28 de julio de 2013

Día Falso

(Texto publicado en el Facebook el domingo 26 de junio de 2011)

Fue un día falso. Amaneció caluroso, sin viento y el sol iluminaba todos los rincones de la calle. Al mediodía brisó un poco y una hora después, parecía que el cielo se rompía en mil pedazos.
 
En verdad hace un rato que no había pensado en ella, pese a que la lluvia suele traerme recuerdos a su lado. Hoy visité a unos amigos, salí como de costumbre, un poco tarde, pero esta vez llegué a tiempo a mi destino. La cita duró mucho menos de lo esperado, decidimos organizar con calma la siguiente reunión.

Al regresar, me sorprendió verla, sentada en el escueto machuelo de mi casa, más arreglada de lo común. La noté delgada, pareciera que ya desquita la mensualidad del gimnasio. Me miró igual que un perro hace a su dueño, reclamándole un hueso, un abrazo, o un regaño injustificado.

Se paró frente a mí. Con sus tacones, casi iguala mi estatura, por lo que no tuvo problemas en mirarme fijamente. No habló, y de repente, lágrimas falsas descendieron por sus mejillas. Tan falsas, que al deslizarse, no se encharcaron en el maquillaje, y tampoco entonaron con su oxidado respirar.

Enseguida me regaló una sonrisa, debió ensayarla dos o tres veces, en la misma cantidad de segundos, igual o más hipócrita que su lloriqueo. Me abrazó, se abalanzó en mis hombros; los dedos de su mano derecha casi incendiaron mi cuello y con sus ojos cerrados, trató de que chocaran nuestros labios.

 
                                                    Dying, by Hakubaikou (Deviantart.com)

No habló y dejó de sonreír. Se percató que no caí en su trampa y entonces, volvió a ser la misma de siempre. Su mano izquierda, ahora fría, lentamente soltó mi diestra; previamente no sentí el momento en que se unieron. Se acarició las mejillas, sin utilizar su espejo, conocedora de que su llanto fue seco.
 
Pero el más falso fui yo, al fingir apatía. Me dirigí a la puerta, saqué del bolsillo las llaves y las dejé colgando en la cerradura, cuando lo que más deseaba era platicar con ella, o al menos, contar con su presencia. Quise demostrarle que pude olvidarla, pues no respondí a su afecto, pese haberla tomado de la mano.

Callé, pero sin duda aún la extraño, aún recuerdo que muchos días amanecían pensados en ella. Se fue, hacia no sé dónde, quise voltear, seguirle con la mirada y observar sus piernas y lo hermoso que luce su cabello largo. Pero me encerré en mi mundo carente de identidad, lleno de mandamientos y prohibiciones que ni yo comprendo.

Gracias por leerme... ASR

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