30 de julio de 2013

Piloto Fantasma

(Publicado el 30 de mayo de 2011 en Facebook)

En alguna ocasión de mi niñez me gustaron los aviones. Mi padre, quien los arreglaba en la Fuerza Aérea, cierto día me explicó cómo funcionaban. La diferencia entre comercial y militar; motor y turbina, y otros aspectos a los que jamás presté atención.

A mí tan sólo se me hacían bonitos. Soñaba con pilotear uno, de preferencia, el F-117 Nighthawk, popularmente conocido como “avión fantasma”. No sabía que decenas de ellos destruyeron Kosovo, simplemente quedé maravillado porque se camuflaba con las nubes.

Cuando imaginaba que lo conducía, no explotaba ciudades ni le disparaba misiles a los rivales. Me limitaba a volar, a la máxima velocidad posible, pues en el cielo no encuentras calles, baches, peatones, semáforos ni oficiales de tránsito. Lo que sí debo reconocer es que ya había vanidad y menosprecio.

En más de una ocasión supuse que competía con vecinos que no me agradaban. Ellos conducían F-5 o Hércules, aeronaves muy comunes en los hangares de la B.A.M.* Número 8, y yo los apantallaba con uno de los “caza” más cotizados de la Armada Estadounidense. Repito, sólo anhelaba competir en velocidad, jamás hubo fuego.

Uno de mis amigos hacía aviones de papel, algunos, tan espectaculares que se necesitaban dos o más hojas en su elaboración. Aunque eso sí, ninguno de ellos lograba elevarse, sólo los comunes, que bastan seis dobleces para culminarlos.

Crecí lento, y de la misma manera el gusto disminuyó. Entrar a la cabina y observar múltiples botones de distintos tamaños y colores, así como brújulas y velocímetros, me convencieron de que era más divertido pedalear mi bicicleta.

Después, supe de las numerosas guerras y aunque en todas las películas bélicas los norteamericanos salvaban al mundo, la palabra “gringo” empezaba a asquearme. Luego, apareció Dragon Ball Z, dónde Gokú y compañía se elevaban al cielo sin necesidad de vehículo. Fue ahí cuando creo dejé de pensar en objetos voladores.

En una navidad, la de 1997, mi papá compró un paquete con ocho avioncitos estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial, recuerdo al American P-51 Mustang,conocido como "Angel on our Shoulders (ángeles sobre nuestros hombros)", al P-38 Lightning, P-38 Thunderbolt, Bell P-29 y al F-6F Hellcat.

Me dijeron que la guerra se la ganaron a Alemania, pero mi vocabulario no contenía las palabras Hitler, Nazi, Holocausto, Judío; es más, geográficamente, apenas tenía la noción de que Europa se ubicaba cruzando el Océano Atlántico, pues en la escuela, los mapas que coloreaba eran de la división política de México o Yucatán.

En el instructivo cada aeroplano traía una descripción: modelo, año de fabricación, lugar en el que peleó, ciudades que liberó, pilotos célebres que lo manejaron…detalles que asustaban, que obligaban a creer que los aviones pertenecían al mal.

Sabía que al norte estaba EUA, pero en los mapas no venía completo. En un día ordinario, donde nada se festejaba, me regalaron un mapamundi, el cual aún conservo. Me sorprendí al apreciar la longitud real de los yankees. Yo tenía idea de que Inglaterra, Alemania y Francia, siendo potencias, debían contar con gran extensión territorial.

Me decepcioné cuando vi que todos eran mucho más pequeños que mi país. Y más al saber que la Gran Bretaña era una isla. Pero lo triste fue al enterarme que prácticamente todo el continente africano, India, Australia y muchas naciones más, en su momento fueron sometidas por aquellas potencias que de niño idolatré, sin saber siquiera un gramo de su historia y ubicación.

En fin, a causa de los aviones empecé a nutrirme de historia, de guerras, de divisiones y alianzas hipócritas. Al ver la proximidad entre Alemania e Inglaterra, la velocidad de los cohetes nazis V1 y V2 dejó de impresionarme, pues según un documental de Discovery Channel, eran lanzados de Berlín hacia Londres, y el recorrido duraba dos horas.

