29 de abril de 2018

Un gringo cantor en el 258


Después de cuatro años lo volví a ver y un impulso instintivo guió mis manos hacia los bolsillos, para comprobar si tenían monedas. Como en aquel primer encuentro, no pidió permiso al chofer: pagó el pasaje como todos los demás, afinó su guitarra y comenzó a cantar, de nueva cuenta en inglés, y otra vez una canción desconocida para mí.

Sombrero claro de paja; bigote entre hippie, inglés y galo, según una publicación que recién busqué para este escrito, y su cabello amarrado en una colita: este músico urbano anglosajón, de entre 50 y 60 años, portaba exactamente el mismo look que aquella vez. Lo que no recuerdo bien es el día, si fue lunes o viernes, pero eran finales de marzo, y ahora quien concluye es abril.

Es él el cantante gringo, quien, en 2014 supuse que debía llamarse John, Robert, o James


Lo que no olvido es que me encontraba bastante irritado, en contraste de ahora, que estaba sumamente feliz, porque minutos antes una bellísima mujer –una “crush”, dirían los millenials- me preguntó mi nombre y al despedirse, casi me besa en la boca. Por si fuera poco, en el televisor de una paletería ubicada donde espero el 258 (-¡cuántas historias en esta esquina, el cruce de Avenida México y Chapultepec!) vi que las Chivas estaban ganando 2-1 allá en Toronto, Canadá.

Pero hablemos de las penas, que son la parte esencial de este relato. Aquel horrible día primaveral del 2014 sufrí una fuerte decepción en el trabajo y me llené de odio y resentimiento, como no me había pasado en más de 10 años. Al salir de la oficina tomé el camión, también un 258, y vi cuando subió este señor que, al ver su aspecto “agringado”, surgió mi lado xenófobo, me transformé en Juan Escutia y escupí todo mi veneno sobre este cantante a tal grado, que en cuanto llegué a mi casa escribí un relato que aún conservo.

Me da vergüenza mencionar lo que redacté aquella medianoche y me limitaré a referenciar breves citas, pero me basta decir que, al pobre señor nadie le dio una sola moneda, lo vieron con indiferencia, y se bajó muy desanimado, quizá más de lo que yo me encontraba, y me dio gusto su situación. “¡Yankee, go home!”, debió gritarle mi alma cuando salió del camión cabizbajo.

“El semblante del gringo alicaído, quien con dificultades hablaba tanto el inglés como el español, y al cual ignoré y ofendí- entre otros motivos- bajo el absurdo argumento de solidarizarme con nuestros paisanos discriminados en Estados Unidos... ese semblante triste suyo, retumbará en mis entrañas durante un chingo de tiempo”, se lee en mi texto que redacté el viernes 4 de abril de 2014, a las 22:10 horas.

Después llegó el remordimiento:

“¡Maldita globalización, que ocasionas que ancianos rubios canten en camiones tapatíos, en vez de que le den cinco o 10 dólares de propina a mis primos costeños, te odio!”, agregué, y palabras más, palabras menos, mencioné que a los 18 años tenía mucho miedo de volverme anciano y terminar loco e indigente. Supuestamente, en 2014 ya había superado ese miedo, pero mentí en mis letras, porque persiste ahora que me encuentro ya en la tercera década.

“Juro que me visualicé en los ojos azules o verdes pálidos de aquel señor que en la tapa de su guitarra llevaba una armónica, y bajo un pequeño sombrero, a la altura de la nuca, se le ocultaba una pequeña cola de cabellos canosos y rubios; me vi persiguiendo los camiones, y cuando mi madre me recuerda los días que faltan para la quincena”.

Basta de citas. Aquella noche quise regresar el tiempo y darle los 4 pesos que tenía. Talvez pagué el pasaje con una moneda de 10 y me regresaron cuatro de a peso y es lo único que traía. No lo sé.

Hoy el camión no iba infestado de gente como aquella ocasión, y mientras el señor seguía tocando, una chavita le dio varias monedas antes de bajarse. Fue un gran momento, y sentí que mi bella ciudad se disculpaba con aquel foráneo, quien extrañamente habla como si fuera su primera visita a este país, como aquellos gringos que comienzan a tararear sus primeras palabras en español. Lo menciono porque generalmente los gringos que aquí viven, no tardan en hablar con fluidez nuestro idioma, más allá de su acento chillón. 

