28 de marzo de 2018

Mordida región 4.0

Sabía que me esperaba una noche sempiterna. Sentí un escalofrío aterrador al contemplar a decenas de personas que aguardaban afuera del edificio, impacientes por no saber con precisión lo que sucedía en el interior, pero también felices porque respiraban aire fresco. Al menos eso supongo ahora.

Así se veía la clínica por fuera... esperaba un infierno adentro, pero no acerté del todo.


Y es que adentro todas las sillas estaban ocupadas y avancé a paso lento, por tanta gente que permanecía de pie. Aún así me llamaron de recepción casi de inmediato, para presentar mi cartilla que me acredita como derechohabiente del IMSS. Me pasaron a un cuarto, al que da acceso la puerta inmediata, donde parecía que los pacientes se robaban el aire para lograr aferrarse a la vida porque, no exagero, apenas y se podía inhalar oxígeno.

Más bien predominaba un hedor insoportable, como si hubiesen rociado un aromatizante compuesto de sudor, orina y vómito; pero aquí adentro la asfixia la ocasionaba la tristeza y no el asco. Más que seres humanos, muchos de los presentes en el área de urgencias parecían espíritus aferrados a cuerpos descompuestos, por no decir putrefactos: querían seguir  albergándolos aunque fuese sin dignidad, como seguramente alguna vez sucedió pese a tener salud estable. 

Al recordar el motivo de mi “visita”, me sentí un poco ridículo y un tanto ingenuo. No había transcurrido ni una hora de cuando llegué a mi casa, confuso, pensando en ver el lado chusco del incidente que me llevó a este tétrico espacio. Después de desinfectarme el área de los isquiotibiales de mi pierna derecha, de la cual chorreaba bastante sangre, decidí cambiarme de ropa y me eché desodorante en las axilas, ya que venía de hacer ejercicio y no creí conveniente bañarme antes de ir al hospital.

¿Incomodaría mi sudor a los médicos y enfermeros que me atenderían? Quizá no tanto como los reclamos de los familiares de los enfermos, o de los mismos enfermos. Total, que me resigné a que tardarían bastante en atenderme, porque una leve mordedura de perro luce insignificante frente a todo lo que contemplaban mis ojos: media docena de inquilinos de la Clínica 110 sujetaban bolsas de suero, entre ellos una veinteañera embarazada y bastante pálida; un sexagenario (según mis cálculos) conducido en silla de ruedas, con sus dos piernas amputadas, y un sinfín de miradas perdidas.

Me llevé mi libro, “El mundo de Sofía”, pero fue imposible concentrarse en las letras referentes a Hilda, Albert, Hermes y demás personajes secundarios. La pierna comenzaba a entumirse, mas no quise sentarme. Quedaban dos sillas disponibles; en la más cercana, reposaba una señora bastante obesa y que parecía estar a punto de dormirse; en la otra estaba un señor cubierto con una bata verde, repleta de manchas cafés, muy secas, de la cintura para abajo. No quise, ni quiero, indagar cómo aparecieron.

Por momentos los enfermeros invertían más tiempo es sacar a los acompañantes que en atender a los pacientes. Yo pensaba en las 12 inyecciones que, según el chofer de Uber que me llevó al nosocomio, tuvieron que aplicarle a su hermano cuando lo mordió un perro con rabia. ¡Y lo picotearon en el ombligo!

Quien realmente me preocupaba era mi hermana, porque decidió acompañarme y llegó como una hora después. Le presté el libro para que leyera, pero tampoco pudo hojearlo en semejante entorno. Noté que quería ingresar a urgencias, y temí que la retiraran de mala gana. Sonreí, porque antes de salir rumbo al gimnasio me invadió la nostalgia. Recordé que entre 2005 y 2010, solían pasarme tragedias a mediados de marzo, tales como desmayos, derrames sanguíneos en las fosas nasales, rompimientos amorosos y varias decepciones espirituales. Ya hacía varios años que nada similar sucedía en pleno arranque de primavera.