Después mi crecimiento ya no fue lento. Ya conocía lo elemental de la composición geográfica del globo terráqueo. Ocupaba pensar en qué me dedicaría en el futuro inmediato. Pasaron muchos oficios, entre ellos el ser piloto; comercial, obviamente.

Pero las escuelas de aviación son muy costosas. La otra opción era alistarme en la Fuerza Armada y seguir los errores de mi progenitor. Pensé en otras funciones, igual o más drásticas y decepcionantes, que ni caso tiene mencionarlas, pues me hacen pensar que no hubiese estado tan mal ser un piloto fantasma.

*B.A.M. No. 8: Base Aérea Militar No. 8, ubicada en Mérida, Yucatán.

                                          F-117 Nighthawkhttp://www.airforce-technology.com/projects/f117/images/nhawk11.jpg



Gracias por leerme... ASR

28 de julio de 2013

Día Falso

(Texto publicado en el Facebook el domingo 26 de junio de 2011)

Fue un día falso. Amaneció caluroso, sin viento y el sol iluminaba todos los rincones de la calle. Al mediodía brisó un poco y una hora después, parecía que el cielo se rompía en mil pedazos.
 
En verdad hace un rato que no había pensado en ella, pese a que la lluvia suele traerme recuerdos a su lado. Hoy visité a unos amigos, salí como de costumbre, un poco tarde, pero esta vez llegué a tiempo a mi destino. La cita duró mucho menos de lo esperado, decidimos organizar con calma la siguiente reunión.

Al regresar, me sorprendió verla, sentada en el escueto machuelo de mi casa, más arreglada de lo común. La noté delgada, pareciera que ya desquita la mensualidad del gimnasio. Me miró igual que un perro hace a su dueño, reclamándole un hueso, un abrazo, o un regaño injustificado.

Se paró frente a mí. Con sus tacones, casi iguala mi estatura, por lo que no tuvo problemas en mirarme fijamente. No habló, y de repente, lágrimas falsas descendieron por sus mejillas. Tan falsas, que al deslizarse, no se encharcaron en el maquillaje, y tampoco entonaron con su oxidado respirar.

Enseguida me regaló una sonrisa, debió ensayarla dos o tres veces, en la misma cantidad de segundos, igual o más hipócrita que su lloriqueo. Me abrazó, se abalanzó en mis hombros; los dedos de su mano derecha casi incendiaron mi cuello y con sus ojos cerrados, trató de que chocaran nuestros labios.

 
                                                    Dying, by Hakubaikou (Deviantart.com)

No habló y dejó de sonreír. Se percató que no caí en su trampa y entonces, volvió a ser la misma de siempre. Su mano izquierda, ahora fría, lentamente soltó mi diestra; previamente no sentí el momento en que se unieron. Se acarició las mejillas, sin utilizar su espejo, conocedora de que su llanto fue seco.
 
Pero el más falso fui yo, al fingir apatía. Me dirigí a la puerta, saqué del bolsillo las llaves y las dejé colgando en la cerradura, cuando lo que más deseaba era platicar con ella, o al menos, contar con su presencia. Quise demostrarle que pude olvidarla, pues no respondí a su afecto, pese haberla tomado de la mano.

Callé, pero sin duda aún la extraño, aún recuerdo que muchos días amanecían pensados en ella. Se fue, hacia no sé dónde, quise voltear, seguirle con la mirada y observar sus piernas y lo hermoso que luce su cabello largo. Pero me encerré en mi mundo carente de identidad, lleno de mandamientos y prohibiciones que ni yo comprendo.

Gracias por leerme... ASR

22 de julio de 2013

Demian

¿Existió Demian? Fue una duda que me revolvió las neuronas muchos años luego de concluir la obra que hasta 1925 se le atribuía a un tal Emil Sinclair, pues su autor, el nobel Hermann Hesse, al parecer aún no descifraba su verdadera identidad.