"Gracias por escuchar", dijo este martes en un tono gringo al concluir el primer tema, que, de nueva cuenta, jamás había escuchado. O talvez fue el mismo que interpretó aquel viernes de abril del 2014. "Ahora cantaré este clásico en español, y mal pronunció "La Bamba", que cantó rápido y a medias, como si llevara prisa y no quisiera bajarse hasta el centro, sin antes despedirse y decirnos "que tengan un lindo fin de semana", ¡sí, en pleno martes!

Y así canta el gringo...¿y qué tal si es canadiense?

Talvez sea su frase de despedida, o talvez eso quiso decirnos hace 4 años a quienes fuimos groseros con él y ahora que volvimos a coincidir, de su inconsciente surgió esa frase. No lo creo, debo estar alucinando, lo que sí es cierto es que le di la moneda de 10 pesos con la que tenía pensado comprar una coca de 400 ml. Así es como me disculpé con él y conmigo, con una moneda que vale medio dólar.

PD: Compartiré gran parte del primer escrito, omitiendo los detalles más trágicos, claro está:





ASR

23 de abril de 2018

Allá en "mi" norte

Quedé mareado luego de más de dos horas de camino entre enormes nubes de polvo y las interminables curvas de la brecha que conducen al destino que me dirigía. Poco después me dormí. Al abrir los ojos y ver lo que sucedía, creí estar repitiendo aquel constante sueño en el que viajo no sé si a África o a Arabia, pero estoy entre mercaderes, en un entorno repleto de antigüedad, como si se tratara de un viaje por el tiempo.

Es que la tierra, un tanto arenosa y su color, de algún tono entre amarillo y anaranjado, me hizo pensar que podría estar en cualquier punto del inmenso desierto del Sahara, un par de siglos atrás; pero la piel morena de las personas que ahí estaban, junto con sus vestimentas coloridas, me resultaron muy familiares y comprobé que ya había despertado en algún recóndito lugar de mi bello estado de Jalisco, en pleno abril de 2018. Pueblo Nuevo, para ser precisos, una localidad de Colotlán, en la zona norte.



Miré hacia atrás y quise bajarme de inmediato, pero, para mi mala fortuna, no era ese el primer punto al que debíamos llegar, y con cierta decepción contemplé cómo me alejaba lentamente de aquel panorama excepcional, que parecía un paisaje habitual de la comunidad wixárica. El automóvil avanzó unos minutos más, talvez 5 o 20, no puedo recordarlo… es quedé atónito con lo que había visto, porque es lo más similar a mis fantasías oníricas.

Sentí un gran alivio al arribar al sitio de reunión, un espacio techado pero sin bardas, donde nos recibió un tipo chaparrito y moreno, cuyos rasgos y voz se parecían más a los de un tapatío que a los de un huichol y quien, por su discurso, supuse que conocía a muchos de los habitantes de ahí, así como los detalles más referentes o primordiales de la región norte. Él Nos indicó dónde y cuándo podíamos grabar y tomar fotos. Le pregunté qué era el sitio que vi atrás, y si se celebraba una festividad o algo similar, y quiénes eran todas esas personas.



Me contó que simplemente eran comerciantes ofreciendo sus productos, aprovechando que viajaron comunitarios de distintos puntos de la zona, y que ese lugar, llamado Pueblo Nuevo I, en realidad es una población fantasma; que, debido a la escasez de agua y otros problemas, sus habitantes se mudaron a Pueblo Nuevo II, donde nos encontrábamos en ese momento.

Desafortunadamente no pude corroborar esa información. Enseguida nos fuimos a "Pueblo Nuevo I" o Santa Catarina, donde se realizó un acto de campaña electoral, la razón de mi visita a esos rumbos remotos. En efecto, presencié que las personas que vi momentos antes vendían pollos, cobijas, elotes, ropa... de todo, menos artesanías: estaban preparados para comerciar entre ellos y no con turistas. La plática la iniciaron las autoridades de varias comunidades indígenas, la mayoría cercanas, aunque algunas se jactaron que tardaron más de 13 horas para llegar, sin precisar el medio de transporte empleado en su travesía.



