25 de agosto de 2016

Nuevas poses de las palomas

Nuevas poses de las palomas

Lo que se me hizo extraño fue que estaba acurrucada sobre el asfalto. Y es que nunca había visto a una de ellas en esa posición: picoteando el suelo es como las había imaginado siempre.  A pesar de que son aves de las que más abundan en las calles, tampoco las recuerdo anidando los árboles; estoy acostumbrado a contemplarlas sobre los techos de templos, mercados, edificios gubernamentales y demás construcciones representativas a la esclavitud y/o enajenación humana.

Me refiero a las palomas, en especial a una que parecía estar empollando huevos, o a una cría recién nacida, en plena banqueta. Pero al acercarme noté que intentaba sacudir sus alas, aunque sin ahínco, como sintiéndose ya derrotada, con una de sus alas, creo la derecha, sumamente maltrecha; casi como si un gato, o un perro o cualquier depredador, la estuviera sujetando de la garganta.



Intenté alejarla, porque a paso veloz se acercaba una comitiva de políticos, reporteros y gente curiosa que se arrima cuando ve micrófonos, cámaras y al alcalde de nuestra ciudad. Pensé ponerla en una jardinera, a un costado del andador, pero dudé en agarrarla: creí que podía lastimarla más. Para suerte de ambos, un compañero, con mayor determinación que la mía y la de la paloma, trotó hacía ella, dándole palabras de aliento.

Con muchas dificultades avanzó en paso atolondrado, como en zigzag, aunque pudo desplegar sus alas y emprender vuelo, aún más descompuesto que el despegue, como si fuera uno de esos avioncitos de papel que lanzan los niños en la primaria, o los no tan niños en la secundaria y prepa. 

No capté el momento en que logró colocarse sobre una rama, a medio árbol. Todas sus “compañeras” que estaban cerca de ella brincaban de un lado para otro; las que estaban en las copas de más arriba reposaban, y algunas hasta parecían estar durmiendo. A lo mejor ella apuntó ahí, a lo más alto, donde se puede descansar mejor, pero no alcanzó a llegar.

Fue raro, porque en la mañana vi una paloma atropellada que me llamó la atención. Su cuerpo estaba rotalmente aplanado, aunque por la forma abierta de su piquito y la pupila bastante dilatada, pareciera aún tener vida. La terrible tormenta de anoche bien pudo ser la causante de su muerte, y de las lesiones de mi “paloma protagonista”.

Recordé que, hace muchos años, más de veinte, a mi hermana Iris le regalaron una igual a ellas. Me gustaba el plumaje verde brilloso de su cuello, porque, según yo, se parecía a la armadura de Shiryu, el Dragón de los Caballeros del Zodiaco, mi caricatura preferida en ese entonces. A los pocos días se fue. Se soltó de las manos de no me acuerdo quién y se apoyó en la barda, justo debajo de una lámina. Ahí se estuvo varios minutos, mientras mi hermana se desbordaba en lágrimas. De repente voló y no sé cuántas veces la he recordado desde entonces; si digo que con esta ocasión son tres, exagero.

Conforme avanzaba la comitiva, yo miraba a hacia el árbol, en sus grandes ramas de en medio, donde con dificultades se sostenía la paloma, pues estaba sobre una rama chueca, llena de agujeros y deformaciones que ocasionaba que sus patitas tambalearan seguido. De regreso me limité a ver el piso, para comprobar que no había caído: sentí tristeza y pena, y no me atreví a alzar la mirada.

Siempre me parecieron animales insignificantes, pese a que en la mayoría de los pueblos en que he estado, veo personas que conviven con ellas, echándoles migajas de pan o arroz. Gente de la calle, personas desoladas que son su compañía.

Qué fea palabra es “insignificante”; lo menciono porque así vemos a muchos animales, como yo a las palomas. Creo que este término sólo debería aplicar para los humanos, para los que se empeñan en serlo, con sus actitudes pesimistas, de envidia, de rencor. Creer que hay criaturas “insignificantes” es sentirse completos, o que los otros son poco en comparación contigo; es un impulso que nace de la indiferencia, que suele ir muy de la mano de la ignorancia y la apatía, propiedades únicas del ser humano.


 Esto que cuento sucedió el miércoles 13 de julio del 16

ASR

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