Aturdido por el calor, a pesar de que ya eran las 7 de la tarde, razoné que este año no llovió durante la segunda semana de marzo, como sucedió del 2015 al 17. Creo que son parte de las llamadas "cabañuelas". Datos tontos, pero que siempre tengo en cuenta. Veo que a la embarazada la abraza su pareja, un joven moreno, como de su edad, de apariencia cholo (vestía una camisa azul muy larga y short tipo bermuda), con muchas letras y frases tatuadas en ambas manos, que no se entienden porque aparte de estar en un manuscrito muy junto, son de un tono verde que siempre he creído que son exclusivas de la prisión. Ella también tiene muchas rayas dibujadas, igual de gachas.

Pensaba en mi ansiedad, que este martes 20 de marzo me incitó a comprar dos botellas de Coca Cola. Una la tomé en el trabajo, la otra la regalé a mi madre. “No entiendes que pronto puedes estar igual o más grave que ellos”, dije, como regañándome a mí mismo.

Traté de meditar, de seguir cuestionando mis hábitos, pero me interrumpieron unos gritos provenientes de una de las paredes de enfrente. ¡Qué viva Cristo Rey!, exclamaba una anciana, de al menos 80 años, y más que una hurra o un cántico de guerra, parecía una queja fatal. Juro que sentí que se trataban de sus últimos gritos en vida, y hoy, una semana después que ajusto este relato, me pregunto si aún vive aquella señora.

Siguió con unos cantos que no entendí, pero seguramente son de los que se realizan en las misas católicas. Una mujer no tan mayor como ella la cuidaba, supongo su hija. La arrullaba, le besaba la sien y le acariciaba los labios, mas resultó imposible callarla. Comenzó a dolerme la cabeza y sentí deseos de matar al perro que me mordió, un pitbull región 4 de tamaño medio y color cobre. ¡Maldito!, Me encajó un colmillo y huyó cuando le tiré la patada; ni siquiera me arrancó la pantorrilla o el cuádriceps como probablemente sí lo hubiera hecho uno fino.

Tiene dueño. Pertenece a una familia que limpia carros en mi calle desde hace al menos 10 años, y siempre han tenido perros que deambulan día y noche. Esas personas ya habían tenido una perra parecida a él, pero blanca con negro –tal cual, parecía una vaca- que me ladraba y amenazaba con morderme, pero nunca lo hizo. Esto sucedió hace 4 o 5 años, cuando debía irme presentable a mi anterior trabajo, y descubrí que le incomodaba mi corbata: se desesperaba al verla ondular. Murió de una manera muy triste, después de tratar de dar a luz, y estiró la pata con todo y crías dentro de su vientre.

Una herida leve, pero que me dificultó la vida 4 o 5 días.

También sentí deseos de golpear al labrador región 3.5 que me siguió primero, pero sin ladrarme. Lo había visto perseguir a una señora, por eso me mantuve alerta y no bajé la mirada. Cuando se perdió de mi vista entre las casas y los carros, de atrás salió el mugroso pitbull y me atacó. Pensé alcanzarlo y golpearlo, pero me contuve porque creí que generaría una batalla campal entre los otros 4 o 5 caninos callejeros que fueron testigos, junto a un par de doñas y unos cuantos niños.

Toda esa mala vibra se fue al contemplar a la enfermera que me atendió. Una jovenzuela muy delgada, menuda de cualquier ángulo visible y chaparrita; todo su aspecto refleja debilidad y describe a la perfección de un ser incapaz de generar daño: una compañía perfecta para un paciente que no puede valerse de sí mismo y teme recibir más heridas o malas noticias. Su rostro pequeño, las grandes ojeras y los enormes lentes que usa empañan sus bellos ojos, verdes con miel, mas le dan un aspecto de notable inteligencia, la cual corrobora al nombrar términos términos médicos ininteligibles y enlistar fármacos con teminación "ina" y "ona", en tanto que su dulce voz colma de confianza: estoy seguro que, al escucharla, los enfermos terminales pueden creer que se trata de un ángel que los guiará hacia el más allá, donde por fin tendrán paz y consuelo, y se irán felices de este mundo por haberla conocido.

Me habló de usted todo el tiempo: “le voy a poner anestesia para que no le duela”, “ahora le voy a lavar”, “le estoy limpiando la herida”, “¿no le duele?”, “¿Le dolió mucho cuando lo mordió el perro?”... Debe estar recién graduada, o incluso realizando sus prácticas, aunque ya tenía uniforme oficial del IMSS, pero es que por la ausencia de arrugas en sus ojos y su terso rostro, me cuesta creer que tenga más de 22 años. El médico me indicó regresar al día siguiente para pedir más antibióticos y realizarme más lavados: difícilmente podría estar infectado.