En muchos pasajes cuestioné la existencia de quien da nombre a esta historia: en las clases, al encontrarse de frente a Kromer y a causa de los nulos detalles de su madre durante la pubertad de Sinclair deduje que Max Demian era como un amigo imaginario, o un alter ego que Sinclair prefería ocultar.
Es en este párrafo, que corresponde al capítulo titulado El pájaro rompe el cascarón, donde más se incrementaron mis sospechas sobre la “autenticidad” del tan aclamado amigo del narrador:

“Durante todo aquel invierno viví en una tempestad interior que me es difícil describir aquí. Habituado ya a la soledad, no me pesaba, y vivía con Demian, con el gavilán simbólico y con aquella imagen de mi sueño que era mi amada y mi destino. Con ello le bastaba a mi vida, pues todo era grande y vasto y todo señalaba hacia Abraxas.  Pero ninguno de estos sueños, ninguno de estos pensamientos, me obedecía; no me era posible someter a mi voluntad su emergencia ni darles a mi capricho su color. Venían y se apoderaban de mí; era dominado por ellos, era por ellos vivido”.

 
IMAGEN: DEVIANTART.COM

Aquella imagen del sueño me gusta relacionarla con la protección femenina que necesitamos, sobre todo a quienes disfrutamos de la soledad y en momentos nostálgicos la figuramos con nuestra almohada; Sinclair decidió adjudicarle el papel de madre de Demian y no el de una compañera amada que lo acompañara en la búsqueda de su destino.
Entiendo esta asignación como cierto miedo a encariñarse con una mujer, de un tipo inmaduro o tímido y que busca un objetivo distinto a lo habitual, pero sobre todo de un perfeccionista que además desconfía de sus virtudes.
Volví a leer la obra, surgieron nuevas cuestiones y la existencia del fiel consejero de Emil dejó de ser prioridad. Ahora la inquietud se inclinaba sobre el principal antagonista, Kromer, y era necesario no nada más identificarlo, sino saber cómo Demian logra separarlo de Sinclair.
Esta composición de nombres desarrollada durante la búsqueda de ideales en una introspección constante obliga a Emil Sinclair a crear ambas personalidades que lo atormentan, que una simboliza a la maldad, al pecado, y su contraparte, el camino a lo sublime, la inteligencia y belleza interior que finalizan en amor propio.
El psicoanálisis que Hesse utilizó en la mayoría de sus letras, separar “lo bueno” y “lo malo”, dividir la vida en dos mundos y dejarse atrapar por los prejuicios ocasionaron que Emil no se ubique en ninguno luego de convivir con el exterior, de platicar y querer encariñarse con alguien distinto a sus gustos,  ideales, y metas; alguien distinto a Demian…o a la madre de éste; entonces, en él buscamos y creamos un lado oscuro, vano, común.
Demian no derrotó a Kromer, sino se fusionó con él. De ambos surge Abraxas, aquel Dios mitológico que equilibra y combina el bien y el mal.
Sinclair comprendió que haber mentido para tratar de impresionar a personas deshonradas era una falta simple y ahora su principal tormento se debía a la frialdad de su amigo, quien idolatraba a Caín.
Entonces, tras los relatos de su consejero, ante Emil surge un Caín anarquista, cuya desobediencia es atribuida a la necesidad de liberarse de imposiciones sociales, religiosas y políticas, un personaje opuesto a lo aprendido en el calor de su hogar.
“Creamos dioses y estos nos vencen”, lo mismo que las personalidades, creamos cualidades y defectos, religiones, y sucumbimos ante estas”.
Fue Sinclair, y no Demian, quien intimidó a su profesor cuando éste se determinaba a cuestionarlo en clase; también fue Sinclair quien, de niño, robó dinero de la pequeña bolsa en la que su madre guardaba monedas, sin ser motivado por un ente malvado como Kromer.
La novela, publicada en 1919, es un repaso nostálgico del adiós a nuestra niñez, del imaginarnos a seres perfectos que siempre pretendimos conocer, con cualidades puras que no podemos interpretar, y nos cansamos de esperarlos; es decir, una confusión respecto a lo que queremos.
