16 de marzo de 2018

Sueño de otro espacio, otro tiempo y mismo cuerpo

“También lamento admitir que no estoy totalmente convencido de que nuestra alma sea de verdad inmortal. Yo, por lo menos, no tengo ningún recuerdo de mis vidas anteriores”

Jostein Gaarder

Estoy seguro que aquella odisea onírica me trasladó a África. El desierto, la vestimenta de la gente que se transportaba en camellos y el color oscuro de la piel de la mayoría de los habitantes, me hicieron creer que aterricé en alguna región árabe del continente negro. Pero no supe en cuál país.

Llegué acompañado de un grupo de comerciantes, quienes me trataban como a uno más de ellos. Llevaban grandes bolsas, repletas de mercancías, lonas y bidones. Pregunté en dónde nos encontrábamos, y no comprendí el nombre que me respondieron. Confundido, les insistí que me precisaran cuál nación visitábamos, pero parecían no entender mis dudas.

Viajar en el espacio y el tiempo a gran velocidad es una constante en mis sueños.


Mi desesperación fue inmensa, pero mayor la confusión al contemplar mis ropas: ¡no llevaba mis tenis! Mis pantalones, mi camisa, todo había sido reemplazado por un camisón muy holgado y un pantalón, blancas y de seda ambas prendas, más una especie de huaraches que apenas me protegían los pies de la ardiente arena.

Entonces llegó un elefante, inmenso y preparado para la guerra, como los “olifantes” que aparecen en El señor de los Anillos, tripulados por personajes de aspecto indio, muy altos y flacos, como Dhalsim, de Street Fighter. Pareciera que esperaban las armas, porque no las cargaban.

Así lucían los elegantes que soñé, pero en lugar de gladiadores romanos, los conducían yoguis hindúes, similares a Dhalsim 

Este extraño sueño sucedió creo en diciembre, ya casi en navidad, y aunque me perturbó todo ese día, decidí no darle importancia hasta que, iniciando el año visité a Isabel, quien me cuestionó sobre mis creencias en la reencarnación; entonces de inmediato recordé esta experiencia, que, de ser cierta dicha teoría, más que un sueño se trató de un tenue recuerdo de alguna de mis vidas pasadas.

Pero sería ilógico, porque mi cara, mis ideales, eran idénticas a las de la actualidad, y tenga la noción de que, en otras vidas, si es que las hemos tenido, debimos haber sido muy distintos a la actualidad. Pero no se sabe, porque ni siquiera nos consta lo que sucede a nuestra alma al despedirnos de este mundo, y si tendremos, o ya tuvimos, la dicha o el infortunio de regresar.

Es complicado lo que siguió en aquella fantasía nocturna, porque me exasperé al no entender lo que platicaban; la intriga era inmensa por no estar con mis amigos, ni en mi época, ni vestido con la ropa que me siento cómodo. A mi lado había un sujeto, quien era como mi guía y al único que parecía tenerle confianza. Por más que trato de asociarlo con alguien conocido, no puedo.

Este soy yo viajando en mis sueños: de Inglaterra (sin mi vestimenta habitual, volví a adaptarme) a Rusia :)

Fue él quien me advirtió que no debería acercarme al elefante, porque me tomarían como un enemigo, y más al no entender mi idioma y ver mi aspecto totalmente ajeno a ellos. ¿Quién habrá sido? No lo sé, pero estaba barbón, hablaba con tono de sapiencia y calculo tendría entre 35 y 40 años: bien podría ser uno de esos actores que salen en las películas de Jesucristo que abundan en la televisión durante Semana Santa.

Es todo lo que recuerdo de ese sueño, que surgió como una emoción muy fuerte por conocer un lugar remoto, como Sudán o Etiopía, y terminé en un viaje al pasado, al que, aunque mi vestimenta cambió, conservé mi mente y mi cuerpo: es decir, fui fiel a mis ideales de querer una explicación a lo desconocido y usar tenis; estoy seguro que era yo navegando por el tiempo, y no algún “otro yo” que nació y creció hace 200 o 300 años en África. Espero haberme explicado con claridad.

O talvez simplemente soy el personaje central de la novela o cuento de equis escritorzuelo novato, aún más corriente que yo, y me describe en ciertos relatos en los que sólo sé que interactúo cuando estoy dormido. Y es que en estos momentos leo “El mundo de Sofía”, cuya adaptación fílmica nos deja con esa hipótesis: que existe la posibilidad que nuestra vida, en realidad seamos una historia que un marinero inventa para entretener a su hija.

"El Mundo de Sofía" nos cuenta el origen del pensamiento humano, a través un viaje excepcional.

Y cuando comencé a desdeñar esta alucinación, luego de la charla con Isa, leía “Las mil y una noches”. Aquella ocasión, mi mente trató de darle una mejor reconstrucción basada en el tema árabe; ahora, con la pequeña Sofía como mi compañera de lectura, lo reconstruí en este majestuoso viaje filosófico por el espacio y el tiempo, y hasta pienso que sería entretenido inventarle un antes y un después a aquel inesperado y confuso sueño, que se negó a morir en el olvido debido al bello arte de compartir nuestras impresiones con los seres que gustan tomarse el tiempo para hacerme compañía.

ASR

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