Una simple canción, de 3 o 4
minutos, que repite coros y estribillos 3 o 4 veces, puede ser igual o más
compleja que una novela clásica de mil hojas. Les juro que no exagero
Recientemente vi un video de los
éxitos musicales más representativos de la década pasada, y entre los primeros
lugares apareció “Like a Stone”, de Audioslave, aquella súper banda compuesta
por el vocalista de Soundgarden y tres integrantes de Rage Against the Machine:
así los ubiqué, porque afortunadamente me tocó ver el lanzamiento de su segundo
sencillo que anunciaron con bombo y platillo en MTV, allá en el 2003. A mis 15
años, no sabía que sus nombres eran Chris Cornell, Tom Morello y Tim Commerford
(del baterista aún no me aprendo el nombre).
IMAGEN: "Like a stone", byvPandatails (Deviantart)
Escucharla fue mágico: un tema
con todas las características de convertirse en un clásico posterior a la caída
del grunge, en una época en la que, en Estados Unidos, como “representantes del
ámbito rock”, iban de salida el nu-metal y el happy-punk. MTV Latinoamérica producía
desde Los Ángeles, y como parte de la invasión británica, dominaba ese género
“post britpop” que lideró Coldplay, seguido de Travis, Keane y otros.
En aquel 2003 apenas y entendía
el inglés. Busqué casi todas las palabras y deduje que se trataba de un sujeto
que iba a misa a rezar, para pedirle perdón a un ser querido, talvez su madre,
talvez su esposa. No quise saber más y me conformé con disfrutar de ese
formidable solo de guitarra que inmortalizó Morello y que da escalofríos; bastó
admirar la imperiosa voz de Cornell que en esta melodía demostró por qué
siempre estuvo a la altura de los grandes intérpretes noventeros, que nada le
pedía a Kurt Cobain, Layne Staley, Eddie Vedder ni a Scott Weiland.
Recientemente se cumplió un año del
fallecimiento de Cornell. Se dice que fue un suicidio. Leí una entrevista con
Commerford, quien recordó que durante la grabación del primer álbum de
Audioslave, creyó que Like a Stone se trataba de una canción de amor, pero
Chris le indicó que no, que hablaba de la muerte: de un anciano cansado de
vivir, melancólico porque todos sus seres queridos se han ido, y es a la
calavera a quien “espera en su casa, en cada cuarto, pacientemente”.
Tiene razón. Jamás relacioné el
tan claro “on my deathbed”, el lecho de muerte, como algo directo real, y quise
asociarlo con esa metáfora aburrida de que a diario estamos pendiendo de un
hilo, que somos muertes vivientes, que tenemos el alma opaca y sólo vive el
cuerpo. Algo así. Total, que me quedé “como una piedra”.
Ahora amo más esta canción, igual
que mis libros, que algunos amigos entienden de otra forma a como yo lo hice…
que subrayan, o los atrapan, frases que yo ni siquiera capté o valoré
debidamente, y viceversa.
Qué bella es la música cuando pertenece al arte. Ahora no sé qué otra canción del 2000 para acá es mejor que aquella que inmortalizó Cornell.
ASR
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