Es también la desilusión al notar la simpleza de lo que se llegó a creer sagrado, de una persona congruente que se martiriza tras recapacitar sus actos y pensamientos; interpretar los mandamientos de acuerdo a la justificación de nuestros pecados: “por tanto, cada uno de nosotros ha de encontrar por sí mismo lo permitido y lo prohibido”.
De este albedrío suele brotar el arte, pero es más habitual que ocurra lo que en términos legales llamamos delitos. Además surge el cuestionamiento de las religiones -todas-, que juegan un papel en nuestra sociedad superior y prioritario a la política, y en consecuencia aparecen sentimientos como el odio, la envidia, que suelen derivar en guerras y conflictos sociales.
Y es que cada uno de nuestros dioses son distintos, incluso en las ramas protestantes, y lejanos a Abraxas, la conformación de un auténtico individuo humano, de la magia blanca, que consiste en dominarse a sí mismo.
En vez de criticar a Caín, ¿no es justo preguntarse si realmente Dios nos pediría algo “nuestro” sólo para demostrar que lo amamos? ¿No es él quien ha creado todo y quien decide hasta cuándo estaremos con nuestros seres queridos?
Hermann Hesse participó en la guerra y el justificar su ideal pudiera reflejarse en el final de la obra, donde incluso se mencionan las diferencias políticas de Alemania, país  donde nació Hesse, con Rusia y Japón , principalmente a causa del comunismo que se predicaba en Europa, alrededor de 1920.
Una bellísima lectura que nos enseña las dudas de elegir un camino adecuado, de enamorarse de la mujer que consideramos ideal.
¿Y cómo es esa bella mujer que buscamos? Muchas veces no lo sabemos, sólo queremos lo distinto y por miedo a equivocarnos, a cometer los mismos errores de quienes consideramos inferiores o en mejor caso, corrientes, nos encerramos en nuestras ideas y creamos a nuestros propios amigos, a quienes les adjudicamos cualidades que no podemos desarrollar; y los defectos, que hasta al final tenemos el valor de aceptarlos, se los atribuimos a esa gente simple, llana, “perteneciente a otro mundo”, al grado de ahora considerarlos nuestros enemigos o seres que nos incitan al camino oscuro.
Concluiré con la frase que da inicio a la que 10 años y no sé cuántos libros después sigue siendo mi historia preferida:
“Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí.  ¿Por qué habría de serme tan difícil?”
Hermann Hesse – Demian (1919)
FRASES:
“Hay que saber encerrarse completamente en uno mismo, como una tortuga”.
“Fuese de mí lo que fuese, me sentía ya feliz de saber en el mundo a aquella mujer, beber su voz y respirar su presencia.  Lo que para mí fuera no importaba: madre, amante o diosa. Me bastaba saberla viva y que mi camino avanzase cercano al suyo”.
“El verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar a sí mismo. Luego podría terminar en poeta o en loco, en profeta o en criminal”.
“Aquel que verdaderamente no quiere más que su destino no tiene ya semejantes y se alza solitario sobre la tierra”.
“No creo que vea usted hombres en todos los bípedos que van por esas calles, simplemente porque andan erectos y llevan en sí nueve meses a sus crías”.
“Creamos dioses y luchamos con ellos, y ellos nos bendicen”.

 
Gracias por leerme... ASR

21 de julio de 2013

NAGASAKI


No es correcto cambiarle el título a los libros. Quizá sí a las películas de idiomas complejos y poco conocidos, o a las hollywoodenses de nombre absurdo, pero no a los libros.
Recién leí "La Intrusa", de Eric Faye, obra escrita apenas en el 2008...si digo apenas es porque hablando cronológicamente, mi escritor preferido más joven es Albert Camus, quien falleció en 1960.




No es fácil decidir un título; no lo es un encabezado ideal para una nota de tiempo real, mucho menos debe serlo en una pintura, fotografía, un filme y ni qué decir un cuento o novela. El autor tiene sus motivos, él profundiza, siente e impacta mejor que nadie el principal significado que quiere darle a sus letras.

