Sobre racismo,
comunismo, existencialismo y otras miserias risibles
En casi una década de utilizar el
internet como principal medio de información, no recuerdo un lapso tan breve en
el que, en distintas partes del mundo, se hayan cometido tantas manifestaciones
relacionadas a los crímenes de odio.
Justo cuando en México dejaron de
circular las “narco ejecuciones” y los “narco ajustes de cuentas”, con
decapitaciones perpetradas con sierras eléctricas y machetes, además de cuerpos
mutilados esparcidos en las banquetas o en los pisos de bares, en Oriente Medio
apareció ISIS, un grupo armado que nos obliga a ya no asustarnos de las
atrocidades que, según nos contaban los maestros mejor instruidos en la
primaria, realizó la Santa Inquisición para someter a los indígenas.
En septiembre del año pasado el
mundo se unió por la muerte de Ailan Kurdi, un bebé sirio de 2 años. Su pequeño
cuerpo siendo sostenido por un guardia costero, consternó a millones de
personas, varias horas antes de que esta imagen fuera portada de periódicos de
todos los continentes: la información ya es instantánea y totalmente global.
Muchos artistas gráficos exhibieron los mejores trabajos de sus carreras, inspirados en Aylan Kurdi.
Miles de reporteros se volvieron
poetas -o poetastros, mejor dicho- en su intento de dedicarle un espacio a Ailan.
Alemania, Canadá y otros países abrieron sus fronteras y en ese mes recibíeron
a miles de refugiados, sirios, principalmente. Pero pasaron las semanas y estas
naciones se acordaron del desempleo de sus jóvenes, mientras cientos de
emigrantes asiáticos seguían ahogándose en las playas griegas y turcas. Aunque
más cadáveres de niños fueron fotografiados, ya no fue el mismo impacto; el
éxtasis, él duelo mundial por Ailán quizá fue demasiado efímero.
El Estado Islámico, uno de los
causantes de la guerra en Siria, ha decapitado futbolistas, quemó vivo a un piloto
no recuerdo de qué nacionalidad y se le ha relacionado con atentados en
Francia, Bélgica, Malí, Túnez y Turquía. Y supuestamente la fiebre por ISIS ya
hizo efecto en Estados Unidos. El ataque en un bar gay, en Florida, y antes un
tiroteo en California, son adjudicados a simpatizantes de este movimiento que
profesa un extremismo musulmán jamás antes visto.
Pero la comunidad norteamericana
seguramente está más preocupada por el resurgimiento de viejos rencores, que
parecían disueltos tras décadas de ver a jugadores de todos los colores en la
NFL, y agrupaciones pop, también con integrantes de todo tipo de color. Este
año, afroamericanos resentidos mataron a policías albinos, en venganza no por
la segregación de los 60, sino por asesinatos recientes, a jóvenes negros que
no opusieron resistencia.
También este año hay elecciones
en Estados Unidos, la nación que domina al mundo desde que concluyó la Segunda
Guerra Mundial. Después de un negro con apariencia de basquetbolista, o de
reportero deportivo norteamericano, pareciera que los gringos quieren retroceder
60 años y tener como presidente a la vil imagen del Tío Sam, del yanqui
saqueador de países tercermundistas.
La otra opción bien la podemos
maquillar y decir que el “gran imperio (léase con tono de Hugo Chávez)” seguirá
avanzando como “sociedad” y después de permitir que llegara al trono un miembro
de la minoría históricamente más marginada de esa república hipócrita, ahora es
el turno de una mujer… de una dama… ex Primera Dama.
La estupidez norteamericana ha reflorecido con la candidatura de Donald Trump.
Tener por primera vez a una mujer
presidente… o presidenta, como ya es normal decir, puede ser un duro golpe
incluso para Rusia, que según muchos, planea construir una URSS 2.0. O al menos
representará un triunfo de Barack Obama sobre Vladimir Putin, ya que el todavía
presidente gringo ha manifestado sus sospechas de que el mandatario ruso apoya
a Donald Trump. Suena patético que unas elecciones determinen si se dará un
paso adelante o un retroceso, y más en semejantes dimensiones, como el caso de
la Unión Americana, cuna del desarrollo global actual.
Y ya que mencionamos lo
soviético, recién concluí de leer, por segunda ocasión, “La Madre”, de Máximo
Gorki, una de mis obras preferidas, y de las que conozco, la mejor que
demuestra cómo surgieron el comunismo y el socialismo, desde un ángulo muy
entendible y humano, prácticamente explicado con peras y manzanas.
