Agosto de 2017
Quería comprarme una pistola, pero
no sé dónde las venden. Tampoco las balas. Además nunca quise aprender a
disparar. Los rayos de luz que se reflejaban en mi ventana me encandilaron, por
lo que creí conveniente levantarme.
Rápido abroché mis tenis,
pensando en hablar con alguno de los chicos rudos de mi casa y decirles con
tono curioso que si me prestan, me venden o me rentan una de sus pistolas.
Seguro me preguntarían a quién quiero “tronarme” y se ofrezcan como sicarios,
labor que algunos conocen muy bien. Me daría vergüenza explicarles que a nadie hay que apañar, que talvez no tengan su fierro de regreso y estoy
seguro que me delatarían en la primera circunstancia en su contra.
Mientras me quitaba las lagañas dejé de
imaginar tonterías y fui a hacer el mandado, es decir, invertir el dinero en
cosas que de verdad necesito. Faltaban jabones para bañarme y vi uno de
mandarina, que compré para lavarme las manos. Al usarlo suelta mucho color y la
espuma, sumamente viscosa, se seca enseguida, dejando las manos tiesas. Tengo
que usar otro jabón, o desperdiciar mucha agua, para solucionar ese
inconveniente.
¿Por qué lo compré, si dudé desde
un principio de su calidad? ¿Por qué no elegí el clásico jabón lirio? Dicen que
las personas consumistas, que compran a lo pendejo, tienen depresión,
incluyendo a las damas adineradas y raperos adinerados que gastan sus millones
en joyas y ropa. A mí simplemente me ganó la ansiedad, la desesperación de que
sea otoño y comprarme un kilo de mandarinas en el tianguis, o ir a la nevería
que está a espaldas del templo de San Onofre y comprarme una nieve.
Ya van tres semanas que nada sé
de ella. Y dos desde que me duele el estómago después de beber coca cola y/o cerveza.
¿cuál de estas excusas existencialistas es más contundente para volarse la tapa de los sesos? ¿Estaré vivo en
octubre para comprar mandarinas? Aún con mandarinas reales, esas que me elevan al nirvana por la emoción que siento al olerlas y exprimir sus gajos con mis dientes, será difícil
olvidar que fue en otoño cuando me enamoré de sus manos heladas y de sus
piernas cálidas: de sus ojos ya lo había hecho hace varios años. Lo bueno es que en septiembre regresaré a Mérida después de casi 20 años. Habrá mil emociones nuevas.
Pero he aprendido a verle el lado bueno a cualquier objeto o
sujeto. La ventaja de este jabón es que, mientras orino, percibo un nada
desagradable olor similar al agridulce cítrico que tanto amo.
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