Lunes por la noche, durante los últimos suspiros de octubre.
Lo reconozco, me aterraron sus ojos. Voló juntó a mí por segunda
ocasión en esa misma noche, pero ahora fue más tétrico, porque estaba oscuro;
porque, como si se tratara de un kamikaze, se estrelló en mi pecho y
sentí el hormigueo de sus patas.
Y después “aterrizó”. Digo
aterrizar, porque desconozco si existe una palabra para especificar la acción
de reposar “de cabeza” sobre el techo, como lo hacen los murciélagos. Fue así
como me sorprendió de nueva cuenta la polilla gigante, justo al momento de
abrir la puerta del balcón, aún con el candado en mano.
Esos tenebrosos ojos, junto con mi consciencia, seguirán generándome pesadillas por un buen rato.
Me asombró que pese a la
oscuridad, noté claramente su figura. Retrocedí un paso y, como la puerta mide poco menos que mi estatura, me golpee en la nuca sobre el dintel. Luego, sus horribles ojos
diminutos brillaban en un tono rojizo, debido a una luz lejana que los reflejaron,
quiero pensar. Encendí el foco, y antes de prender el boiler, consideré
matarla. Sobre el tanque de gas estaba una toalla, sumamente sucia, ya que
ahora funge como tapete. La tomé.
Suspiré muy profundamente: ¿por
qué habría de eliminarla? Porque hay quienes dicen que son del diablo, y otros
supersticiosos menos incrédulos, aseguran que las mariposas nocturnas presagian
la muerte, o anuncian una desgracia, o simplemente causan mala suerte. De ser
cierto, ¿matándolas se soluciona todo? ¿Es su presencia la culpable de todas
nuestras estupideces, errores y maldiciones que hemos tenido, y que cometeremos
en esta vida? Lo dudo.
Estoy leyendo La Ladrona de Libros, donde quien narra la historia es la muerte, y en esta obra, el autor Markus Suzak la describe como alguien noble, obediente con su misión, aunque susceptible al dolor ajeno. Y me agrada esta idea, porque la muerte, desde hace un par de años, la defino como un “recolector de basura”, esos señores que avisan con su campana que ha llegado la hora de sacar los desperdicios para trasladarlos a un vehículo cuyo destino es un vertedero, que bien podría ser como un infierno sin lava, donde los pepenadores interpretarían el papel de almas en pena, exprimiendo las miserias y los desechos de los demás.
Una linda ilustración respecto a la superstición de las polillas, que encontré en Deviantart.
Lo que quiero decir es que la muerte
ocupa el cargo que nadie ha querido tener, ni soñó con poseerlo: de niño
quieres ser bombero, astronauta, policía o doctor, pero no recolector de
basura; de puberto, futbolista, actor o actriz, o político, pero no recolector
de basura. Ese es el punto. Que es un oficio sucio, poco agradecido, pero que
debe realizarse con nobleza.
Quién sabe qué siga al morir, apenas voy a la mitad del extenso libro y la muerte no lo ha mencionado, y dudo que lo haga. Quizá no exista el espíritu y sólo se conserve el polvo en que nos convertiremos, y si bien nos va, en petróleo. O a lo mejor comience un camino a la eternidad, una felicidad incomparable con los momentos mágicos que podemos tener en este planeta, o seremos luces que brillen por todo el universo. Seguramente la muerte tampoco lo sabe: ella se limita a mandar las bolsas de basura al camión.
Y pensándolo mejor, los pepenadores del vertedero no son almas en pena, sino ángeles que segregan lo rescatable entre tantos desperdicios y tanta mierda (pensé en la bolsa de baño de mi casa, y en algunos ex compañeros de trabajo y familiares). Aunque creo he ido al extremo de mi primera teoría, eso de que todo es relativo y que "todo depende del cristal donde se mira", pareciera volvernos indecisos a nuestras ideas y ajenos o escépticos a las doctrinas… en fin.