Este relato que internacionalizó a Faye es corto, simple. No debí invertir más de cuatro horas en repasarlo -divididas en sesiones de camión y breves lapsos de poco trabajo en la oficina, en apenas tres días-.
Seré honesto: por momentos me aburrió y me arrepentí de haber pagado 190 pesos (Demian $25, Los Miserables $110), me acusé de inepto por guiarme a través de recomendaciones absurdas y hasta me sentí un lector "wanna be" de bestsellers, como muchos hipsters de todas las edades que abundan en Avenida Chapultepec y juegan a ser intelectuales, o esas señoras adineradas menopáusicas subyugadas por las 50 Sombras de Gray, y que también abundan en Avenida Chapultepec.

Total, noté mucho la frase "...quiero decir que...", lo que me recordó a "El Coleccionista", leída apenas un par de meses, en la cual se repetía a cada rato.
Pero aquí Shimura Kobo, quien también es solitario y de nulos impulsos y deseos, parece tener respeto hacia los demás, sabe interpretar sus sentimientos y tragarse sus fracasos y locuras, sin esparcir veneno ni sintiéndose víctima de todo el mundo. De igual manera, pudiera decirse que está dividido en dos partes, en este caso el hospedador y la intrusa.

Y es que esta palabra, "Intrusa", es mucho más ideal para contar la historia de una mujer que ingresa sin permiso al domicilio de un cincuentón soltero, quien tarda más de un año en percatarse de este delito, que "Nagasaki", aquella palabra que parece incompleta, pues en todos lados suele escucharse antes de "Hiroshima y..."
Pudiera tener sentido el cambio. Un relato en el que como escenarios fungen la casa y oficina de un hombre maduro fracasado, sería muy poco para atribuirle el título de una ciudad cumbre en la historia universal bélica.

Sin embargo, como buena obra, es el final el que nos impacta y conmueve, por lo que la inversión económica dejó de preocuparme.
La semblanza de una mujer, también cincuentona, que ingresa sin permiso y a escondidas a la casa donde vivió por ocho años y que abandonó a los 16 luego de que sus padres murieran tras "el desprendimiento de tierras por una tempestad", un percance común que afecta a aquella ciudad del imperio del lejano oriente, donde cada uno de sus pueblos debe tener crónicas en relevancia a terremotos o catástrofes de esta clase.

Observar por la ventana el Monte Inasa y la bahía, asomarse un poco a la izquierda para divisar la iglesia de Oura, en la que ella fue bautizada; una señora sin intereses, que a los 20 años, llena de odio antiamericano, ingresa al Ejército Rojo Unificado para después ocultarse en otra identidad y disiparse en el anonimato.
"Es extraño: esos barrios católicos, arrasados por la bomba de un país cristiano...hay tan pocos cristianos en Japón", concluye la mujer de quien sólo se dice que es de apellido corriente, la intrusa, en su carta de agradecimiento que le escribe a Shimura, quien se comportó con mesura y consideración durante el juicio.

La soledad en los protagonistas, ambos adultos mayores, se desenvuelven durante la severa crisis económica mundial que se desató en 2008, quizá pudiera describirnos cómo son los personajes contemporáneos típicos de Nagasaki, o al menos cómo los percibe este autor francés encariñado con Japón: “-pero supongo que conoce las alturas de la ciudad tan bien como yo-, en medio de un paisaje de cementerios y templos anclados en el tiempo".
¿No es Nagasaki un panteón anclado en el tiempo? ¿Durante cuánto tiempo dejará de ser recordada como la ciudad japonesa en que se arrojó la segunda bomba nuclear (no recuerdo si fue “Little Boy” o “Fat Man”)?

¿No coincide la descripción de éstos personajes con aquel lamentable suceso? ¿Qué causa motiva a una sociedad a fabricar robots que cuidarán a los ancianos, quienes se multiplican década tras década y cada vez hay menos gente interesada en cuidarlos?
A Shimura le enfurece saber que ingresaron a su cocina y bebían de su yogurt, el ser víctima de allanamiento de morada y comprobarlo por medio de la tecnología, descubrir que por más de un año no dormía solo en casa y ver su realidad, sin esposa ni hijos, y una bochornosa rutina que ejercía día a día.

