22 de julio de 2013

Demian

¿Existió Demian? Fue una duda que me revolvió las neuronas muchos años luego de concluir la obra que hasta 1925 se le atribuía a un tal Emil Sinclair, pues su autor, el nobel Hermann Hesse, al parecer aún no descifraba su verdadera identidad.

En muchos pasajes cuestioné la existencia de quien da nombre a esta historia: en las clases, al encontrarse de frente a Kromer y a causa de los nulos detalles de su madre durante la pubertad de Sinclair deduje que Max Demian era como un amigo imaginario, o un alter ego que Sinclair prefería ocultar.
Es en este párrafo, que corresponde al capítulo titulado El pájaro rompe el cascarón, donde más se incrementaron mis sospechas sobre la “autenticidad” del tan aclamado amigo del narrador:

“Durante todo aquel invierno viví en una tempestad interior que me es difícil describir aquí. Habituado ya a la soledad, no me pesaba, y vivía con Demian, con el gavilán simbólico y con aquella imagen de mi sueño que era mi amada y mi destino. Con ello le bastaba a mi vida, pues todo era grande y vasto y todo señalaba hacia Abraxas.  Pero ninguno de estos sueños, ninguno de estos pensamientos, me obedecía; no me era posible someter a mi voluntad su emergencia ni darles a mi capricho su color. Venían y se apoderaban de mí; era dominado por ellos, era por ellos vivido”.