Gorki, con sus mujiks y jóvenes
rebeldes, visualizaba un mundo sin patrones ni obreros. O con patrones justos y
obreros mejor preparados. Quizá gracias a estos conceptos es que los futbolistas
son millonarios, incluso los de clase B. Y bajo este parámetro, el obrero común
vendría siendo el esclavo africano radicado en Estados Unidos en el Siglo 17.
No sé, es demasiado complejo formar un movimiento y visualizar un futuro muy
lejano, pues pese a que tuvo un éxito rotundo esta corriente social-intelectual
en Rusia, esta nación figuró en dos guerras mundiales, que no estaban
contempladas en los ideales de Pável
Vlásov, el personaje más relevante de “La Madre”, y quizá ni en los de Lenin.
El ser iguales, como lo anhelan
muchos humanistas, no encaja en este planeta: pareciera que no estamos
diseñados para eso. Toda sociedad requiere de un líder o un jerarca, y mientras
interactuamos, ciertas actitudes me hacen creer que estamos a la espera de alguien
que, con cizaña, genere discordia para empezar a criticar, ofender, sentirse
unos mejores que los otros, o simplemente joder por placer.
¿Cuántas actitudes 'humanas' circularán por el ADN del macaco japonés?
Dicen los puristas que el alma no
tiene color. Dicen los paleontólogos que las osamentas humanas son todas
iguales, que se requiere de muchos estudios científicos perfectos para precisar
si los restos pertenecieron a un negro, a un blanco o a un multicolor (aunque
quizá de ellos todavía no haya fósiles).
Antes me gustaba creer que la
propiedad privada surgió cuando un simio más ambicioso que otros quería poseer
un espacio más digno donde dormir y comer, y agrandar su jardín y el tamaño de
sus cuartos explotando a los demás. Aún creo que pudo ser así, pero también
imaginó que en otras hordas, algunos homínidos cercaron cuevas para defender a
sus hijos, a sus parejas o a sus padres, de potenciales violadores o ladrones,
lo que los obligó a dejar de convivir más de cerca. No sé. Creo que todavía no
se descifra si fue primero el huevo o la gallina.
Como sea. Tal vez en otra vida, o
en otra dimensión seamos iguales. Quizá nos convertiremos en estrellas que se
funden en el firmamento, y tendrás el mismo estatus seas eres verde, azul o
rojo, o quizá nos convertiremos en espíritus que vagan en la calle, como
sombras irreconocibles, aferradas a lo que nunca quisimos dejar, o a lo que
nunca pudimos tener, pero ya sin esa terquedad, ese orgullo que genera
enemigos, que obliga a matar a quien ni siquiera se conoce. El espíritu de un
vagabundo aferrado a su botella de alcohol, quizá esté igual de vacío que al
heredero que asesina a su hermano al disputar la casa, o el trono de su padre.
Pero seguimos vivos en el planeta
Tierra y la tecnología vuela: ya no usamos CD´s y muy rara vez las memorias
USB; los celulares, cámaras de video o fotográficas de hace 10 años son
totalmente obsoletos. Pero las miserias humanas son universales, incluso las
que los religiosos ultra ortodoxos niegan aceptar, como el instinto animal, que
impulsa al León en celo a matar a las crías que no son suyas, por eso del
territorialismo, o la del macaco japonés, donde en temporada de frío, en las
aguas termales sólo se puede bañar él, sus hembras y sus crías. Los demás probablemente
morirán congelados, aunque desconozco qué hace con ellos la “selección
natural”. Quizá el macho alfa piense igual que aquellas personas medievales que
aventaban a las brujas al río, y si no se ahogaban o se congelaban, las
quemaban, pues no es de humanos sobrevivir a semejantes condiciones.
Quizá este mundo lo creó Dios,
pero dudo que él lo habite. Quizá viene de repente a visitarlo, a ver si algún
alma de su creación no se contagió de tanta mierda que hemos creado, ya sea por
tentación o por mandato divino. O quizá viene a reírse de que somos animales, y
a comprobar que, como menciona George Orwell en “Rebelión en la Granja”, obra un tanto sátira donde ridiculiza al
comunismo político, y no espiritual: “todos los animales son iguales, pero
algunos animales son más iguales que otros”.
ASR