"Te ves arrojada a los márgenes de la sociedad, y ¡pobres de los solteros sin familia!... "Insulso, sin ningún atractivo especial. Un hombre decente. Cientos de personas, en todas las ciudades, tienen ese rostro intercambiable".
Son las frases que quizá mejor describen a cada uno de los personajes. No veo motivos en cambiar el título, que sin duda es mucho más llamativo y genera más interés en cuando a la decisión de adquirirlo.

 Existen lugares que al nombrarlos de inmediato los identificamos con personajes clásicos, como Chinameca, donde fue asesinado Emiliano Zapata; Santiango Tianguistenco, donde nació el histórico boxeador mexicano, Salvador Sánchez, o Aracataca, para muchos “Macondo”, sitio de donde es oriundo el nobel colombiano, Gabriel García Márquez.
Desconozco si Nagasaki cuenta con una personalidad ilustre como las mencionadas, pero sin duda puede describirse no nada más a base de la radioactividad atómica generada a causa del macabro bombardeo yanqui.

¿Por qué Nagasaki fue sustituido por La Intrusa? Quiero pensar que se debe a una decisión mercadológica, y no que el traductor, o director editorial, haya considerado insuficiente la trama desarrollada en la novela para titularla así de simple.

FRASES:

"Eran unos ojos vacíos y cansados, que posaron en mí inequívocamente".

"La idea de sentido fue inventada por la humanidad para poner un bálsamo a sus angustias".

"Bienaventurados los amnésicos, porque el pasado es dolor"




Gracias por leerme... ASR

10 de julio de 2013

Me sentí 10 años menor


El pasado domingo 7 de julio no correspondió a este 2013...no al menos para mí.
El aire frío y el cielo gris nublado matutino evocaban a la Perla Tapatía que conocí en mi infancia, durante el primer lustro de la década de los 90, cuando el sofocante sol rara vez se presentaba.

Tras mi acostumbrado recorrido ciclista dominical, en el que observé la nueva camiseta de las Chivas y pensé en comprarla, decidí cortar el abundante pasto que cubre a un pino plantado en la banqueta, justo en la entrada de mi casa, el cual acumulaba toda clase de basura.

Afuera estaban dos viejos conocidos, mi vecino y quien fuera su compañero -y quizá mejor amigo- en la secundaria, a quienes supero en edad dos años.
Mientras escuchaban no recuerdo qué canciones, me invitaron a jugar una cascarita. Para entonces ya calentaban tocando el balón y de repente, debajo de un carro, justo en una llanta trasera, vimos una rata.

La historia de cómo la perseguimos, matamos y sepultamos la omitiré y quizá la cuente después porque durante mi labor de jardinería sucedió algo más asqueroso.
Con las tijeras corté una bolsa escondida en el ya amarillo pasto, la cual contenía miados, muy probable de alguno de los tianguistas que se instalan los viernes en mi colonia y que estacionan sus carros afuera de mi casa.

 Y es que precisamente en ese día, desde más o menos cinco semanas, aparecen múltiples bolsas amarillas en mi pequeño jardín.
Este desagradable incidente me hizo recordar una breve etapa de mi niñez, cuando atrapaba renacuajos de los charcos, o cuando con alcohol quemaba las heces fecales.

Una vez lavadas las manos hasta con cloro y terminada la labor de limpieza del área verde, jugamos "centros".
Este acto consiste en elegir una casa o portón como portería, la cual es custodiada por uno de nosotros; uno más envía servicios emulando un tiro de esquina o tiro libre indirecto y el resto remata. Quien anote reemplaza al portero, quien a la vez suplirá a quien mandaba los centros y éste último se vuelve un rematador más.