 
IMAGEN: DEVIANTART.COM

Aquella imagen del sueño me gusta relacionarla con la protección femenina que necesitamos, sobre todo a quienes disfrutamos de la soledad y en momentos nostálgicos la figuramos con nuestra almohada; Sinclair decidió adjudicarle el papel de madre de Demian y no el de una compañera amada que lo acompañara en la búsqueda de su destino.
Entiendo esta asignación como cierto miedo a encariñarse con una mujer, de un tipo inmaduro o tímido y que busca un objetivo distinto a lo habitual, pero sobre todo de un perfeccionista que además desconfía de sus virtudes.
Volví a leer la obra, surgieron nuevas cuestiones y la existencia del fiel consejero de Emil dejó de ser prioridad. Ahora la inquietud se inclinaba sobre el principal antagonista, Kromer, y era necesario no nada más identificarlo, sino saber cómo Demian logra separarlo de Sinclair.
Esta composición de nombres desarrollada durante la búsqueda de ideales en una introspección constante obliga a Emil Sinclair a crear ambas personalidades que lo atormentan, que una simboliza a la maldad, al pecado, y su contraparte, el camino a lo sublime, la inteligencia y belleza interior que finalizan en amor propio.
El psicoanálisis que Hesse utilizó en la mayoría de sus letras, separar “lo bueno” y “lo malo”, dividir la vida en dos mundos y dejarse atrapar por los prejuicios ocasionaron que Emil no se ubique en ninguno luego de convivir con el exterior, de platicar y querer encariñarse con alguien distinto a sus gustos,  ideales, y metas; alguien distinto a Demian…o a la madre de éste; entonces, en él buscamos y creamos un lado oscuro, vano, común.
Demian no derrotó a Kromer, sino se fusionó con él. De ambos surge Abraxas, aquel Dios mitológico que equilibra y combina el bien y el mal.
Sinclair comprendió que haber mentido para tratar de impresionar a personas deshonradas era una falta simple y ahora su principal tormento se debía a la frialdad de su amigo, quien idolatraba a Caín.
Entonces, tras los relatos de su consejero, ante Emil surge un Caín anarquista, cuya desobediencia es atribuida a la necesidad de liberarse de imposiciones sociales, religiosas y políticas, un personaje opuesto a lo aprendido en el calor de su hogar.
“Creamos dioses y estos nos vencen”, lo mismo que las personalidades, creamos cualidades y defectos, religiones, y sucumbimos ante estas”.
Fue Sinclair, y no Demian, quien intimidó a su profesor cuando éste se determinaba a cuestionarlo en clase; también fue Sinclair quien, de niño, robó dinero de la pequeña bolsa en la que su madre guardaba monedas, sin ser motivado por un ente malvado como Kromer.
La novela, publicada en 1919, es un repaso nostálgico del adiós a nuestra niñez, del imaginarnos a seres perfectos que siempre pretendimos conocer, con cualidades puras que no podemos interpretar, y nos cansamos de esperarlos; es decir, una confusión respecto a lo que queremos.
Es también la desilusión al notar la simpleza de lo que se llegó a creer sagrado, de una persona congruente que se martiriza tras recapacitar sus actos y pensamientos; interpretar los mandamientos de acuerdo a la justificación de nuestros pecados: “por tanto, cada uno de nosotros ha de encontrar por sí mismo lo permitido y lo prohibido”.
De este albedrío suele brotar el arte, pero es más habitual que ocurra lo que en términos legales llamamos delitos. Además surge el cuestionamiento de las religiones -todas-, que juegan un papel en nuestra sociedad superior y prioritario a la política, y en consecuencia aparecen sentimientos como el odio, la envidia, que suelen derivar en guerras y conflictos sociales.
Y es que cada uno de nuestros dioses son distintos, incluso en las ramas protestantes, y lejanos a Abraxas, la conformación de un auténtico individuo humano, de la magia blanca, que consiste en dominarse a sí mismo.
En vez de criticar a Caín, ¿no es justo preguntarse si realmente Dios nos pediría algo “nuestro” sólo para demostrar que lo amamos? ¿No es él quien ha creado todo y quien decide hasta cuándo estaremos con nuestros seres queridos?
Hermann Hesse participó en la guerra y el justificar su ideal pudiera reflejarse en el final de la obra, donde incluso se mencionan las diferencias políticas de Alemania, país  donde nació Hesse, con Rusia y Japón , principalmente a causa del comunismo que se predicaba en Europa, alrededor de 1920.
Una bellísima lectura que nos enseña las dudas de elegir un camino adecuado, de enamorarse de la mujer que consideramos ideal.
¿Y cómo es esa bella mujer que buscamos? Muchas veces no lo sabemos, sólo queremos lo distinto y por miedo a equivocarnos, a cometer los mismos errores de quienes consideramos inferiores o en mejor caso, corrientes, nos encerramos en nuestras ideas y creamos a nuestros propios amigos, a quienes les adjudicamos cualidades que no podemos desarrollar; y los defectos, que hasta al final tenemos el valor de aceptarlos, se los atribuimos a esa gente simple, llana, “perteneciente a otro mundo”, al grado de ahora considerarlos nuestros enemigos o seres que nos incitan al camino oscuro.
Concluiré con la frase que da inicio a la que 10 años y no sé cuántos libros después sigue siendo mi historia preferida:
“Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí.  ¿Por qué habría de serme tan difícil?”
Hermann Hesse – Demian (1919)
FRASES:
“Hay que saber encerrarse completamente en uno mismo, como una tortuga”.
“Fuese de mí lo que fuese, me sentía ya feliz de saber en el mundo a aquella mujer, beber su voz y respirar su presencia.  Lo que para mí fuera no importaba: madre, amante o diosa. Me bastaba saberla viva y que mi camino avanzase cercano al suyo”.
“El verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar a sí mismo. Luego podría terminar en poeta o en loco, en profeta o en criminal”.
“Aquel que verdaderamente no quiere más que su destino no tiene ya semejantes y se alza solitario sobre la tierra”.
“No creo que vea usted hombres en todos los bípedos que van por esas calles, simplemente porque andan erectos y llevan en sí nueve meses a sus crías”.
“Creamos dioses y luchamos con ellos, y ellos nos bendicen”.

 
Gracias por leerme... ASR

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