Mi mente se despejó y enseguida reapareció la música que escuché por la tarde en el camión: los Violadores del Verso. “¿Verdad que no nos gusta el cementerio?”, nos pregunta en “Cantando” Kase O, quien creo que es el líder de este grupo español de hip-hop. Y no, no quiero morir, no este año, y menos de rabia por una mordedura de perro corriente.

EPÍLOGO

El mediodía del lunes 26 de marzo entré a una tienda fresa de mascotas, para ver tortugas. Salió un perro blanco, también por detrás, como hace una semana, pero este era tierno, de esos que son para niños, y a punto estuve de darle una patada. Una de las empleadas grito con desesperación: “¡no hace nada!”, y vi la cara del perrito, que ahora mismo no recuerdo su raza pero es como un pug grande: se asustó y se fue trotando a una casita que estaba en la entrada del local, supongo que es exclusiva para él.

Me disculpé y enseguida les mencioné a las chicas que recién me había mordido uno. Por desgracia llevaba pantalón y no pude mostrarles la herida, para no quedar como un idiota. Seguí platicando con ellas y el perrito regresó. Lo acaricié y se puso contento, porque se tendió al piso para que lo sobara, pero decidí irme de ese lugar.

Menciono esto porque, en el trabajo, un compañero me preguntó si les tenía miedo a los perros después de la mordida. Le dije que no, que simplemente evito cruzar junto a ellos, como lo he hecho siempre por diversos motivos, entre ellos porque no puedo llevármelos a mi casa o darles comida. Y además me molesta que me laman. Pero hoy, que sentí la presencia de un perro que juro es 99% inofensivo, reaccioné como lo hacen los miedosos, o quienes no tienen la conciencia tranquila.

ASR

21 de marzo de 2018

Verdejo y Valdez: incógnitas del presente boxístico

A pocos minutos de que iniciara el combate que disputaron José Carlos Ramírez y Amir Imam por el cinturón de peso súper ligero del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), estalló el “breaking new” de que en una de las peleas coestelares de esta función realizada en el Madison Square Garden de Nueva York, se concretó “la sorpresa del año”: Félix Verdejo, el “Diamante” predilecto, el más apreciado -y talvez el más sobrevalorado- de Puerto Rico, al menos en la última década, había perdido el invicto.

Apenas una semana anterior, en redes sociales se alertó que Óscar Valdez combatió siete rounds con la quijada fracturada contra Scott Quigg, en lo que sin duda resultó ser la mejor pelea de lo que va del 2018. El ídolo de Nogales, Sonora pagó un altísimo costo en la cuarta defensa del título mundial pluma de la Organización Mundial de Boxeo (OMB), situación que generó dudas respecto a si será capaz de resistir el mismo castigo cuando se mida a otros campeones y oponentes mejor posicionados, como Gary Russell Jr., Leo Santa Cruz o Carl Frampton.

Mucho antes de debutar como profesionales, Valdez y Verdejo ya eran considerados a ser las próximas estrellas de sus países, situación que muy pocos mexicanos y boricuas han podido "presumir".

¿Está en declive la carrera de estos extraordinarios atletas? Para entender lo que representan en el mundo boxístico, debemos remontamos al verano del 2012, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Londres, cuando ni Verdejo ni Valdez habían debutado como profesionales y aterrizaron al suelo británico como serios candidatos a conseguir medallas para sus respectivas naciones, aunque ninguno lo logró.

Otra decisión polémica, como sucedió en 2008, marginó a Óscar de avanzar a las Semifinales, ya que según los jueces fue superado por el irlandés John Joe Nevin, esto en la división gallo, mientras que el “Diamante” también cayó en la fase de Cuartos de Final, pues poco pudo hacer ante Vasyl Lomachenko, considerado desde entonces entre los mejores boxeadores olímpicos de todos los tiempos, y como se tenía previsto, obtuvo la presea dorada de peso ligero.

