El pasado
domingo 7 de julio no correspondió a este 2013...no al menos para mí.
El aire frío y
el cielo gris nublado matutino evocaban a la Perla Tapatía que conocí en mi
infancia, durante el primer lustro de la década de los 90, cuando el sofocante
sol rara vez se presentaba.Tras mi acostumbrado recorrido ciclista dominical, en el que observé la nueva camiseta de las Chivas y pensé en comprarla, decidí cortar el abundante pasto que cubre a un pino plantado en la banqueta, justo en la entrada de mi casa, el cual acumulaba toda clase de basura.
Afuera estaban
dos viejos conocidos, mi vecino y quien fuera su compañero -y quizá mejor
amigo- en la secundaria, a quienes supero en edad dos años.
Mientras
escuchaban no recuerdo qué canciones, me invitaron a jugar una cascarita. Para
entonces ya calentaban tocando el balón y de repente, debajo de un carro, justo
en una llanta trasera, vimos una rata.
La historia de
cómo la perseguimos, matamos y sepultamos la omitiré y quizá la cuente después
porque durante mi labor de jardinería sucedió algo más asqueroso.
Con las tijeras
corté una bolsa escondida en el ya amarillo pasto, la cual contenía miados, muy
probable de alguno de los tianguistas que se instalan los viernes en mi colonia
y que estacionan sus carros afuera de mi casa.
Y es que precisamente en ese día, desde más o menos
cinco semanas, aparecen múltiples bolsas amarillas en mi pequeño jardín.
Este
desagradable incidente me hizo recordar una breve etapa de mi niñez, cuando
atrapaba renacuajos de los charcos, o cuando con alcohol quemaba las heces
fecales.
Una vez lavadas
las manos hasta con cloro y terminada la labor de limpieza del área verde,
jugamos "centros".
Este acto
consiste en elegir una casa o portón como portería, la cual es custodiada por
uno de nosotros; uno más envía servicios emulando un tiro de esquina o tiro
libre indirecto y el resto remata. Quien anote reemplaza al portero, quien a la
vez suplirá a quien mandaba los centros y éste último se vuelve un rematador
más.
Desde que
regresé a Guadalajara, a mediados de junio del 2000, y hasta que terminé la
preparatoria, seis años después, era costumbre jugar de este modo previo a las
retas que realizábamos casi siempre entre nosotros mismos.
Sucedía por lo
general en las tardes, después de las 6:00, y en fines de semana o vacaciones
en horario indeterminado, que podrían ser las 8:00 am o en plena medianoche.
El aviso para
salir era simple: un silbido y rara vez usábamos los timbres. No existían las
redes sociales y hasta 2004 ninguno llegó a tener celular.
Tuvimos muchos problemas a causa de que golpeábamos puertas y personas, despertábamos bebés o maltratábamos vehículos o plantas, o simplemente porque a determinada gente amargada les incomodaba cómo convertíamos la cuadra en el mismísimo Estadio Jalisco.
Me convertí en adulto, decidí irme a Ocotlán y aunque mis piernas se "entiesaron", los días que regresaba a Guadalajara solía jugar en algunas ocasiones. Con el paso de los años algunos niños han emulado nuestro juego, aunque no he visto que alcancen nuestras hazañas.
Y este domingo fue desastroso, pero divertido. El tiempo nos ha mermado a todos, incluso a los más pequeños, y con nuevos amigos se repitieron las retas, en las que anoté la mitad de los goles y terminé tres veces más cansado de lo que era habitual en mi época dorada.Al concluir les recordé que la Virgen de Zapopan recorría nuestro barrio y me pareció oportuno ir a observar cómo se encendía el castillo y jugar futbolitos. Acordamos ir a las 9, después de que cada quien se bañara.
Luego de comer y arreglarme, encendí mi laptop para jugar ajedrez y cuando no encontraba la forma de proteger a mi reina sonó el timbre. Así fue como me avisaron que estaban listos. No hubo mensajes telefónicos ni publicaciones en el muro del Facebook, como habitualmente sucede en estos tiempos.
No recuerdo cuántos ni quienes fuimos, pero ya no estaba el supuesto mejor amigo secundariano de mi vecino, y sí al menos dos compas -para mí desconocidos- de su hermano menor, además de dos buenas amistades que trato desde hace un año.
Solía ser común ir a San Onofre de noche con mis amigos a comprar nieve de garrafa, discos o películas VHS piratas y no recuerdo cuándo había sido la última vez. Quizá en 2007, o tal vez mucho antes, pero fue hermoso que se repitiera.
Pensé en comprar fritangas, una paleta o tal vez unos modernos tostilocos, que aparte de los tostitos (aplica la redundancia) contienen salchicha, pepino y creo que jícama, aunque consideré oportuno no hacerlo, no nada más para ahorrar o invertir ese dinero en algo productivo, como el nuevo jersey del Rebaño Sagrado, sino esta vez para evitar una posible náusea, de esas que últimamente seguido se me presentan luego de ingerir chatarra.
En el recorrido de la feria nos encontramos a varios amigos que frecuento. Mientras el castillo ardía recordé alegres momentos con quienes me acompañaban y me fue grato observar a una señora que bebía alcohol adentro del templo, justo en la bardita del barandal de la entrada lateral.
Jugamos futbolitos y esta vez ni siquiera intentamos hacer trampa, en específico, atrapar la pelota justo cuando entra en el pequeño cuadro de anotación y evitar que se vaya abajo del tablero, como sucedía en nuestras partidas anteriores e incluso nos emocionaba que el encargado nos sorprendiera.
Al regresar, fuimos a cenar hamburguesas y afuera de nuestra calle platicamos un rato, ya nada más mi vecino y su hermano menor.
Con las piernas adormecidas me despedí con toda la intención de no acostarme hasta que arreglara la ropa que llevaría al trabajo.
Por eso este domingo debió pertenecer al 2003, al 2000 o tal vez 1982, pero no 2013, debido a que me sentí, por lo menos, 10 años menor.Regresé ya muy noche a mi casa. Alisté los pantalones, camisas y plancha. Además volví a prender la computadora para escuchar música y ver las novedades en Twitter, pero para ese entonces el reloj indicaba las 12:17 a.m., o sea, que ya era lunes, 8 de julio de 2013.
Gracias por leerme... ASR
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