El calor era intenso. Entre la multitud observé los bordados de los pantalones y camisones de los asistentes, como tratando de indagar algún significado. Había dibujos de venados en tonos cafés y azules sobre la tela blanca, pero me llamó la atención un individuo que tenía águilas anaranjadas, el único que entendí, pero ni caso tiene explicarlo. También vi un morral de las Chivas bastante peculiar. De repente sentí un empujón. Quien lo realizó ni siquiera se dignó a mirarme, caminó a paso firme, casi como un soldado, y se reunió junto con los oradores y liderazgos. Minutos después lo presentaron como el “comisariado de bienes comunales”, no recuerdo de dónde.

El trato descortés hacia algunos de nosotros los foráneos continuó. Nos dijeron que si tomábamos fotos iban a meternos a la cárcel, y recordé que a los huicholes que venden artesanías en el Centro de Guadalajara les incomoda que la gente se acerque y se retrate con ellos. Fui a una tiendita y durante los dos o tres minutos que estuve haciendo fila para pagar unas galletas y una botella de agua, bastante caliente porque no servía el refrigerador, ningún comprador tuvo la obligación de dar las gracias luego de pagar por un producto, ni la falsa “cortesía” de decir “con permiso” al pasar.



Tanta “hostilidad” es normal en estas tierras donde, quienes llegan desde fuera, suelen hacerlo para robarlos, explotarlos o, en menor medida, ofenderlos por sus creencias y aspecto físico. Deben reaccionar del mismo modo en que los tratan, y además, el estilo de vida en ese lugar no se presta para tratos mundanos e hipócritas.

En su territorio me sentí ignorante, y me dio hasta rabia pensar que cuando escucho un discurso en inglés puedo captar el mensaje básico; que incluso conozco dos o tres palabras del náhuatl, pero de la lengua que ellos hablan, la Wixárika, la natural de mi estado, sólo capté el “pues”, que usan bastante, y quiero pensar que significa lo mismo que en español o castellano.

Soy ignorante, porque es un idioma o dialecto, como quieran llamarle, de mi región; ignorante, porque desconozco cuál es su estructura de gobierno y educativa: me han dicho que se niegan y rechazan la construcción de escuelas, pero sigo pensando que es una respuesta de muchos para nada más lavarse las manos y hacerse de la vista gorda. Es lo que sucede cuando no estudias a fondo y te conformas con información simplona y con los murmullos de los demás.

Antes de llegar a Pueblo Nuevo, durante los minutos donde no sólo se veía la polvareda que levantaron las camionetas que transitaban adelante y detrás de nosotros, pensé que desde que vivía en Chiapas, hace ya 20 años, no recorrí carreteras tan feas, llenas de tierra, curvas y espacios muy reducidos y peligrosos, pero contemplé horizontes similares, de autóctonos con vestimentas coloridas y de mujeres más trabajadoras que los hombres, quienes solían quedarse en casa para ver los dos o tres canales de televisión que recibía la antena o simplemente emborracharse. O bien ambas.

Entre árboles y pequeñas casas, con fachadas muy humildes la mayoría, observé a decenas de niños andando descalzos o con huaraches, algunos con ligeras manchas pálidas en su rostro moreno, pero que no dudaban en regalarte una sonrisa, dan chispas de alegría al entorno. No parecían ser familiares o miembros de la misma sociedad de los adultos que los acompañaban, hombres y mujeres con cara ruda, bastante lastimada por el sol y la miseria. Nada que ver con los artesanos que allá en Guadalajara venden sus productos de chaquira. Ese es el principal resultado del abandono.



También me llamaron la atención varias parejas muy jóvenes, en las que ambos amantes parecían quinceañeros, con su vestimenta blanca clásica de los huicholes, agarradas de la mano, con una pose y comportamiento más de esposos que de novios. Algunas de las chicas estaban preñadas.

En los distintos sitios que estuve vi pocas tiendas, todas con los refrigeradores infestados de cervezas y coca colas; el vicio y la globalización sí lograron asentarse en aquellos cerros occidentales cafés y enlamados en tonos verdosos y morados, los mismos que no pudieron escalar hace 500 años los conquistadores españoles, quienes describieron a los pobladores de Nayarit, Zacatecas y el norte de Jalisco como muy hábiles para esconderse y atacar por la espalda, contrario a las demás tribus y civilizaciones de Mesoamérica, siempre valientes, dando la cara y luchando de frente.

Hacía tanto tiempo que no sentía tan inútil. Es que en gran parte del norte jalisciense no hay señal satelital. Ni de teléfono ni de internet. Estaba avergonzado por pensar en el juego de la Champions League entre Juventus y Real Madrid, mientras percibía cómo se desenvuelve mucha gente que padece de servicios de luz, agua y atención médica.

