“También lamento admitir que no estoy totalmente convencido de que nuestra alma sea de verdad inmortal. Yo, por lo menos, no tengo ningún recuerdo de mis vidas anteriores”
Jostein Gaarder
Estoy seguro que aquella odisea
onírica me trasladó a África. El desierto, la vestimenta de la gente que se
transportaba en camellos y el color oscuro de la piel de la mayoría de los
habitantes, me hicieron creer que aterricé en alguna región árabe del
continente negro. Pero no supe en cuál país.
Llegué acompañado de un grupo
de comerciantes, quienes me trataban como a uno más de ellos. Llevaban grandes
bolsas, repletas de mercancías, lonas y bidones. Pregunté en dónde nos
encontrábamos, y no comprendí el nombre que me respondieron. Confundido, les
insistí que me precisaran cuál nación visitábamos, pero parecían no entender
mis dudas.
Viajar en el espacio y el tiempo a gran velocidad es una constante en mis sueños.
Mi desesperación fue inmensa,
pero mayor la confusión al contemplar mis ropas: ¡no llevaba mis tenis! Mis
pantalones, mi camisa, todo había sido reemplazado por un camisón muy holgado y
un pantalón, blancas y de seda ambas prendas, más una especie de huaraches que
apenas me protegían los pies de la ardiente arena.
Entonces llegó un elefante,
inmenso y preparado para la guerra, como los “olifantes” que aparecen en El
señor de los Anillos, tripulados por personajes de aspecto indio, muy altos y
flacos, como Dhalsim,
de Street Fighter. Pareciera que esperaban las armas, porque no las cargaban.
Así lucían los elegantes que soñé, pero en lugar de gladiadores romanos, los conducían yoguis hindúes, similares a Dhalsim
Este extraño sueño sucedió creo
en diciembre, ya casi en navidad, y aunque me perturbó todo ese día, decidí no
darle importancia hasta que, iniciando el año visité a Isabel, quien me
cuestionó sobre mis creencias en la reencarnación; entonces de inmediato
recordé esta experiencia, que, de ser cierta dicha teoría, más que un sueño se
trató de un tenue recuerdo de alguna de mis vidas pasadas.
Pero sería ilógico, porque mi
cara, mis ideales, eran idénticas a las de la actualidad, y tenga la noción de que,
en otras vidas, si es que las hemos tenido, debimos haber sido muy distintos a
la actualidad. Pero no se sabe, porque ni siquiera nos consta lo que sucede a
nuestra alma al despedirnos de este mundo, y si tendremos, o ya tuvimos, la
dicha o el infortunio de regresar.
Es complicado lo que siguió en
aquella fantasía nocturna, porque me exasperé al no entender lo que platicaban;
la intriga era inmensa por no estar con mis amigos, ni en mi época, ni vestido con
la ropa que me siento cómodo. A mi lado había un sujeto, quien era como mi guía
y al único que parecía tenerle confianza. Por más que trato de asociarlo con
alguien conocido, no puedo.
Este soy yo viajando en mis sueños: de Inglaterra (sin mi vestimenta habitual, volví a adaptarme) a Rusia :)
Fue él quien me advirtió que no debería
acercarme al elefante, porque me tomarían como un enemigo, y más al no entender
mi idioma y ver mi aspecto totalmente ajeno a ellos. ¿Quién habrá sido? No lo
sé, pero estaba barbón, hablaba con tono de sapiencia y calculo tendría entre
35 y 40 años: bien podría ser uno de esos actores que salen en las películas de
Jesucristo que abundan en la televisión durante Semana Santa.
Es todo lo que recuerdo de ese
sueño, que surgió como una emoción muy fuerte por conocer un lugar remoto, como
Sudán o Etiopía, y terminé en un viaje al pasado, al que, aunque mi vestimenta
cambió, conservé mi mente y mi cuerpo: es decir, fui fiel a mis ideales de
querer una explicación a lo desconocido y usar tenis; estoy seguro que era yo navegando
por el tiempo, y no algún “otro yo” que nació y creció hace 200 o 300 años en
África. Espero haberme explicado con claridad.
O talvez simplemente soy el
personaje central de la novela o cuento de equis escritorzuelo novato, aún más
corriente que yo, y me describe en ciertos relatos en los que sólo sé que
interactúo cuando estoy dormido. Y es que en estos momentos leo “El mundo de
Sofía”, cuya adaptación fílmica nos deja con esa hipótesis: que existe la
posibilidad que nuestra vida, en realidad seamos una historia que un marinero
inventa para entretener a su hija.
"El Mundo de Sofía" nos cuenta el origen del pensamiento humano, a través un viaje excepcional.
Y cuando comencé a desdeñar
esta alucinación, luego de la charla con Isa, leía “Las mil y una noches”.
Aquella ocasión, mi mente trató de darle una mejor reconstrucción basada en el
tema árabe; ahora, con la pequeña Sofía como mi compañera de lectura, lo
reconstruí en este majestuoso viaje filosófico por el espacio y el tiempo, y
hasta pienso que sería entretenido inventarle un antes y un después a aquel
inesperado y confuso sueño, que se negó a morir en el olvido debido al bello arte
de compartir nuestras impresiones con los seres que gustan tomarse el tiempo
para hacerme compañía.
ASR
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