Tras concluir Londres 2012, Bob Arum se adelantó a Oscar de la Hoya y demás promotores para firmar, junto con Lomachenko, a ambos prospectos. Los tres se perfilaban como las estrellas casi inmediatas de Top Rank. El 3 de noviembre debutó Valdez, a los 21 años,  y un mes después Verdejo, de 19, a quien de inmediato, por su clase y velocidad, se le comparó con Félix Trinidad, el puertorriqueño más espectacular y carismático de los últimos 30 años, por encima de nombres como Héctor Camacho y Miguel Cotto.

En tanto, el sonorense demostró ser el típico guerrero azteca, que acepta recibir tres jabs y dos volados, con tal de conectar un poderoso recto, o un pulcro gancho al hígado, que le dé el triunfo. A pesar de pertenecer a distintas categorías, Valdez en pluma y Verdejo en ligero, se especuló un combate entre ellos, para realizar una edición más de la madre de todas las guerras boxísticas: “México VS Puerto Rico”.

El sonorense no lucía tan dominante en sus combates como el boricua, quien terminaba con el puño en alto tras propinar espectaculares nocauts a sus rivales, la mayoría de ellos mexicanos, pues sus promotores, bajo la complicidad de muchos medios de la “Isla del Encanto” y Estados Unidos, se esforzaban para bautizarlo como el enésimo “matamexicanos”.

Ante el "Bam Bam" Nájera, Verdejo demostró que no era intocable y que debía pulir su talento.

Bajo esas premisas, y siendo teloneros de figuras como Manny Pacquiao y Terence Crawford, en un abrir y cerrar de ojos volaron el 2013 y 2014. Para la segunda mitad del 2015 ambos tuvieron su primera prueba de fuego: Iván Nájera, un joven de la misma edad del “Diamante” y con muchos simpatizantes en su natal San Antonio, Texas, se presentó con marca de 16-0-0 y aunque Verdejo dominó de inicio a fin el combate, realizado en junio, recibió un par de golpes que exhibieron su vulnerabilidad defensiva y fue incapaz de noquearlo. En contraste, Valdez se midió en septiembre al ex contendiente Chris Avallos, al cual noqueó cinco asaltos, para demostrar que no era ningún boxeador mediático ni protegido, como empezaban a decirle.

Los dos cerraron el 2015 con combates de mera exhibición, y arrancaron el 2016 con retos más llamativos. Ahora se trataba de un ex campeón el oponente de Oscar, el ruso Evgeny Gradovich. Una actuación brillante le valió exigir a gritos un cinturón mundial y de paso posicionarse un escalón encima de Verdejo, quien derrotó a otro invicto, ahora al brasileño William Silva, quien tampoco demostró estar a la altura de su marca de 16-0-0, y con su poco boxeo logró hacer ver mal al afamado boricua.
Oscar Valdez demostró ante Gradovich que portaba el mismo ADN de los más grandes guerreros mexicanos.

A Valdez le llegó su oportunidad por el campeonato vacante de la OMB. Su oponente, el argentino Matías Adrián Rueda, no era conocido fuera de su país, pero alertaba con su marca de 26-0-0, 23 KO. Sin embargo, Valdez lo arrolló y le propinó un espectacular nocaut en apenas el segundo asalto, y 5 meses después, realizó una muy buena primera defensa mandatoria contra el japonés Hiroshige Osawa.

Para Verdejo continuaron las dudas. Ante Juan José Martínez y José Luis Rodríguez, dos oponentes totalmente desconocidos, los boricuas lo único que celebraron es que se trataba de boxeadores aztecas.

En 2017 solo realizó una sola pelea, que significó un reto mayúsculo: el nicaragüense Oliver Flores, quien perdió con el japonés Takashi Uchiyama su oportunidad de coronarse. Félix inició bien, pero a mitad del combate se cansó y a punto estuvo de irse a la lona en al menos dos ocasiones durante los rounds finales. A pesar de que un juez anotó 99-91 a su favor, varios analistas vieron ganador al centroamericano.

Una lesión en la mano derecha, más un accidente en motocicleta, ausentaron a Verdejo 13 meses del cuadrilátero, cuando se contemplaba una pelea con Terry Flanagan, entonces campeón ligero de la OMB, o con Raymundo Beltrán. Incluso iniciaron los rumores de que Félix ya no contaba como un “Diamante” para Arum. Después de ser el plato fuerte de varias funciones en Puerto Rico y Nueva York, reapareció en la antepenúltima contienda de la función, donde se enfrentó a Antonio Lozada, un rival en apariencia a modo para lucirse e incrementar su número de víctimas mexicanas.