Otra linda ilustración de Deviantart. Se titula: "Rebirth of a black moth".
Total, quise escribir sobre estas
polillas porque no vuelan igual que las mariposas diurnas: aquellas, cuyo
colorido embellece el paisaje con la luz solar, vuelan despreocupadas, van de
un lado a otro, mostrando su belleza, inocencia y pureza, como niños inquietos de guardería; en cambio, las negras, o grises o cafés
pálido, pareciera que les agrada hostigarte, y su aleteo, similar al de un
pájaro en apuros para despegar, o al de una paloma al aterrizar, de verdad
asusta.
Además hay antecedentes. Hace ya
mucho tiempo -tendría yo unos 7 u 8-, una de ellas entró a la casa, a plena luz del día. Creo que recién habíamos llegado de la escuela. Mi hermana Iris, casi 4 años mayor que yo, se asustó al verla y mi
madre aprovechó la ocasión para decirnos que el diablo la había enviado para
llevarnos porque nos habíamos portado mal. No le creímos, pero nos asustamos, y nos quedamos como con cierta duda.
Recordé aquella anécdota justo cuando
moría octubre, con mi cabeza llena de sucesos fantásticos, fúnebres y
tenebrosos. Y es que se acercaba el festejo de Día de Muertos, y recién había concluido un artículo laboral respecto a la Leyenda de Nachito y su tumba, la más famosa del
Panteón de Belén. Al desocuparme, bajé (me mudé al segundo piso de mi casa hace
meses) a cenar, y al apagar la luz, me desafió la mariposa negra por primera
vez. Le tiré un manotazo y vi cómo se salió por la ventana del segundo cuarto, y no vi hacia dónde se fue.
Este es el F-117 Nighthawk, conocido como "avión fantasma". Se popularizó durante la Guerra del Golfo Pérsico, y por su forma sorpresiva de ataque -y también por su fisionomía- me recordó a la polilla protagonista de este escrito.
Ya no recuerdo qué comí esa
noche, pero subí en cuanto terminé y antes de prender otra vez la computadora o
la luz, me fui directo al boiler. Y como la puerta que da al balcón estaba
cerrada, me sorprendió reencontrármela, ahora por fuera de mi cuarto, como si
fuera un F-117 Nighthawk (¡vaya que se parece!). Aunque igual pudo ser una
distinta mariposa, pero quiero creer que no fue así.
Ya no quise verla y un poco agitado, fui a la sala, a ver el Monday Night Football de la NFL, jugaban los Vikingos VS los Osos. Quince minutos después regresé al balcón para apagar el boiler, y traté de relajarme y prepararme para un tercer encuentro, el cual no sucedió.
Fue emocionante, porque ese mismo
día estuve en las tumbas del panteón de Belén, donde con los ojos cerrados
traté de imaginarme cómo fue que enterraron a algunos de sus inquilinos, hace
ya más de 150 años. Fue un viajecito bello, y cardiaco porque escuché a la
perfección cuando caían las guayabas. Es que debo presumir el plus de haber
estado solo, casi totalmente. El 31 de octubre fue lunes y esos días no abren al público. Sólo estaba un
policía, que no me dejó pasar en un principio, y ya después llegó uno de los
chalanes del director, quien me acompañó hasta la lápida (fui a tomar fotos), ubicada en uno de los
fondos, y se regresó a la puerta de ingreso. Bueno, así concluyo este relato.
Y ese soy yo, junto a la tumba de Nachito. En ese momento no pensaba que por la noche, una polilla me inspiraría a escribir en este blog :) .
PD: Al concluir este escrito, investigué y suele usarse “perchar” para definir la
acción que realizan los murciélagos cuando duermen o reposan, y también hay
mariposas negras que no son nocturnas, aunque quizá sí sean del diablo, como
los gatos negros, cuervos, serpientes y lobos.
ASR