Desde que regresé a Guadalajara, a mediados de junio del 2000, y hasta que terminé la preparatoria, seis años después, era costumbre jugar de este modo previo a las retas que realizábamos casi siempre entre nosotros mismos.
Sucedía por lo general en las tardes, después de las 6:00, y en fines de semana o vacaciones en horario indeterminado, que podrían ser las 8:00 am o en plena medianoche.

El aviso para salir era simple: un silbido y rara vez usábamos los timbres. No existían las redes sociales y hasta 2004 ninguno llegó a tener celular.

 
 
Tuvimos muchos problemas a causa de que golpeábamos puertas y personas, despertábamos bebés o maltratábamos vehículos o plantas, o simplemente porque a determinada gente amargada les incomodaba cómo convertíamos la cuadra en el mismísimo Estadio Jalisco.

Me convertí en adulto, decidí irme a Ocotlán y aunque mis piernas se "entiesaron", los días que regresaba a Guadalajara solía jugar en algunas ocasiones. Con el paso de los años algunos niños han emulado nuestro juego, aunque no he visto que alcancen nuestras hazañas.
Y este domingo fue desastroso, pero divertido. El tiempo nos ha mermado a todos, incluso a los más pequeños, y con nuevos amigos se repitieron las retas, en las que anoté la mitad de los goles y terminé tres veces más cansado de lo que era habitual en mi época dorada.

Al concluir les recordé que la Virgen de Zapopan recorría nuestro barrio y me pareció oportuno ir a observar cómo se encendía el castillo y jugar futbolitos. Acordamos ir a las 9, después de que cada quien se bañara.

Luego de comer y arreglarme, encendí mi laptop para jugar ajedrez y cuando no encontraba la forma de proteger a mi reina sonó el timbre. Así fue como me avisaron que estaban listos. No hubo mensajes telefónicos ni publicaciones en el muro del Facebook, como habitualmente sucede en estos tiempos.

No recuerdo cuántos ni quienes fuimos, pero ya no estaba el supuesto mejor amigo secundariano de mi vecino, y sí al menos dos compas -para mí desconocidos- de su hermano menor, además de dos buenas amistades que trato desde hace un año.
Solía ser común ir a San Onofre de noche con mis amigos a comprar nieve de garrafa, discos o películas VHS piratas y no recuerdo cuándo había sido la última vez. Quizá en 2007, o tal vez mucho antes, pero fue hermoso que se repitiera.

Pensé en comprar fritangas, una paleta o tal vez unos modernos tostilocos, que aparte de los tostitos (aplica la redundancia) contienen salchicha, pepino y creo que jícama, aunque consideré oportuno no hacerlo, no nada más para ahorrar o invertir ese dinero en algo productivo, como el nuevo jersey del Rebaño Sagrado, sino esta vez para evitar una posible náusea, de esas que últimamente seguido se me presentan luego de ingerir chatarra.
En el recorrido de la feria nos encontramos a varios amigos que frecuento. Mientras el castillo ardía recordé alegres momentos con quienes me acompañaban y me fue grato observar a una señora que bebía alcohol adentro del templo, justo en la bardita del barandal de la entrada lateral.

Jugamos futbolitos y esta vez ni siquiera intentamos hacer trampa, en específico, atrapar la pelota justo cuando entra en el pequeño cuadro de anotación y evitar que se vaya abajo del tablero, como sucedía en nuestras partidas anteriores e incluso nos emocionaba que el encargado nos sorprendiera.
Al regresar, fuimos a cenar hamburguesas y afuera de nuestra calle platicamos un rato, ya nada más mi vecino y su hermano menor.

Con las piernas adormecidas me despedí con toda la intención de no acostarme hasta que arreglara la ropa que llevaría al trabajo.
Por eso este domingo debió pertenecer al 2003, al 2000 o tal vez 1982, pero no 2013, debido a que me sentí, por lo menos, 10 años menor.





Regresé ya muy noche a mi casa. Alisté los pantalones, camisas y plancha. Además volví a prender la computadora para escuchar música y ver las novedades en Twitter, pero para ese entonces el reloj indicaba las 12:17 a.m., o sea, que ya era lunes, 8 de julio de 2013.

Gracias por leerme... ASR