.
“El semblante del gringo
alicaído, quien con dificultades hablaba tanto el inglés como el español, y al
cual ignoré y ofendí- entre otros motivos- bajo el absurdo argumento de solidarizarme
con nuestros paisanos discriminados en Estados Unidos... ese semblante triste
suyo, retumbará en mis entrañas durante un chingo de tiempo”, se lee en mi
texto que redacté el viernes 4 de abril de 2014, a las 22:10 horas.
Después llegó el remordimiento:
“¡Maldita globalización, que
ocasionas que ancianos rubios canten en camiones tapatíos, en vez de que le den
cinco o 10 dólares de propina a mis primos costeños, te odio!”, agregué, y
palabras más, palabras menos, mencioné que a los 18 años tenía mucho miedo de
volverme anciano y terminar loco e indigente. Supuestamente, en 2014 ya había
superado ese miedo, pero mentí en mis letras, porque persiste ahora que me
encuentro ya en la tercera década.
“Juro que me visualicé en los
ojos azules o verdes pálidos de aquel señor que en la tapa de su guitarra
llevaba una armónica, y bajo un pequeño sombrero, a la altura de la nuca, se le
ocultaba una pequeña cola de cabellos canosos y rubios; me vi persiguiendo los
camiones, y cuando mi madre me recuerda los días que faltan para la quincena”.
Basta de citas. Aquella noche
quise regresar el tiempo y darle los 4 pesos que tenía. Talvez
pagué el pasaje con una moneda de 10 y me regresaron cuatro de a peso y es lo único que
traía. No lo sé.
Hoy el camión no iba infestado de
gente como aquella ocasión, y mientras el señor seguía tocando, una chavita le
dio varias monedas antes de bajarse. Fue un gran momento, y sentí que mi bella
ciudad se disculpaba con aquel foráneo, quien extrañamente habla como si fuera su primera visita a este país, como aquellos gringos que comienzan a
tararear sus primeras palabras en español. Lo menciono porque generalmente los gringos que aquí viven, no tardan en hablar con fluidez nuestro idioma, más allá de su acento chillón.
"Gracias por escuchar",
dijo este martes en un tono gringo al concluir el primer tema, que, de nueva
cuenta, jamás había escuchado. O talvez fue el mismo que interpretó aquel
viernes de abril del 2014. "Ahora cantaré este clásico en español, y mal
pronunció "La Bamba", que cantó rápido y a medias, como si llevara
prisa y no quisiera bajarse hasta el centro, sin antes despedirse y decirnos "que
tengan un lindo fin de semana", ¡sí, en pleno martes!
Y así canta el gringo...¿y qué tal si es canadiense?
Talvez sea su frase de despedida,
o talvez eso quiso decirnos hace 4 años a quienes fuimos groseros con él y
ahora que volvimos a coincidir, de su inconsciente surgió esa frase. No lo
creo, debo estar alucinando, lo que sí es cierto es que le di la moneda de 10
pesos con la que tenía pensado comprar una coca de 400 ml. Así es como me disculpé con él y conmigo, con una moneda que vale medio dólar.
PD: Compartiré gran parte del primer escrito, omitiendo los detalles más trágicos, claro está:
ASR