De nueva cuenta la recta final, de una pelea pactada a 10 asaltos, Verdejo lució cansado y en esta ocasión sí visitó la lona en el último capítulo y el réferi detuvo las acciones. El público boricua enmudeció: era la primera vez que uno de sus grandes ídolos perdía ante un mexicano totalmente desconocido, quien tras ser noqueado en 2011 por el entonces también prospecto Roberto “Massa” Ortiz, deambuló por el anonimato de arenas y palenques de Sinaloa y Baja California, hasta que llegó esta oportunidad que no desaprovechó.

Valdez y Verdejo son dos carreras que parecen pender de un hilo, pero también se trata de dos extraordinarios gladiadores que aún pueden ajustar errores y alcanzar la gloria.  Oscar ya es un sólido campeón, pero quedó muy dañado en tres guerras épicas consecutivas.

“A la hora de estar en el ring la amistad la amistad sale volando por la ventaja, yo le voy a querer arrancar la cabeza y él a mí también. O come su familia o come la mía”, dijo Valdez en una entrevista que le realizó mi “Cuai” Alejandro Reos, en una respuesta que bien podría definir la actitud guerrera de Valdez, que le ha ganado miles de aplausos, pero casi el mismo número de lesiones innecesarias, o al menos evitables para un boxeador de su nivel.

En estas condiciones terminó Valdez ante Quigg, a quien dominó sin dificultades antes del quinto asalto, cuando intercambió golpes en corto y se fracturó la quijada.

Y Verdejo, quien agoniza de amor propio y perdió demasiado en presentaciones intrascendentes, debe reconocer que el puesto del más consentido de Boriquén ya no le pertenece. Jóvenes como Christopher “Pitufo” Díaz o Janthony Ortiz ocupan su lugar de promesas; tiene el ejemplo de McWilliams Arroyo, quien se recuperó de sus derrotas con Amnat Ruenroeng y Román “Chocolatito” Martínez, para volver a ponerse en la lista de aspirantes a un campeonato mundial.


Lomachenko, de 30 años, quien irónicamente fue el primero en perder el invicto de los tres que firmaron con Top Rank tras aquel verano del 2012, hoy es considerado como el mejor libra por libra de la actualidad; Valdez, de 27, es de los consentidos en México y Estados Unidos, su nivel alcanza para consolidarse como ídolo, pero el castigo que ha recibido en sus últimos tres combates es digno de analizarse. En tanto que Verdejo, a sus 24 años, simplemente perdió el invicto y su carrera, si él lo decido, apenas puede comenzar.

ASR

16 de marzo de 2018

Sueño de otro espacio, otro tiempo y mismo cuerpo

“También lamento admitir que no estoy totalmente convencido de que nuestra alma sea de verdad inmortal. Yo, por lo menos, no tengo ningún recuerdo de mis vidas anteriores”

Jostein Gaarder

Estoy seguro que aquella odisea onírica me trasladó a África. El desierto, la vestimenta de la gente que se transportaba en camellos y el color oscuro de la piel de la mayoría de los habitantes, me hicieron creer que aterricé en alguna región árabe del continente negro. Pero no supe en cuál país.

Llegué acompañado de un grupo de comerciantes, quienes me trataban como a uno más de ellos. Llevaban grandes bolsas, repletas de mercancías, lonas y bidones. Pregunté en dónde nos encontrábamos, y no comprendí el nombre que me respondieron. Confundido, les insistí que me precisaran cuál nación visitábamos, pero parecían no entender mis dudas.

Viajar en el espacio y el tiempo a gran velocidad es una constante en mis sueños.


Mi desesperación fue inmensa, pero mayor la confusión al contemplar mis ropas: ¡no llevaba mis tenis! Mis pantalones, mi camisa, todo había sido reemplazado por un camisón muy holgado y un pantalón, blancas y de seda ambas prendas, más una especie de huaraches que apenas me protegían los pies de la ardiente arena.

Entonces llegó un elefante, inmenso y preparado para la guerra, como los “olifantes” que aparecen en El señor de los Anillos, tripulados por personajes de aspecto indio, muy altos y flacos, como Dhalsim, de Street Fighter. Pareciera que esperaban las armas, porque no las cargaban.