Es verdad que esos paisajes semiáridos no son mi lugar, como tampoco deberían de serlo los bares y las tiendas deportivas donde venden tenis importados y jerseys de clubes europeos que no conozco la ciudad a la que pertenecen.



Cierto es que ellos no son mi gente, duele reconocerlo: no podríamos hablar de música, porque allá no se escucha rock en inglés; tampoco de religión, porque los hay muy guadalupanos y no comprendo sus ritos, ni conozco sus lugares sagrados; tampoco podríamos opinar de literatura, porque desconozco si tienen escritores, oradores, o si existen novelas o cuentos donde sus mitos y costumbres sean protagónicos.

Eso sí, fue un viaje cósmico y espero algún día conocer más de ellos, y que ellos conozcan más de sus paisanos jalisquillos, los fresas, cholos, buchones y hippies; de esos que hay por doquier en la Perla Tapatía, en Los Altos, en Puerto Vallarta o en Ciudad Guzmán y que dicen quererlos e idolatrarlos sólo por el peyote, aunque no les quede claro el uso que le dan y se conforman con escuchar rumores y explicaciones a medias, como yo lo hice.

No sé cómo describir ese sentimiento que se apoderó de mí hace ya tres semanas, con mi mente repleta de teorías filosóficas y existenciales. Siempre había querido conocer este lugar y comprobé que, como decía en mi libro de tercer grado de primaria, en Jalisco sí hay desiertos. Quizá no tan imponentes como los de Durango, Sonora y Chihuahua, pero al fin desierto con coyotes, correcaminos y gatos salvajes que se desenvuelven en un paisaje digno de contemplarse en tren, pero al parecer hay caminos sagrados que ellos no quieren que se toquen.

En este sitio, las nubes de polvo y el intenso sol irritan los ojos, pero no lo suficiente para evadir la realidad, porque el colorido de sus ropas y artesanías nos dilatan las pupilas para analizar otras realidades y otros estilos de vida.

ASR

1 de abril de 2018

Lectura darvinista en un sábado asoleado y católico



Fue emotivo ver más de cinco asientos vacíos en el 258, varios de ellos del lado donde había sombra en pleno mediodía soleado de un Sábado de Gloria, esa fecha correspondiente a la recta final de Semana Santa, donde los católicos suelen mojarse en la calle y desperdiciar grandes cantidades de agua.

De inmediato, antes de sentarme, abrí mi libro de “El Mundo de Sofía” para continuar con la lectura, en un capítulo que quise dejar en suspenso e iniciarlo este día, el cual se titula “Darwin”. Y es que  este científico fue uno de los personajes que más admiré de niño, a tal grado que consideré estudiar biología o zoología. No exagero ni invento.


Leí con atención y sin prisa, sin prestarle atención a la música romántica y sosa que amenizaba el viaje a medio volumen. Quizá por eso pude notar que el chofer tenía ganas de pelear, o al menos de discutir, porque a los pasajeros que solicitaban bajar, les advirtió con asombrosa precisión y tono malhumorado el lugar exacto de cada parada de camión, y justo ahí se detenía.

Apenas y se aprecia el rostro del chofer del 258 que abordé el mediodía del sábado 31 de marzo de 2017.


Pero resultó no ser tan respetuoso con las señaléticas de vialidad, porque subió a dos personas a las que reprimió porque el lugar donde alzaron la mano para abordarlo no es parada oficial. Y sin embargo los subió, como para aparentar ser una buena persona, o al menos hacerles saber que le debían un favor.

Sobre la calle Belisario Domínguez, un músico urbano pidió permiso para cantar. “Debes tocar algo chido, porque si no, la gente te la va hacer de pedo porque vienen escuchando bien a toda madre a Los Temerarios”, le advirtió el conductor, en un tono bromista, al permitirle abordar la unidad sin pagar. “Está bien, sirve y a más de uno se le sale el chamuco”, agregó cuando el solicitante detalló que es cantante de música cristiana.

No se aprecia la cara del cantante de música cristiana o católica (no distingo esos géneros, si es que no se han fusionado ya). Medía no más de 1.70 y es de esas personas que se ponen coloradas muy fácil cuando se asolean, sin necesidad de ser muy güeros.

