17 de noviembre de 2013

Impulsos ante un perfume asesino

De repente me consumen las letras de determinadas historias; se apropian de mis entrañas y me transportan a ellas. Anoche en el trabajo leía El Perfume, de Patrick Süskind, la parte más cruel, quizá, de esta polémica obra:



 "No se tomó la molestia de cubrir el cadáver que yacía en el lecho. Y aunque las tinieblas de la noche ya se habían teñido del gris azulado de la aurora y los objetos de la habitación empezaban a perfilarse, no se volvió a mirar hacia la cama para verla con los ojos por lo menos una sola vez en su vida. Su figura no le interesaba; no existía para él como cuerpo, sólo como una fragancia incorpórea y ésta la llevaba bajo el brazo y se marchaba con ella”. 

                                                   IMAGE: lonely boy, by the Victim7 (Devianart)

Sin duda son líneas fuertes, donde el asesino se vuelve aún más interesante por su indiferencia. Respiré un poco, no para emular a Jean Baptiste Grenouille (quien poseía la mejor nariz de París y todo el mundo), sino simplemente para tranquilizar el cerebro. Entonces escuché unos pasos femeninos que, como reacciono casi siempre, me distraen e invitan a que averigüe a quién pertenecen.

 El respaldo que protege el escritorio de la computadora donde laboro se encuentra a unos cinco centímetros de un formidable pilar de cantera. Este sitio, en una guerra, sería perfecto para un francotirador, porque de lejos no se aprecia su forma, ni qué hay ni quién está ahí, y basta con girar sobre la silla para observar claramente el amplísimo patio, en el ángulo que se desee.

Pero como el periódico no es ningún frente, se limita a que su ocupante tan sólo sea un espía de menor categoría, algo así como un “halcón” de “x” célula delictiva.

 Por este estrecho espacio he logrado apreciar a las mil maravillas por poco más de dos años, ya sea de día o de noche, a las bellas (y a las no bellas también) damas que por ahí han transitado al  ingresar o al salir de sus oficinas, generalmente.

 Ante ese sonido característico de mujeres (en el trabajo no se permite que los hombres usen tacones altos) es raro el compañero que no voltea, primero aterido, como asustado, para después continuar aterido, pero ya alegre, quizá porque ha pasado el peligro.

 Bien, este sexy ruido automáticamente hizo que girara mi cabeza a la izquierda, donde se sitúa la mencionada apertura, la cual tengo solamente a un brazo de distancia desde mi silla cuando estoy frente a la computadora.

 Vi una hermosa figura que iba y venía por el inmenso pasillo. Hablaba con un tono agrio y fresa por teléfono. Medía alrededor de 1.70, con todo y sus elegantes botas de alto tacón. Además vestía falda a la altura de las rodillas y blusa azul claro con líneas verticales blancas.

Sus piernas, que apenas se apreciaba una ligera proporción de ellas, eran notoriamente pálidas, lo mismo que su mano derecha, con la que sostenía el teléfono; su cabello, al parecer castaño, estaba algo despeinado y concluía apenas abajo de los hombros.

 La seguí con la vista por varios segundos y de repente me aburrió la monotonía de sus movimientos. Su voz me desagradó, no así su silueta. Se alejó rumbo a una de las sillas del fondo, amagando una y otra vez con sentarse o bien, ingresar al área de recursos humanos; no hacía ni una ni otra.

 No me interesaron, al igual que J.B. Grenouille, sus ojos ni sus labios ni nada que hubiera en su cara. Sólo calculé –no sé por qué- que debía tener poco más de 30 años, pues todo en ella inspiraba cierta madurez corporal, no así intelectual, pese a que pertenece a un consejo editorial, según escuché y después leí en el letrero de una oficina en la que regresó tras concluir su llamada telefónica.

Quise abrazarla, recorrer sus cabellos con mis dedos, comparar la temperatura de su blusa con la de su piel, quitarle las botas y besarle los pies y acariciarle la mano, sintiéndome valiente y amoroso, para no emular a un frío Jean Baptiste, con quien en ciertos aspectos me identifiqué durante la lectura.

Me calmé. Grenouille es ficticio y esta idea que me invadía era la de un violador, o la de un fanfarrón, que es peor, creo. Terminé el capítulo 47, eran las 10:58 pm y decidí continuar mañana.

Sentí frío, demasiado y quise estar acompañado, pero no de una desconocida y que veía por primera -y quizá última- vez. Y si era posible, abrazarla. Quizá era debido recordar amores (poquitos) pasados o bien, pensar en alguien que me gusta, como la niña que veo en el 258, que trabaja en la Gonville y de quien me he obsesionado sólo porque sus ojos son casi iguales a los míos.



P.D. Si existiera J.B. Grenouille le pediría que me realice un perfume que oliera a Coca Cola vainilla y mandarinas.

Gracias por leerme... ASR

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