Así lucían los elegantes que soñé, pero en lugar de gladiadores romanos, los conducían yoguis hindúes, similares a Dhalsim 

Este extraño sueño sucedió creo en diciembre, ya casi en navidad, y aunque me perturbó todo ese día, decidí no darle importancia hasta que, iniciando el año visité a Isabel, quien me cuestionó sobre mis creencias en la reencarnación; entonces de inmediato recordé esta experiencia, que, de ser cierta dicha teoría, más que un sueño se trató de un tenue recuerdo de alguna de mis vidas pasadas.

Pero sería ilógico, porque mi cara, mis ideales, eran idénticas a las de la actualidad, y tenga la noción de que, en otras vidas, si es que las hemos tenido, debimos haber sido muy distintos a la actualidad. Pero no se sabe, porque ni siquiera nos consta lo que sucede a nuestra alma al despedirnos de este mundo, y si tendremos, o ya tuvimos, la dicha o el infortunio de regresar.

Es complicado lo que siguió en aquella fantasía nocturna, porque me exasperé al no entender lo que platicaban; la intriga era inmensa por no estar con mis amigos, ni en mi época, ni vestido con la ropa que me siento cómodo. A mi lado había un sujeto, quien era como mi guía y al único que parecía tenerle confianza. Por más que trato de asociarlo con alguien conocido, no puedo.

Este soy yo viajando en mis sueños: de Inglaterra (sin mi vestimenta habitual, volví a adaptarme) a Rusia :)

Fue él quien me advirtió que no debería acercarme al elefante, porque me tomarían como un enemigo, y más al no entender mi idioma y ver mi aspecto totalmente ajeno a ellos. ¿Quién habrá sido? No lo sé, pero estaba barbón, hablaba con tono de sapiencia y calculo tendría entre 35 y 40 años: bien podría ser uno de esos actores que salen en las películas de Jesucristo que abundan en la televisión durante Semana Santa.

Es todo lo que recuerdo de ese sueño, que surgió como una emoción muy fuerte por conocer un lugar remoto, como Sudán o Etiopía, y terminé en un viaje al pasado, al que, aunque mi vestimenta cambió, conservé mi mente y mi cuerpo: es decir, fui fiel a mis ideales de querer una explicación a lo desconocido y usar tenis; estoy seguro que era yo navegando por el tiempo, y no algún “otro yo” que nació y creció hace 200 o 300 años en África. Espero haberme explicado con claridad.

O talvez simplemente soy el personaje central de la novela o cuento de equis escritorzuelo novato, aún más corriente que yo, y me describe en ciertos relatos en los que sólo sé que interactúo cuando estoy dormido. Y es que en estos momentos leo “El mundo de Sofía”, cuya adaptación fílmica nos deja con esa hipótesis: que existe la posibilidad que nuestra vida, en realidad seamos una historia que un marinero inventa para entretener a su hija.

"El Mundo de Sofía" nos cuenta el origen del pensamiento humano, a través un viaje excepcional.

Y cuando comencé a desdeñar esta alucinación, luego de la charla con Isa, leía “Las mil y una noches”. Aquella ocasión, mi mente trató de darle una mejor reconstrucción basada en el tema árabe; ahora, con la pequeña Sofía como mi compañera de lectura, lo reconstruí en este majestuoso viaje filosófico por el espacio y el tiempo, y hasta pienso que sería entretenido inventarle un antes y un después a aquel inesperado y confuso sueño, que se negó a morir en el olvido debido al bello arte de compartir nuestras impresiones con los seres que gustan tomarse el tiempo para hacerme compañía.

ASR

12 de marzo de 2018

Pechorin: Un héroe de la literatura clásica rusa…y de nuestro tiempo


Gozaba la vida, detestaba las responsabilidades y su mayor temor consistía en morir joven; luego de batirse en un duelo y salir victorioso, circunstancialmente cambió su forma de pensar y se obsesionó con creerse poseedor de un misterioso don: poder predecir la inesperada muerte de alguna de las personas que le rodean.


Imagen que representa el duelo de Pechorin que, según mis apreciaciones, cambió su forma de pensar y de ver la vida.