En ese momento sentí curiosidad por ver el rostro del chofer, a quien no presté atención en un principio por estar pensando en el autor de “El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”, y me limité a darle los 7 pesos y guardar el boleto. Debe tener entre 45 y 50 años, muy moreno, con bigote abundante, cara pequeña y ojos oscuros.

“Abro a mis alas y vuelo alto, si me acompañas tú, señor Jesús”, es el coro que se repitió constantemente en la primera melodía del cantante, quien rascaba lenta y maquinalmente su guitarra. "Cristo es el que vive, Cristo es el que reina", se escuchó en el segundo tema, y suspendí mi lectura para reflexionar.


Es que valía la pena mi entorno: retomé las ideas de Charles Darwin, quien fue considerado en el Siglo 18 como “el hombre más peligroso para Inglaterra”, por sus teorías de que el mundo llevaba girando alrededor del sol mucho más de 10 mil años, periodo en que, según los cálculos religiosos, fueron creados Adán y Eva, o Eva y Adán, si nos adaptamos a los discursos “incluyentes” y feministas de la actualidad, pero sobre todo, a esa emocionante y mágica idea de que somos animales, porque los fetos humanos se asemejan al de ciertas aves y mamíferos como los caballos, y ya que nacemos y nos desarrollamos, nos parecemos significativamente a los monos, quienes pudieran ser nuestros primos, o al menos tíos abuelos segundos, pero familia al fin y al cabo.  

Con las ideas de Darwin, Adán y Eva pasaron de ser nuestros patriarcas supremos, a simples personajes de cuentos infantiles y locos de autores como los Hermanos Grimm o Lewis Carroll.


“Darwin había alejado a Dios del acto de la Creación” y “¡qué significa la eterna creación, si todo lo creado ha de desaparecer para siempre!”, se lee en El Mundo de Sofía, donde Jostein Gaarder especifica que el “Padre de la Evolución” estudió teología en la Universidad de Cambridge, y que aquel viaje por el sur de América, donde se obsesionó por la adaptación y transformación de la especies de la flora y fauna, fue tal cual una casualidad.

Más que negar a Dios, Darwin "ninguneó" el papel y don prioritario que el ser humano creía tener respecto a la creación del planeta Tierra.


Continué leyendo y planeé buscar documentales de Darwin y Benjamin Franklin, a quien también citan en el libro, pues quiero recordar a aquellos personajes que comencé a admirar de niño, al mismo tiempo que detestaba leer la biblia y rezar. Con justa razón a Darwin lo consideraron un peligro, a pesar de que el catolicismo ya estaba en debacle en el Reino Unido y varios países europeos: sus ideas, pero principalmente esa curiosidad de pensar constantemente en las razones de nuestra existencia, ponen en peligro no nada más al catolicismo, sino a cualquier religión, culto y actos de mero fanatismo injustificado ante el razonamiento humano.

Darwin se ganó el reconocimiento de grandes filósofos como Karl Marx y Friedrich Engels; por esta razón es que se incluye un capítulo con su nombre en "El Mundo de Sofía".


Recordé también a mi padre, quien detestaba a los curas, y sin embargo, aborrecía más a Darwin. Me era imposible platicar con él al respecto a nuestra evolución. Decía: “Si venimos del chango, ¿ por qué no todos los changos son humanos?” y sentía que con ese argumento medieval, digno de cualquier inquisidor que ardía indios a fuego lento, me había callado.

“¡Pobre imbécil!”, pensaba yo en voz súper baja, por no decir en mute. ¿Acaso no ve que en los cánidos hay lobos, zorros, coyotes y perros… y que hay perros chihuahueños y pastores ingleses? Lo mismo con los felinos. No todos ellos llegarán algún día a ser un león o un tigre, que supuestamente son los más dominantes. Hay leopardos, gatos, jaguares y chitas. Lo mismo que cocodrilos, que no han cambiado mucho en millones de años, y sin embargo existen diversas especies. Sin darse cuenta, mi papá heredó un gran legado católico por parte de mi abuela María Guadalupe, quien hizo honor a su nombre. 

Al bajarse el cantante urbano, el chofer dijo en voz alta: "los que más creemos en Dios somos los más hipócritas. Esa es la verdad", y puso a reproducir su pequeño estéreo, que ahora tocaba una cumbia que jamás había escuchado, y más o menos dice así: "es mejor que te vayas ahora, mi cariño ya no puedo darte, si te quedas, te juro traidora, llorarás lágrimas de sangre".

ASR