22 de agosto de 2016

Infecciones de mosquitos que te obligan a meditar

(Escrito entre la noche del lunes 8 de agosto y la madrugada del 9 del mismo mes)

Creo que tengo dengue. O zika, chikungunya, paludismo o cualquiera de esas extrañas infecciones que transmiten los mosquitos, que supuestamente son nuevas mutaciones, pero existen desde los 60 en lugares muy recónditos de África… o al menos eso es lo que entiendo a las explicaciones que dan varias dependencias de salubridad.

Por la tarde, durante el “mal del puerco”,  me acosté, me quité el pantalón, no me tapé con la sábana y me quedé dormido. En cuanto desperté, noté que los sancudos me pusieron una buena chinga. Me quemé algunos granos (conté 23) con la cabeza de un cerillo, ya que lo comezón era extrema.

Salí a correr, pese a un ligero dolor de cabeza, casi igual al que se padece cuando desayunas tarde y comes aún más tarde de lo habitual. Unos cinco minutos después, sentí dolor de huesos, y me asusté, pues supuestamente es uno de los primeros síntomas de las enfermedades citadas en el primer párrafo.

Deadly Mosquito by Tomkolbeek (Deviantart)

Me regresé a casa, preocupado y cabizbajo. Pensé en bañarme, pero al llegar tenía fiebre. Cené, me cambié de ropa y me acosté, con la esperanza de que la temperatura se estabilizara pronto. Pero no tuve éxito, y creí delirar por varios minutos. Recordé varios instantes de mi niñez: partidos de futbol en canchas de tierra en Puerto Vallarta, Mérida y Chiapas; después lapsos de mi etapa en la preparatoria y de repente, algunas de las frases que recién leí en la mañana, de la obra “Mis Confesiones”, de Máximo Gorki, respecto a Dios, y mi mente comenzó a viajar de lo lindo.

Tomé mi libro y las primeras líneas subrayadas se leían así: “no es Dios lo que el hombre busca, sino el olvido de su dolor”. Con algo de tristeza concuerdo con estas palabras. Sin profundizar en las oraciones populares como “Dios así lo quiere, o así lo quiso”, o “hágase tu voluntad”, ni en la forma en que las personas más viles se escudan en santos y vírgenes, me basta con expresar mi testimonio.
Realmente nunca pienso en Dios como alguien venerable. Me maravilla la perfección del universo, pero no estoy seguro si dentro de sus prioridades se encuentre la raza humana, y de repente me interesa poco. Cuando me hago a la idea de que él espera algo de mí, de que estoy en este mundo para una misión sencilla, pero única, aún desconocida y especial, que de verdad habrá alguien a quien le interese lo que haga, piense y diga, es en los momentos en que la soledad se vuelve amarga.

Nunca me gustó rezar. Por eso nunca me gustó vivir en Vallarta, porque mi abuelo, a quien siempre quise e injustamente dejé de extrañar hace muchos años, todas las noches tomaba su rosario y le daba no sé cuántas vueltas, y yo me moría de aburrimiento. Luego los mormones invadieron la casa, y sus cánticos alegres y sumisos tampoco me llamaron la atención. Y ajeno a la religión, mucho tiempo sentí que él estaba en deuda conmigo: que al no ser un asesino ni un ladrón profesional, debió darme mejor suerte: que no bastaba tener bien las dos manos y las dos piernas, ni ver bien ni escuchar como la mayoría, ni mucho menos tener cama, mesa, techo y dos padres preocupados por mí.

“Yo apostrofaba a Dios: ¿Acaso sea cierto que no eres más que una ilusión del alma humana, una esperanza creada por la desesperación en una hora de trágica impotencia?”, otra frase de Gorki, la cual no acepté, quizá por la terquedad de tener a quién reclamarle “mi mala suerte”, las tragedias humanas y el permitir que tanto idiota asesine a su nombre. Y es que si se analiza bien, todas las sectas y religiones apuntan hacia un solo Dios.

La fiebre disminuye, aunque empiezo a sudar y me siento peor: síntomas parecidos aparecieron cuando leí por segunda ocasión El Lobo Estepario, de Hesse; en la primera, que fue a los 16, no tuvo el mismo impacto. Sigo buscando frases subrayadas: “los ojos débiles ven muchas cosas, pero, ¿las ven bien?”. El poder de la mente puede ser la mayor fatiga, y quizá sea este el motivo de mi alteración, y no el veneno de los mosquitos.

¿Por qué me convulsionan tanto las letras? No lo hizo la muerte de mi padre, ni cuando me abandonó mi primera novia que tuve, a la única que fui incapaz de buscarle un pretexto, un defecto físico o espiritual para alejarme y anidarme en mi ingenuidad y seguir soñando: con ella me animé a ser como mis compañeros, como mi padre quería verme y nunca le di el placer: de la mano de una muchacha.

Son letras en teoría ajenas, de sucesos antiguos pero cuyos mensajes siguen vigentes. Muchas aventuras pertenecen a seres ficticios, creados por hombres que anhelan alcanzar los ideales del alma, de Dios, perfeccionando un poco la figura del humano ordinario. Y aquí es cuando surge otra frase: “¿había descendido Dios de los cielos a la tierra, o es por el contrario, la fuerza de los hombres la que le había exaltado desde la tierra hasta el cielo?”

Creo que aún no se sabe si fue primero el huevo o la gallina, pero aquí Gorki ya define con precisión y contundencia las bases del comunismo ruso: “el valor del hombre sencillo ante la arrogancia del burgués y del rey”. La figura del santo Cristo no necesita milagros, bastan sus enseñanzas. ¿Qué más da si Dios lo envió como salvador, o bien, llegó al mundo como uno más de nosotros y sus actos lo hicieron, no mesías, sino un simple luchador social?

Lo complejo de la doctrina de Gorki es convertir al pueblo en Dios, pero lo que encaja es la diferencia que generan las clases sociales, que se solidifican con la implementación de reyes, supuestamente elegidos por orden divino, del cual gozan todos sus descendientes.

“El día era para mí tan oscuro como la noche; estaba solitario en la tierra como la luna en el cielo, y no hallaba la razón de nada”. Justamente así me encuentro no nada más ahora que ha bajado la fiebre. Sin embargo, sigo prefiriendo a la soledad que a la compañía, no nada más en los momentos en que te devora el orgullo.

“¿Es que el alma humana será bella solamente en la angustia?” Con estas palabras, ya no quise seguir apuntando, y es que realmente es una frase fulminante. Por la mañana del martes fui a un consultorio médico, y la doctora dijo que tan sólo era una infección a causa de los piquetes. Por la tarde fui a trabajar con normalidad y pude seguir leyendo.


PD: En 1996, o quizá era 1997, fuimos a visitar unas ruinas mayas, en algún municipio de Yucatán, del cual ya no recuerdo su nombre, pero sí que regresé lleno de granos por los moscos. Mi papá creyó que podría darme paludismo debido a la alta fiebre que tenía al llegar a casa. El médico dijo que no habría razones para alarmarse… y al día siguiente fui a clases. 


 ASR

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