Grígori Pechorin, un militar novato ruso, combatiente en innumerables batallas del Cáucaso y que por su valentía se ganó el respeto del general Maksim Maksímych, quien, por el hecho de haber guardado su diario y divulgar su historia al menos al narrador de la novela, es el principal responsable de que sus hazañas sean conocidas 200 años después.   

Arriesgó su vida y mató para honrar a la orgullosa Vera, su cómplice de un romance fallido, tal vez desde ese momento, en el fondo de su corazón simplemente anhelaba morir inesperadamente, primero al sacar provecho de un caballo ajeno y después secuestró a Bela, sin el afán de ofenderla, ni burlarse de sus adversarios, ni ocasionar otro conflicto: simplemente buscaba ser la cabeza más buscada por los enemigos de los rusos.

Tanto a la dama como a la prisionera las amó “como un objeto de su propiedad”; a ambas amenazó con abandonarlas. Raptó a Bela no para verla morir: quería que los soldados de su padre lo mataran durante el rescate; más que torturarla en el encierro, la obligó a amarlo, sin atreverse a dañarla, lo que es una forma sutil y cruel de repartir amor.

Pero no nada más se alejó de sus amadas: Pechorin rechazó arrogantemente a Maksim Maksímych, cuando el general más anhelaba verlo. No come con él y no le interesa que le regrese su diario, quizá consciente de que su amigo contaría las experiencias de su primera juventud, aunado a los momentos que convivieron juntos.

Y aunque Pechorin fue muy orgulloso, en el fondo de su alma deseaba que el general lo comprendiera y perdonara luego de leer las confesiones que mantuvo secretas en su libro, porque en toda su vida estuvo presente la sensibilidad: también anhelaba que el mundo comprendiera su accionar, más que envidiarlo u odiarlo por su cinismo. Va a la guerra y muere, de forma inesperada porque ya había alcanzado rangos altos militares: finalmente es lo que buscaba en su profunda depresión.

El ejemplar que conseguí: una novela corta épica, pese a que Lermantov se especializó en poesía.


A este sujeto, Mijaíl Lérmontov lo nombró como “Un héroe de nuestro tiempo”, hablando de la Rusia, su Rusia, de mediados del Siglo 19, cuando el socialismo apenas florecía y los grandes escritores contemporáneos, como Aleksandr Pushkin, Nikolai Gógol, así como los posteriores Fiodor Dostoievski y Anton Chéjov, siempre críticos del zarismo, sabían que este nuevo pensamiento, supuestamente obrero, no era la mejor opción de nuevo gobierno.

“Con cuánta frecuencia tomamos por convicción un yerro de nuestros sentidos o un fallo del entendimiento”, exclama Pechorin al final de su diario, en una obra maestra de Lermontov, de quien apenas supe de su existencia el año pasado, leyendo el Diario de Un Escritor, de Diostoievski, quien lo menciona con profunda devoción, respeto, y confesó estar arrepentido por no haberlo conocido mejor. Al buscar su nombre, encontré que es el escritor preferido de Vladimir Putin, el flamante Presidente ruso.

De los libros que más me han sorprendido, y que más he rayado.

Más frases encantadoras que se aprecian en esta joya.


“En los corazones sencillos, el sentido de la hermosura y la majestuosidad de la naturaleza es cien veces más fuerte y vivo que en nosotros, los que hacemos enfáticas narraciones, de viva voz o por escrito”; “también uno puede habituarse al silbido de las balas, es decir, habituarse a disimular que el corazón acelera sus latidos”, y “siempre he dicho que no conduce a nada bueno el olvidar a los viejos amigos”, son algunas frases rescatables de “Un héroe de nuestro tiempo”, cuyo autor influyó demasiado en la formación de Dostoievski y por ende, sus obras deben se incluirse con mayor relevancia en las selecciones de los clásicos de la literatura rusa.

PD: Dedicado a la greñuda Fanny, Godín fase Dios que me pidió escribir al respecto de este libro, que supuestamente ya leyó pero no recuerda de qué trata.
ASR

2 de marzo de 2018

Señas simuladas


Jueves, 1 de marzo del 18

Cuando entró al restaurante yo estaba distraído en el teléfono, leyendo mensajes. Apenas y percibí su silueta cuando se aproximó hacia L, una de mis mejores amigas, quien platicaba con R, ex compañera de trabajo de ambos, en la mesa donde nos sentamos los tres.

Pensé que se trataba del mesero, ya que L llegó más tarde y no pidió comida. Pero noté que hacía señas y le entregó un papel a L, y ella lo leyó en voz baja. Se presentó como integrante de una supuesta institución de sordomudos, la cual recauda fondos para ayudarlos. No me atreví a levantar el rostro: aunque es muy digna la labor de atender a los comensales y recibir una propina, consideré inoportuna mi confusión y para “remediar” este fallo, le di 10 pesos.

Los tres cooperamos y en una carpeta anotó el nombre de L junto con la cantidad que recibió. Se despidió amablemente, con señas, y recordando cuando los tres fuimos compañeros de un diario, al cual sólo R sigue perteneciendo, se esfumaron dos horas. Estaba por anochecer y R debió irse para evitar el tráfico; nos despedimos y fui con L a un bar: teníamos antojo de cerveza artesanal. Aunque apenas bebimos dos cada quien, salimos un tanto alegres, talvez yo un poco más que ella.

Caminamos y al llegar a la esquina donde cada vez que salimos a Chapultepec yo tomo el camión y L espera al chofer de Uber, ella notó la presencia del “sordomudo”. Me preguntó: “¿ya lo viste?”, y del asombro, siguió el enojo, la impotencia y hasta rabia, de verlo platicar con otros muchachos.

Yo no estaba seguro de que fuera el mismo sujeto, porque como ya me justifiqué no pude apreciarlo anteriormente, además que soy pésimo reconociendo caras, y más si son recién conocidos.

Pero se sintió delatado cuando L me dijo: “¡sí es él, lleva la carpeta donde nos anotó!”, y de inmediato la rompió y la tiró en un bote de basura. Abordó un camión, no sin antes despedirse de sus acompañantes. De verdad que nos dio mucho coraje, porque interrumpimos los planes de nuestra próxima salida y continuamos hablando del chamaco hipócrita hasta que llegó mi camión, custodiado del carro de Uber. Digo chamaco, porque difícilmente tiene más de 20 años.

Esta es la carpeta donde el "sordomudo" anotaba las aportaciones de buena voluntad. Aquella noche soñé que con mi moneda de 10 que le di pagó el pasaje o bien, se compró una Coca Cola.


Seguí pensando en ese engaño grotesco. ¿Lo hará para estudiar o ayudar a alguien realmente necesitado? Es poco probable. Aún entumecido del cerebro por las dos cervezas oscuras con más de 7% de alcohol, recordé que hace como un mes pagué un recibo del agua en una farmacia cercana a la oficina. Fueron poquito menos de 80 pesos, y el billete de Sor Juana que llevaba debía rendirme hasta la quincena, y faltaban como 3 días.

Mientras hacía fila contemplaba ir al cajero automático, porque no me alcanzarían poco más de 100 pesos. Justo en mi turno irrumpió un limosnero que llevaba una bolsa repleta de morralla. “¿Los 400 de siempre?”, le preguntó la cajera, quien con una habilidad mágica recibió el pago y selló mi recibo, al tiempo que el solicitante meneó la cabeza en respuesta afirmativa.

La chica de la bata azul cielo empuñó mi billete y abrió la caja donde guardan el dinero, me dio uno de Benito más unas cuantas moneditas, como las que estaban en la bolsa que recién le habían entregado, y sacó otro Sor Juana para completar el pago al vagabundo que pide dinero afuera de un templo del Centro. ¡400 pesos de limosnas! Lo primero que pensé es que a ese individuo ya le he dado monedas. Y no sé en cuánto tiempo habrá reunido esa cantidad, o si es el único que la recolectó, porque he escuchado que los limosneros tienen sus propios “gremios” y se apoyan entre ellos, pero sabe si sea cierto; lo que sí, es que este último viernes no dormí tranquilo ni relajado, y no por las cervezas, sino por las señas simuladas de un falso sordomudo, un chavito hipócrita que se aprovecha de ciertas debilidades humanas.

PD: Ya van dos intérpretes de señas que me dicen que es incorrecto el término “sordomudo”, que simplemente son “sordos”, porque al hacer señas ya estás hablando… pero equis.
ASR